El nervio de la reforma
Las efemérides no conmemoran solo a las personas, sino también los valores, y desde este punto de vista el tercer centenario del nacimiento de Carlos III debería servir para rendir homenaje a la generación que encarnó el espíritu ilustrado en un país largo tiempo refractario a las ideas modernizadoras, asumidas por un monarca que ha sido calificado como el mejor alcalde de Madrid pero cuyo legado, heredero del impulso de Felipe V, va mucho más allá de la transformación urbanística de la capital de España.
Entrevistado por Eva Díaz Pérez, el historiador Roberto Fernández, reciente autor de una monumental biografía de Carlos III, define al rey como verdadero “nervio de la reforma”, naturalmente limitada a los parámetros que imponía la mentalidad del Antiguo Régimen pero partidaria, sin dejar de ser absolutista, de abrirse a los nuevos aires que circulaban por toda Europa. El crecimiento de la economía, el fomento de las ciencias y las artes, el embellecimiento de las ciudades o una relativa renovación del cuerpo social, aunque tanto la nobleza como la Iglesia conservaron sus privilegios, forman parte del haber de una política que en el exterior orientó sus prioridades al mantenimiento de los dominios coloniales, nunca tan extensos como bajo su reinado.
Apasionado del XVIII, José Manuel Sánchez Ron vincula el imperio de las Luces, tardíamente importadas, a la instauración de la dinastía borbónica que propició la creación de las Reales Fábricas, impulsó la arquitectura y fundó numerosas instituciones dedicadas al estudio de la naturaleza, la tecnología o la mejora de las condiciones de vida, además de promover ambiciosas expediciones —como la célebre de Malaspina— que exploraron y cartografiaron los territorios de ultramar, recogiendo información muy precisa en todo género de disciplinas. De las letras se ocupa Alberto Romero Ferrer, que señala el relevante papel desempeñado por ilustrados como Olavide, Jovellanos o Esquilache en las reformas de Carlos III, el “novedoso maridaje” entre la literatura y la política, la incorporación de la prensa a la vida social —con la consiguiente aparición de la opinión pública— o la importancia del teatro como transmisor de ideas, en el marco de una batalla que enfrentaba a los defensores de la modernización, tachados de extranjerizantes, con los reaccionarios o los adeptos al casticismo.
Pero antes de subir al trono de España, Carlos III fue rey de Nápoles y Sicilia, donde todavía hoy es recordado como el sabio gobernante y mecenas que devolvió a sus súbditos italianos la condición de reino independiente. Como señala Luisa Castro, la memoria del monarca, celebrada este año con grandes fastos, está asociada al esplendor de la corte, los suntuosos edificios o el descubrimiento y excavación de las ruinas de Pompeya y Herculano, a las que destinó elevadas inversiones. Esta preocupación por la cultura, extensible al ámbito de la educación o el bienestar material, se reflejó asimismo en la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, presentes tanto en la península como en América y cuyo primer objeto, explica José María Ruiz Povedano, era la difusión de los principios ilustrados. Reclutados entre las élites conforme a las directrices trazadas por Campomanes, sus miembros atendieron a las llamadas “ciencias útiles” y al progreso general de comunidades donde predominaban el atraso y la ignorancia, de acuerdo con una concepción paternalista que no cuestionaba el despotismo pero trataba de guiar al poder en la dirección del buen gobierno.