El secreto de sus ojos
El asesinato de Sócrates
Marcos Chicot
Finalista Premio Planeta 2016
Planeta
768 páginas | 21,90 euros
No solo es una gran aventura épica de batallas terrestres y navales narradas con vigoroso detalle. Es también una intriga de vericuetos casi policiacos con víctima y sospechosos. Es un laberinto de amores amenazados o directamente machacados por la tragedia. Y un viaje en el tiempo para conocer a fondo las formas de la Grecia clásica, donde el saber y el horror eran dos caras de una misma moneda. Con El asesinato de Sócrates Marcos Chicot construye un ambicioso (titánico en algunos aspectos) mosaico de personajes históricos a los que concede carta de humanidad sometiéndolos a los vaivenes de unos destinos donde no hay tiempo para el aburrimiento. Tampoco lo hay en la novela. Desde que Querefonte escucha al oráculo que su admirado Sócrates será asesinado por “el hombre de la mirada más clara” hasta el inesperado desenlace en el que conocemos la identidad del asesino fluyen corrientes narrativas en las que se cruzan las intervenciones filosóficas y/o políticas en las Asambleas con los combates brutales cuerpo a cuerpo, las historias iniciáticas con los juegos de tronos, los crímenes inconcebibles con los odios sin fin. Todo ello en un escenario bélico donde Atenas y Esparta llevan la voz cortante. Un narrador omnisciente pasa de una trama a otra con hábil sentido de la elipsis y ritmo bien cargado de adrenalina, sin por ello renunciar a zonas más reflexivas o, incluso, meterse en la cabeza del propio Sócrates para hacerle más cercano y convincente como criatura de ficción. Chicot sube al lector a un carrusel narrativo en el que adquiere especial intensidad la violenta relación del despiadado guerrero Ariston con su atormentada esposa Deyanira, sin duda uno de los puntos fuertes en el plano psicológico de la novela por su condición de madre malherida, esposa humillada, mujer arrasada por el miedo y el odio.
No cabe duda de que Chicot se lo pasó en grande sacando a Sócrates de la solemnidad de los libros de historia para convertirlo en un hombre de carne y hueso que no solo sabe encandilar a las audiencias con su verbo fácil y rotundo sino que también es un soldado aguerrido y bien entrenado. Ese entusiasmo del autor se traslada al lector que entra en su propuesta libre de prejuicios y sintiéndose pronto envuelto por un vendaval de ruido y furia que, de pronto, enmudece para dar paso a escenas intimistas dominadas por el dolor de la pérdida. Esa historia de amor quizás imposible entre Perseo (el primer sospechoso como futuro asesino de Sócrates por la claridad de sus ojos) y Casandra tiene los momentos más dichosos de una obra que no renuncia en ningún momento a mostrar un mundo que, en algunos casos, se parece demasiado al actual, con sus oleadas de refugiados que huyen de la guerra. Esclavos de vidas sin valor en manos de los espartanos, ciudades sitiadas y arrasadas por una epidemia de peste, matanzas al borde del abismo, niños a punto de ser devorados por los lobos… ¡Cuánto espanto! Y en esos paisajes apocalípticos también hay declaraciones de amor a la pintura y a la literatura: emocionante la escena en la que Eurípides pasea entre tiendas con cilindros de cuero rodeados por cintas de piel anunciando autores como Homero y títulos como La odisea. O didácticos fragmentos en los que Fidias desvela los secretos del Partenón o el propio Sócrates asiste al teatro para ver cómo un actor le (mal)interpreta…
Para que no falte de nada en la recreación de aquel tiempo tan feroz y creativo hay también una escena fundamental en las Olimpiadas que sirve, en cierto modo, como pistoletazo de salida para ir cerrando las heridas de las distintas tramas y que el lector no pueda decir que solo sabe que no sabe nada sobre quién asesinó a Sócrates.