Felipe Benítez ReyesLa construcción de una conciencia
—El narrador define el relato del que es protagonista como “un dejarse llevar”. ¿Sirve para definir la novela?
—Sí, es eso: un dejarse llevar. El protagonista se ve obligado a buscarse la vida desde los 13 años. Desde niño, tiene que hacerse un lugar en un mundo. Hay un enlace con el patrón de la novela picaresca: el servidor de muchos amos, el menesteroso que se ve arrojado a unas realidades prácticas que tienen mucho de irrealidades mágicas. Resumir una novela siempre tiene como resultado una tontería, pero te diría que esta va de lo mismo que el Lazarillo o David Copperfield. Es decir, la invención de una vida a través de la construcción de una conciencia.
—Pasan muchas, muchas cosas en El azar y viceversa, todas ellas domadas por la voz de quien narra y habla también de unos lugares, de una época.
—La novela tiene tres escenarios fundamentales: Rota, Cádiz y Sevilla. También Jerez de la Frontera, tu pueblo, aunque más episódicamente. El protagonista nace en 1958, de modo que su infancia transcurre en pleno franquismo, al igual que su adolescencia. Una adolescencia en la que se mezclan la psicodelia y lo yeyé con la actividad clandestina de las células anarquistas locales, y así hasta nuestros días, entre muchas peripecias.
—Entre esos lugares, tu pueblo, Rota, tan particular, como si te lo hayas inventado.
—En los años 70, Rota era un pueblo anómalo con respecto al resto de España. La presencia de la base militar norteamericana lo convirtió en un reducto exótico, en un pequeño puerto de mar en el que en los bares sonaban Jimi Hendrix y los Creedence, en el que las camareras venían de medio mundo y en el que las calles estaban llenas de chevrolets y de plymouths y de motos chopper. He procurado reflejar ese mestizaje, consciente del riesgo de caer en una crónica de pintoresquismos, porque para mí no fue una realidad extravagante, sino mi realidad cotidiana. Puede resultarme extravagante vista con los ojos de hoy, pero en la novela tenía que contarla con mis ojos de entonces.
—La novela está llena de personajes que asoman un momento y no vuelven, algunos de ellos ciertamente inolvidables. Como si la vida del protagonista no fuera otra cosa que la suma de las vidas de aquellos con los que va compartiéndola.
—Me gustan mucho los personajes secundarios, tanto en las novelas como en las películas. Y es que el mérito de los secundarios consiste en que resulten esenciales en el fluir de la historia, por fugaces que sean. Mi método novelístico habitual viene a ser ese: un personaje central que gira sobre sí mismo y en torno al que gira una multitud de comediantes que tienen la obligación de ser categóricos aunque solo actúen en media página y hagan mutis. Imagino que a veces se consigue y otras veces no, pero la intención es esa.
—Tu voz, por hablar en pedante, es de esas que se reconocen muy pronto, tanto da si escribes un artículo de prensa o una novela. Uno de los rasgos de esa voz es el humor…
La vida es fascinante y a menudo puede resultar terrible, pero también es bastante absurda y ridícula. Si prescindimos del humor, le mutilamos la mitad—Con respecto al humor, no me interesa el gag de la cáscara de plátano, sino la dislocación de la realidad a través de una formulación imprevista o de un razonamiento imprevisible. Mis humoristas favoritos se llaman Borges o Nabokov. Para mí el humor consiste en establecer con la vida una relación razonable y equilibrada. Una relación de distanciamiento que me permita interpretarla con más cercanía. La solemnidad te lleva por lo general a la grandilocuencia y al tremendismo. La vida es fascinante y a menudo puede resultar terrible, pero también es bastante absurda y ridícula. Si prescindimos del humor, le mutilamos la mitad.—¿Cómo ha sido el proceso de escritura? Teniendo en cuenta la situación del mercado editorial y los índices de lectura, y el hecho al parecer incontrovertible de que los libros duran cada vez menos en las librerías y caen luego a esa librería de fondo sin fondo que es la red, perdóname que te pregunte: ¿merece la pena?
—Esta novela me ha llevado 7 años. Ha habido periodos de abandono. Rachas en que estuve a punto de darme por vencido. Incluso hubo una primera versión que deseché casi por completo. En un principio, le calculé unas 250 páginas. Se me ha ido a las 500, lo cual dice muy poco de mi capacidad de cálculo. Me temo que hay algo patológico en esta tarea: pasarte 7 años trabajando en un libro que, con un poco de suerte, va a estar un par de semanas en las mesas de novedades y del que al cabo de tres meses no me acordaré ni yo… Me temo que eso de la vocación es un concepto revisable. Habría que rebajarle un poco el prestigio. Tiene mucho de idiotez, de falta de sentido de la realidad.
—Las novelas se leen solas, pero es inevitable emparentarlas con otras obras del autor, como si perteneciesen a un relato mayor. ¿Cómo emparentarías El azar y viceversa con tus otras novelas?
—Cuando la leí en pruebas de imprenta, me di cuenta de que esta novela es una especie de crisol de mis novelas anteriores, desde Chistera de duende, la primera que publiqué, hasta Mercado de espejismos, pasando por Humo —que es el peor libro que he escrito— y, en la parte de infancia, por La propiedad del paraíso. Pero, sobre todo, tiene mucho que ver con El novio del mundo, aunque en un registro muy diferente. El protagonista de aquella era una especie de pseudofilósofo delirante, mientras que el de esta es más bien un aturdido. Alguien que se ve obligado a interpretar el mundo menos por afición que por necesidad.
Ganarse la vida
El azar y viceversa
Felipe Benítez Reyes
Destino
500 páginas | 21 euros
La necesidad es el motor del protagonista de la nueva novela de Felipe Benítez Reyes, casi diez años después de su novela anterior, Mercado de Espejismos. Bebiendo en las todavía eficaces aguas de la novela picaresca, nos presenta a un personaje que logra el proceso alquímico gracias al cual la literatura —hecha de memoria— consigue convertirse, para los lectores, en memoria —hecha de literatura—. El viejo oro de los maestros.
Nos topamos nada más empezar con una voz que transforma su vida en un relato. Eso es contar: poner orden en el caos de sensaciones, emociones y recuerdos. Escrita con pulso envidiable, El azar y viceversa divierte y emociona, y nos retrata a un “yo” tratando de pastorear sus circunstancias: un pueblo extraño, la Rota de los yanquis, una década psicodélica, una emoción política a la que, inevitablemente, se le bajan los humos, un constante “ganarse la vida”, por raro que parezca que la vida haya que ganársela. Dice FBR que su novela es un crisol de sus novelas anteriores, y es cierto. En sus novelas, sus personajes esenciales tienen siempre una herramienta con la que interpretar el mundo: la perplejidad. Si en El novio del mundo el protagonista inolvidable llevaba la perplejidad a teorías filosóficas produciendo una de las obras más desopilantes de nuestra narrativa reciente, la perplejidad con que nos encontramos en El azar y viceversa es casi una imposición del mundo y la época que le tocan vivir al protagonista. El resultado es una novela, por decirlo con una frase de Umbral, “monumental como un vaso de agua”: es decir, monumental como toda vida convenientemente destilada en un relato para satisfacer una sed.