El espanto de los vínculos
La ascendencia
Alexandre Postel
Trad. Delfín G. Marcos
Nórdica
140 páginas | 18 euros
Alexandre Postel es un joven escritor francés que con Un hombre al margen obtuvo el premio Goncourt a la primera novela en el año 2013. En La ascendencia mide la distancia que separa el significado de los verbos transmitir y comunicar: transmitimos señales de televisión, enfermedades, la propensión a la calvicie; comunicar parece ser otra cosa. La indagación semántica se lleva a cabo en los términos casi naturalistas de la carga hereditaria hoy convertida en mapa genético: los padres nos transmiten el cáncer de colon, pero a veces ni nos comunicamos ni nos conocemos. En realidad, puede que ese conocimiento sea del todo innecesario.
Postel concibe un marco narrativo en el que una voz comienza a escribir por sugerencia de un psiquiatra: tanto en esta elección, como en la economía estilística, detectamos algo de la sofisticada naturalidad de los talleres de escritura. El desencadenante de la narración recuerda al de La conciencia de Zeno, pero frente al fatalismo a ratos cómico del personaje de Svevo, aquí se filtra la voz de un personaje, a la manera del Meursault de Camus, que igual que el narrador de El extranjero resulta poco emotivo tras enterarse de la noticia de la muerte del padre. Tan solo decide que no debería dejarse llevar por el sopor. El protagonista, que con esas reflexiones expresa la impertinencia de su actitud y la necesidad del disimulo, subraya su falta de empatía al fijarse en la fauna humana que le rodea: tal es el caso de un profesor que parece respirar “a propósito”. Con detalles como este Postel fuerza a los lectores a solaparse con el inadaptado punto de vista del narrador y a inventariar todos aquellos comportamientos, ritmos y pulsiones físicas, que deberían ser espontáneos y que, pese a todo, pueden estar sujetos a la tabla gimnástica de la conciencia. Pensar en la respiración nos invita a asfixiarnos con una prosa tan aparentemente neutral como desapegada. Se apunta hacia la extrema soledad del individuo en un entorno natural y social siempre hostil donde uno solo puede tener el privilegio de ser odiado o de inmolarse. De experimentar con fuerza la náusea. Hasta ahí las hipótesis existencialistas de una novela de prosa limpia y mirada sucia que pronto cambiará de género.
Porque, por debajo de la marca de la casa de una literatura nacional, surge la intuición del terrorífico cuento de hadas que siempre comienza cuando la relación entre un padre y un hijo se aborda psicoanalíticamente. El relato tantea entonces la hipótesis de los padres monstruosos y, en ese intento, la imaginación siempre se queda corta: inspector de Hacienda, pescador con caña, comedor de eclairs de café… A la voz narrativa comienzan a preocuparle los asuntos que suceden bajo tierra y entonces la historia se agarra a las tripas de un lector que se pregunta, como poco, cuál es la naturaleza de nuestras relaciones familiares. Postel sabe cómo graduar el interés y la angustia. No da puntada sin hilo: el narrador solo podía trabajar en una tienda de móviles y la levedad de la palabra funciona como contraste trágico de todo lo que se esconde por debajo de ella. En los sótanos de las viviendas normales y por detrás de los relatos simples. Postel aborda el espanto de los vínculos leves en una sociedad ultracomunicada y a la vez todo se torna naturalmente siniestro cuando sentimos que el vínculo más fuerte, el de la herencia, es la mácula de una trampa, de un engaño. Sin embargo, por nada del mundo renunciaríamos a ella. El rostro del hijo, el del padre y nuestro propio rostro se funden en una misma máscara. En La ascendencia, como en El extranjero, no hay escapatoria.