Villena se contempla por dentro
El fin de los palacios de invierno
Luis Antonio de Villena
Pre-Textos
376 páginas | 27 euros
La auténtica medida de la vida es el recuerdo”, dijo Walter Benjamin y es la cita que Luis Antonio de Villena coloca como frontón del templo de sus memorias El fin de los palacios de invierno (Pre-Textos), un libro que forma parte de un proyecto memorialístico que incluirá al menos otros dos volúmenes. Conocido como gran poeta y como memoria viva de nuestra literatura reciente, Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) es un poliédrico autor de ensayos, biografías y de un periodismo de excelencia que cada vez es más raro en los periódicos líquidos de nuestra época. Villena ha construido ya el edificio de nuestra memoria literaria porque conoció a todo el mundo y estuvo en todos lados. Pero no es solo eso, es un hombre vivido y leído. Ahora fija algunas de esas historias para regocijo de los que amamos la intrahistoria literaria como reveló en Lúcidos bordes de abismo. Memoria personal de los Panero (Fundación José Manuel Lara). En estas memorias completa episodios curiosos como los de su amistad con Aleixandre así como las confesiones sobre los ‘amores oscuros’ del poeta, de Cernuda o de Lorca.
En este libro está el Villena testigo de ese mundo pero también el hombre que en su madurez sabia se para a pensar y mira su pasado, lo cuestiona, reflexiona. El fin de los palacios de invierno es un libro no solo testimonial, es un tratado de la vida, una biografía desentrañada, un mirarse por dentro abismal y deslumbrante. Un fabuloso ejercicio de vida y literatura. Se desnuda Villena ante el lector y lo hace cómplice de su mirada de extrañeza ante “las vidas que pudimos tener”. Se asoma a las encrucijadas de la vida cuando no tomamos el camino posible. Por eso este libro se puede considerar a ratos como un ejercicio de casi ficción, unas no-memorias, una contrautobiografía o una ucronía memorial.
Confiesa Villena su perplejidad de lector de memorias que se enfrenta a la escritura de las propias, que sabe que la infancia se reconstruye como un paraíso en el que refugiarse, aunque él desvela que la suya no fue feliz. Es un niño que repasa la arqueología de sus juegos, los inviernos de grandes nevadas, los veranos de moscas, el lejano sabor del regaliz. Pasea el niño doliente y triste que sufre lo que hoy llamaríamos acoso escolar y aparece el estudiante que piensa, apareciendo así la felicidad solitaria pero también el dolor de la lucidez.
Y luego la reconstrucción de la historia familiar: el tío Mario, el primo Felipe, la abuela Úrsula, sus padres. Porque en la crónica privada de toda familia aguarda una gran novela. Una novela con un fondo de lugares como el chalé de sus abuelos en Chamartín donde lo mandan para que no asista a la muerte lenta del padre. Lecciones de tinieblas que el niño intuye entre sus vagos recuerdos. Abismal reconstrucción del dolor a través de ese rompecabezas. Y luego la galería de amigos perdidos como José María Martín Triana cuya vida de fracaso narra de forma prodigiosa, sus inicios en el periodismo o un viaje a Venecia cuando camina solo por las calles llenas de niebla.
Junto a estas memorias Villena acaba de publicar un nuevo libro de poesía, Imágenes en fuga de esplendor y tristeza (Visor), porque es un escritor prolífico. Hay mucha gente sensata que no se distrae con esta vida de urgencias banales, de fragmentarismo, de cápsulas de información en redes sociales. Gente que lee, piensa, vive y escribe y por eso le salen libros, muchos libros, oportunos y brillantes. Ni más ni menos que eso.