El dolor inútil
Patria
Fernando Aramburu
Tusquets
648 páginas | 22,90 euros
Como una flecha al centro de la diana se dirige Patria. Directa. Nada la desvía de su objetivo. Ni tiempo ni espacio se gastan en anécdotas o ambientes laterales por la resolución de Fernando Aramburu de ir al grano inmediatamente. Los tres primeros de los 125 breves capítulos de la novela hablan de la familia de un asesinado por ETA. El cuarto muestra otra familia, la de un terrorista. Las dos facciones del drama están ya ante nuestros ojos. Las concentradas secuencias narrativas van dando cuenta de forma más o menos alternada e independiente, no a la vez, de la vida de unos y otros. Así ocurre a lo largo del grueso libro, excepto en el apartado último, donde se quiebra el desarrollo argumental y se fuerza el emparejamiento artificioso de las dos líneas anecdóticas. No digo que la situación no sea verosímil, pero rompe en exceso la realidad que ha mostrado la novela. La mirada de Aramburu acerca de ETA, sobre las víctimas y los verdugos, sobreviene determinada por un didactismo moral que prefiere proponer la concordia, siquiera sea por caminos silenciosos, al enquistamiento del odio.
Las dos familias tuvieron antaño un trato íntimo. La trama argumental reconstruye las relaciones desde el presente de la novela que coincide con el anuncio por la banda terrorista del cese de la lucha armada. Un suceso, una vivencia o un estímulo del ayer se convierten en magdalenas proustianas que facilitan la recuperación de las historias familiares en su integridad. El recuerdo constituye el gran procedimiento literario mediante el cual Aramburu rescata la complejidad del drama que ha vivido su tierra natal, el País Vasco, durante decenios. Con ello reincide en uno de los asuntos primitivos de su literatura, la violencia. Y enlaza con un conjunto suyo de cuentos de hace diez años, Los peces de la amargura, donde ya abordó los efectos del terrorismo abertzale.
En realidad, Patria es como una reescritura de aquellas impactantes narraciones de las cuales resulta fácil percibir ecos en las situaciones o personajes nuevos. Pero la diversidad de técnicas narrativas y la variedad de las anécdotas de los cuentos se someten ahora a un criterio unitario. Aquí, en Patria, hay un acorde formal básico, una estructura encadenada de comportamientos humanos caracterizadores que tiene la voluntad de recrear el humus colectivo del terrorismo con valor generalizador. Más que hacer la crónica de la violencia colectiva, que también, Aramburu ofrece una representación global del mundo ceñida a esas circunstancias sociales y políticas concretas. El gran reto para el autor radicaba en sortear el maniqueísmo y lo ha superado esculpiendo un retablo humano de dimensiones reducidas con figuras que asumen las variantes del alma y los matices que caben en ella. En el retablo encontramos desde el fanatismo a la templanza, desde la bondad a la intransigencia. Aramburu recrea con singular intensidad los desgarradores efectos del terror en las personas e inserta los casos particulares en una atmósfera colectiva en la que destaca con gran plasticidad el amedrentamiento social. Cuenta historias particulares magníficas, duras, producto de una minuciosa observación de las conciencias, tejidas con vileza, miedo, fracaso, ansias de vivir… Y todo se entrelaza en un rotundo leitmotiv, verdadera tesis del libro: cuánto dolor inútil ha causado la enajenación ideológica.
Aramburu alcanza con Patria la cualidad que atribuía Balzac a la novela de ser la historia privada de las naciones. Mayor mérito habría tenido hace años este implacable testimonio con efectos de catarsis colectiva, pero más vale que llegue tarde que nunca.