Mujeres espías
Por ejemplo, los espías masculinos siempre han sido señores de lo más corriente, con pinta de funcionarios respetables y sin ningún tipo de encanto personal. Puede que eso se deba a que no existían mujeres en los centros de poder a quienes pudieran seducir, o también a que las mujeres somos menos fogosas y más desconfiadas. No lo sé, pero la clásica vía de belleza más sexo en el caso de los hombres espías no ha dejado huella en la historia real ni en la ficción. Y mira que sería un tema goloso para inventar sobre él, aunque difícil, lo reconozco. ¿Qué tipo de hermoso varón hubiera sido necesario para volver loca a Condoleezza Rice? ¿Un fornido jugador de baloncesto? ¿Y a Margaret Thatcher? ¿Un joven idealista neoliberal de buen aspecto? ¿Qué me dicen de Angela Merkel? Habría que internarse en la ciencia ficción para hacer creíbles estos ejemplos o decididamente colocarlos en una novela de humor donde se ridiculizaran los tópicos.
Sí, las irresistibles mujeres espías no dejan de ser un tópico quizá ya superado por los tiempos modernos. Pienso que un buen pirata informático o un descodificador de claves deben de dar mucho más juego en la actualidad. Y es una pena, por supuesto, ya que se pierde el romanticismo, la emoción del vis a vis y el morbo sexual, todos ellos elementos clásicos de los relatos intrigantes. No solo eso, también pasa a la historia una auténtica enseñanza: la debilidad humana. Detrás de toda gran espía amatoria, hay un hombre engañado. Lo que ocurre en el interior de esos hombres es bonito de verdad: la fuerza del instinto, capaz de anular toda prudencia, ese dejarse llevar por la pasión sin levantar barreras cautelares, el convertirse en un niño cautivo del placer. ¡Eso eran hombres, demonio, débiles e indefensos por una vez! El factor humano, que decía Graham Greene. Temo que hoy día los hombres con secretos de Estado deben de ser tecnócratas más fríos que gusanos, y así no puede ser.