El vaho en el cristal
Manual para mujeres de la limpieza
Lucia Berlin
Trad. Eugenia Vázquez Nacarino
Alfaguara
432 páginas | 20,90 euros
Es absolutamente imposible que pueda decir todo lo que me gustaría decir sobre el libro de Lucia Berlin con el espacio que cuento, así que de antemano tengo que confesar que esta reseña parte del trauma de la amputación. Y del deslumbramiento. Lucia Berlin fue una escritora estadounidense, muy guapa, con una vida tan atípica como muchas otras. En los relatos de su Manual para mujeres de la limpieza, ella se fotografía desde todos los ángulos posibles. Fotografía su escoliosis, su malestar, las vicisitudes de una familia estadounidense en la que reconocemos la historia de un derrumbe. O una mala raíz. Poliédricamente, mezclando a ratos la realidad con las hipótesis de la ficción, deformando los nombres y sometiendo la realidad a esa transformación que siempre es inevitable cuando se utiliza el lenguaje literario, Berlin se recuerda a sí misma, sus matrimonios, la enfermedad de su hermana Sally, los oficios que hacen de ella la mujer que es —señora de la limpieza, recepcionista de hospital, profesora de talleres literarios…—, la relación con una madre alcohólica a la que poco a poco irá entendiendo mejor desde la mala conciencia de que la historia se repite, desde la mala conciencia de ser una mala madre y a la vez desde el pequeño sentimiento exculpatorio de ser hija de una madre que le transmite un perverso sentido del humor, la adicción etílica y un modo sucio de mirar las cosas. La narradora de estos cuentos lucha contra lo que es y, al mismo tiempo, lo ama. “Pobrecita, pobrecita” dice Sally cuando evoca a su madre; la narradora afirma que, por el contrario, ella no tiene compasión. Pero miente, porque una de las señas de identidad de la escritura de Berlin es una inmensa compasión que logra que sus cuentos salgan del territorio a menudo narcisista de la autobiografía para meterse de lleno en lo social: así sucede en la historia de la pobre inmigrante de “Mijito”, pero también en esos relatos donde las experiencias de la narradora o de los personajes son las de todas las mujeres que habitan en Lucia Berlin y en todas nosotras, sus lectoras.
Los textos no se empeñan en construir un personaje, sino algo mucho más radical desde el punto de vista literario: indagan en la construcción de una mirada que busca desesperadamente el lado luminoso de la vida desde la conciencia permanente de la muerte y de la destrucción. “La muerte cura, nos dice que perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos” explica la mujer de la limpieza que narra “Lutos”. En las narraciones siempre hay una soterrada reflexión sobre el ensamblaje de las adicciones físicas, la marca hereditaria y la dependencia sentimental, y la lucha agónica por no hundirse: una oscilación, tan sexual como ciclotímica, que lleva del entusiasmo a la tristeza y de nuevo al entusiasmo con una prosa llena de energía, de sentido del humor, de una combinación perfecta entre lo delicado y lo truculento, lo divertido y lo elegíaco. La vida y la muerte se producen en el mismo momento y Lucia Berlin dibuja lo grotesco y lo melancólico que pasa inadvertido: echa vaho en el cristal, calienta el papel, y aparecen los trazos marcados con tinta invisible. En el trayecto quedan algunos cuentos inmejorables: “Manual para mujeres de la limpieza”, “Estrellas y santos”, “Toda luna, todo año”, “Penas”, “Apuntes de la sala de urgencia”, “A ver esa sonrisa”, “Inmanejable”…