Cinco notas sobre la guerra de propaganda
Como los conflictos de Irak y Siria o la ofensiva yihadista, la batalla entre nazis y soviéticos o entre los dos bloques durante la Guerra Fría se libró también en el plano de la información y las ideas
1Recuerdo aquellas noticias alarmantes según las cuales el ejército de Irak era el cuarto más poderoso del mundo y una amenaza para la región y para la Humanidad en general (pero no, como se vio, para el ejército invasor); las grotescas y repetidas visitas de los inspectores de la ONU en busca de armas de destrucción masiva… Echando ahora una mirada retrospectiva me quedo perplejo: cómo es posible que (algunos) leyésemos todas esas patrañas y que aceptásemos que una invasión a sangre y fuego se llamase “Libertad duradera”…Nunca me hubiera acabado de creer la naturaleza puramente cínica de esos escrúpulos virtuosos para justificar “Libertad duradera” si no hubiera aparecido en televisión el presidente de los Estados Unidos, George Bush, en una película humorística que se proyectó en la cena anual de los corresponsales de radio y televisión. Se veía a Bush en el Despacho Oval, a cuatro patas bajo su escritorio, diciendo: “Esas armas de destrucción masiva tienen que estar en algún sitio”… Luego buscaba en un armario, “No, aquí no hay armas, quizá aquí abajo”… Los periodistas se tronchaban.
2Cuando Obama quiso también destronar a su tirano, eligió al pérfido Assad de Siria. Para cargarse de razones mencionó unos gases letales con los que Assad asfixiaba a sus propios súbditos. Aunque sonaba a la reaparición de las “armas de destrucción masivas” posiblemente hubiera colado y hoy Siria ya estaría en manos del Estado Islámico, si Putin no se hubiera opuesto con firmeza y si no hubiera entrado en el escenario otro quantum de contrapropaganda: el vídeo en el que un comandante “rebelde” llamado AbuSakkar abría en canal el cadáver de un enemigo y dándole un mordisco al corazón juraba que eso mismo lo iba a hacer con todos los partidarios de Assad que pillase. Aquellos “rebeldes” daban más miedo que el mismo régimen…
3Para Occidente la bestialidad primitiva resulta intolerable —preferimos las armas “limpias” y los muertos invisibles—, y no hubiéramos imaginado que para otros es un excelente banderín de enganche. Los videos de degollamientos, fusilamientos y decapitaciones de prisioneros que periódicamente cuelga en la red el Estado Islámico son elocuentes para aterrorizar al adversario, y también para seducir a potenciales adeptos en las ciudades occidentales, que los contemplan con deleite y con la sensación de participar, siquiera pasivamente, en un acto de venganza y de justicia finalmente “real” entre tanto simulacro y frustración. La voz en off que en esos videos acompaña y explica las ejecuciones “es de una nobleza de tono y de fraseo que choca con todo lo que suele oírse en Internet, el tuteo informal que practican los ciudadanos reporteros: los publicistas yihadistas casi copian la exigente dicción del recitado coránico”, un recitado que es puro arte sacro. Estas sensaciones son realzadas y enriquecidas por el sentimiento de superioridad que suele conferir la clandestinidad y la transgresión hacia lo prohibido. El lingüista francés Philippe-Joseph Salazar lo analiza así en Palabras armadas, su libro sobre cómo el Estado Islámico está ganando la guerra retórica porque no nos queremos presentar en el campo de batalla de la propaganda. 4En los años de entreguerras se libró en Europa una gran guerra de propaganda entre Moscú y Berlín. Willi Münzenberg, jefe de propaganda para Occidente de la Komintern (la Internacional Comunista) se disputaba los corazones de los europeos con el ministro alemán de Educación y Propaganda Joseph Goebbels, dos reyes de la información, la contrainformación y la desinformación que tenían a su disposición grandes recursos financieros, periódicos, agencias de noticias, editoriales, antenas de radio, e inventaron sobre la marcha las pautas de la propaganda moderna. Ambos fallecieron de manera trágica: por orden de Stalin Münzenberg fue asesinado en 1940 en un bosque, por sus propios camaradas, con los que acababa de evadirse de un campo de concentración francés; y pocos años después Goebbels se suicidó a la puerta del búnker de la Cancillería del Berlín ya tomado por los ejércitos rusos.A principios de los años treinta y durante toda la guerra Goebbels fue un orador muy convincente para oídos no excesivamente exigentes, como suelen ser los de las masas; su voz se iría haciendo más ominosamente agresiva según avanzaba la guerra y se aproximaba la derrota, mas al principio era “elegantemente destilada, tersa, disciplinada”, según Jünger, que dejó muy pronto de escucharla porque tanto en público como en privado Goebbels prodigaba los clichés; pero ¿qué otra cosa es la propaganda en los mítines sino la destilación melodiosa de clichés eficientes?
Doctor en Filosofía por la universidad de Heildelberg, escritor frustrado que no llegó a publicar, el ministro puso todas las herramientas culturales al servicio de la propaganda. En cambio Münzenberg no tenía formación académica, era “de aspecto tosco, solo hablaba alemán, era incapaz de escribir un párrafo coherente”, según cuenta en sus memorias Koestler que trabajó durante algún tiempo a su servicio, en París, y le admiraba. Willi era en persona tosco, pero también era un generador de ideas que realizaban sus colaboradores a través de organizaciones y suborganizaciones cuya naturaleza real estaba enmascarada tras sus objetivos benéficos, solidarios, caritativos, en favor de causas nobles, y que iban insinuando en amplias capas de la burguesía europea la simpatía hacia la URSS y el marxismo-leninismo. La activista comunista Ruth Fischer, cuando cambió de bando, le reconoció sus méritos: “el éxito con que se difundieron las tendencias comunistas entre socialdemócratas y liberales, los millares de escritores y pintores, de médicos y abogados que cantaron una versión diluida de las directrices de Stalin, todo eso tiene sus raíces en la Ayuda Internacional de Willi Münzenberg”.
Se dice que uno de los fichajes de Münzenberg para el espionaje soviético fue Kim Philby, el más talentoso y eficiente de los “cinco de Cambridge” infiltrados en los servicios secretos británicos, que pasó ingente cantidad de información a Moscú y llevó a la muerte a docenas de sus camaradas antes de ser descubierto y fugarse a la URSS.
5Ya que no en la realidad —dimensión en la que Philby le causó daños prolongados e irreparables—, Gran Bretaña se vengó en la ficción, con las novelas y las exitosas películas de las aventuras de James Bond, donde los espías soviéticos y búlgaros con los que se enfrentaba este agente de Su Majestad Británica, omnipotente y pertrechado con avanzadísimos artilugios técnicos que subliminalmente venían a celebrar la superioridad occidental en el dominio del mundo material y de los bienes de consumo, eran malísimos y siempre perdían. El mismo año en que Philby se fugaba a Moscú se estrenó Desde Rusia con amor, la segunda película de la serie Bond. El poder seductor y desmoralizador de aquellas novelas y películas llegó a preocupar tanto a la KGB que encargó al novelista búlgaro Andrei Gulyashi que crease un héroe comunista para plantar cara y darle su merecido a Bond.Gulyashi se aplicó a la tarea y escribió la novela Avakum Zhakov contra 07 (“07”, y no “007”, para driblar el copyright británico y la denuncia por plagio). Esta vez el secuestrador de un científico despistado y genial, el asesino sin escrúpulos, no era un agente soviético: era James Bond, que adecuadamente perecía, derrotado en la última lucha contra Zhakov, precipitándose al abismo desde un iceberg en la Antártida. Son como niños.