Un aire de mito
La fruta de los mudos
José Luis Rey
Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla
Visor 180 páginas | 12 euros
La fruta de los mudos, último poemario de José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973), se reviste, de pronto, con un aire de mito. Estos versos cultivan esencias de la poesía contemporánea, los mandatos, lanzados a principios, mediados y segunda mitad del siglo pasado, por Yeats, Eliot, Pound, Stevens, Cernuda, Crane, Paz, Borges o el mismo Pere Gimferrer, a los que indudablemente pueden añadirse otros nombres, aunque no muchos más. Los rigurosos materiales poéticos de Rey ya se venían anunciando en sus anteriores títulos, a destacar La familia nórdica o Barroco, donde el poeta comenzaba a seleccionar del desván de su pensamiento una doble acción simbólica, un lenguaje común tocado por la gracia, fermento de elevación estética que ahora se ha consolidado y que sitúa a este autor como legítimo heredero de la regia estirpe señalada.
Se abre este libro con un poema largo, “La Hansa”, título extraído de una antigua asociación de gremios comerciales que también inspiraría, aunque en otra geografía —los Balcanes—, y en otro género —el ensayo—, el Danubio de Claudio Magris; y es que ambos practican una escritura en fuga. La Liga Hanseática infunde a José Luis Rey un poema-río, épico, ambicioso, o quizá, a causa de sus profundidades abisales, un poema océano, donde se acumulan los caudales sensitivos de un periplo idealizado; por ese motivo, estos versos se fijan como brillantes pecios, creando atmósferas condenadamente únicas.
Este poema también simboliza el dificultoso reconocimiento del poeta con el mundo que le circunda. Nada más iniciarse nos atrapa su rítmica gravedad: “Entonces vi los barcos de tu gloria / las carrozas del mar atravesando Hespérides / y sus ruedas con ojos. Entonces vi tu ver.”; desde ese momento, nos atrapa la aventura especulativa: “Oh María Antonieta de los cíclopes / por ti trazamos rutas, por ti fletamos barcos, que viajan con la mente repleta de tesoros…”; “La Hansa” se instituye como un poema total entre orillas frondosas, a lo Hölderlin, compendio de palabras que simultáneamente buscan unidad y pureza: “a un vientre volveremos a través de las rutas”, versos que reflexionan sobre la finitud, ecos de una modernidad espinosa, elegante tributo épico: “Muy pronto no diremos nada más / y sin embargo, en el fin del lenguaje estará tu principio”; y prosigue esta ruta donde la Historia encaja como anillo al dedo: “Aprenderemos así a gastar mucho. / Y tú, rica heredera, cada vez pierdes más, / como una Arnolfini atrapada en su espejo.”; en esa línea citamos: “Es tan triste el azul / que no sabe su gloria carolingia”, “Oh estirpe de los náufragos, yo os canto, / Burgueses del dolor de lo más blanco”, o “Heráldica amarilla del verano”, entre variadas alhajas de rareza inefable. Puede afirmarse que el importe excesivo de La Hansa, se equilibra con creces al convertirse en una peregrinación de carácter universal.
En La fruta de los mudos la huida se complejiza; así los fariseos habitan un lejano faro verde; en la abadía de Cluny “Los monjes en su blanco submarino / atraviesan el fondo de la luz”; “De noche el nadador vuelve a la nada”; se pide a “los niños educados en Oxford” que jueguen a ser vulgares y a los conspiradores “con peluca empolvada” que murmuren “hay que cambiar las cosas” sabiendo que jamás “podrán ver los blancos frutos de su noche erudita”; se impugna la “cháchara volante” de los alquimistas y habrá “un Juego de Pelota para los tres estados, los vivos, los muertos y los que no han vivido ni han muerto como yo” mientras “los violinistas cosen el aire… pues solo hay dos idiomas: la música y la muerte”
El poeta sentencia: “Mi alfabeto será la suma de los siglos”. Y llegamos, por fin, al último puerto voz: la voz de José María Rey no es culturalista, si acaso culterana, inteligente, heterodoxa y clásica a la vez. Convengamos que se trata de un escritor muy por encima de su época.