Una botánica del alma
Retratos de mujeres
Sainte-Beuve
Trad. José Ramón Monreal
Acantilado
432 páginas | 22 euros
Su nombre está asociado a las notas fragmentarias de Contra Sainte-Beuve, embrión de la monumental Recherche, donde Proust arremetía contra el famoso método “botánico” que su predecesor había aplicado al estudio de la literatura y aún hoy se cita como paradigma de las interpretaciones en clave biográfica, pero Charles-Augustin Sainte-Beuve, autor prolífico y más reconocido por su dedicación a la crítica que por sus obras de creación, fue un prosista pulcro y elegante al margen de sus discutidas ideas estéticas. Reivindicado a contracorriente por Harold Bloom, enemigo declarado de las escuelas que lo han puesto en entredicho, Sainte-Beuve pensaba que entender al hombre —o a la mujer, como es el caso de estos Retratos— resulta obligado a la hora de arrojar luz sobre su trabajo literario, una concepción en efecto devaluada pero no, como querrían los partidarios de la absoluta autonomía del texto, completamente infecunda.
El propio Proust, que en el fondo lo admiraba, describe el intento de Sainte-Beuve de crear una “historia natural de los ingenios” —que para Taine era la única manera de acercar las ciencias morales a las ciencias positivas— de acuerdo con una división en familias en las que se inscribirían los talentos singulares, para analizar los cuales era indispensable recopilar toda la información —sobre los autores, su carácter o sus circunstancias— que pudieran aportar ellos mismos o sus contemporáneos. La obra, sin embargo, argumentaba Proust en sus razonables objeciones, “es el producto de un yo distinto del que se manifiesta en nuestros hábitos, en sociedad, en nuestros vicios”, pues en realidad —concluía con acierto— la identidad de un escritor solo se muestra en sus libros. Los de Sainte-Beuve, con todo, especialmente sus portraits, dan fe de un talento extraordinario para el retrato de caracteres, oficio no menor en el que brilló aquel antiguo estudiante de medicina que se definía como “naturalista de las almas”.
Prologadas por Benedetta Craveri, estudiosa del XVIII, biógrafa de madame Du Deffand y autora de un ensayo fundamental sobre La cultura de la conversación (Siruela), las semblanzas reunidas en Retratos de mujeres —dos ediciones originales en 1844 y 1870— recogen una selección de las muchas que escribió Sainte-Beuve, dedicadas aquí a trece influyentes autoras, corresponsales o anfitrionas que abarcan la edad de oro del salón literario, desde madame de Sévigné, que redactó sus maravillosas cartas todavía en el Grand Siècle, hasta madame Récamier, ya en la edad romántica a la que perteneció, más por imperativo biológico que por afinidad o temperamento, el propio retratista. Las citadas u otras asimismo célebres como La Fayette, Geoffrin, Pompadour, Lespinasse o Staël, practicaron, como dice Craveri, “un arte de vivir inseparable del arte de bien pensar y de bien decir”, ejerciendo como modelos de la sociabilidad del Antiguo Régimen —mundana, artistocrática, entregada al ocio, el ingenio y la galantería— hasta mucho después de la sacudida revolucionaria.
La capacidad analítica, la intención moral y un tono aunque refinado, deliberadamente coloquial, alejado de la enfadosa grandilocuencia, caracterizan unos perfiles que señalan el indudable protagonismo de las mujeres en la cultura francesa no académica, donde ocuparon espacios importantes y no solo en calidad de salonnières. Sainte-Beuve, afirmaba Proust, se movía en la superficie y ponía o rebajaba la literatura “al mismo nivel que la conversación”, que era justo el ideal al que aspiraban muchas de sus retratadas en escritos o epistolarios. Quizá sea esa manera de concebirla —ligera, anecdótica, chispeante, escrutadora— lo que cifre el encanto de su labor como crítico.