Obediencia criminal
Lección de alemán
Siegfried Lenz
Trad. Ernesto Calabuig
Impedimenta
496 páginas | 24,95 euros
Cuando el horario de trenes se descalabra, no debe ya respetarse, porque si no, los trenes chocan. Los alemanes no creen en lo que ven sino en el horario. Y le obedecen aún cuando ya no se lo creen. La obediencia de los alemanes es de imbéciles. Es criminal”. Lo dijo Erich Kästner, el creador del memorable Fabian, en 1965. Por aquellos mismos años, un escritor de Masuria llamado Siegfried Lenz se proponía hablar de lo mismo en su novela Lección de alemán. Dicho de un modo muy resumido, se trataba de mostrar a dónde puede llevar el ciego cumplimiento del Deber, así, con mayúsculas. Un tema muy alemán, rabiosamente alemán, pero fundamental para entender absolutamente todo en Alemania.
La novela de Lenz tiene como protagonista a Siggi Jepsen, un muchacho que vive internado en un reformatorio. Un buen día, Siggi es castigado a escribir una redacción con el tema “Las alegrías del deber”, y se entrega a ella con un denuedo asombroso. En ella trata de rememorar el conflicto que reunió en los primeros años 40 a su padre, Jens Ole Jepsen, policía de una villa rural en el norte de Alemania, con el viejo pintor local Max Ludwig. El celoso guardián de la ley ha recibido la orden de Berlín de impedir que Ludwig siga pintando, pues su obra resulta ofensiva para la raza alemana a los ojos de las autoridades nazis de la capital. Su determinación ni siquiera se ve afectada por el hecho de que el anciano le salvara la vida mucho tiempo atrás. Por su parte, el artista parece dispuesto a desafiar a la autoridad: “Voy a seguir pintando. Voy a pintar cuadros invisibles. Tendrán tanta luz, que no podréis ver nada de ellos”, amenaza.
Claro que Siggi, junto con su hermano desertor, Klaas, van a desempeñar un papel fundamental en el desarrollo de la historia, representando el espíritu contestatario de una nueva generación que se resiste a acatar las normas de sus mayores, códigos que les resultan poco menos que incomprensibles, absurdos. Todo ello lo va desgranando el muchacho con vocación de narrador total: lejos de ceñirse a los hechos, quiere filmarlo todo a través del lenguaje sin perder detalle, sin miedo a llenar la acción de secundarios, pasarse de prolijo o perderse en la digresión.
La Lección de alemán se convirtió en un inmenso superventas, pero gustó a pocos críticos: a la mayoría le parecía excesivo en el tratamiento —”desbordaba orillas”, como se dice en el país de Goethe— y se exponía más de la cuenta al maniqueísmo. Al final se impuso el gusto del público, y todavía hoy sigue siendo lectura obligatoria en el bachillerato alemán, pero sobre todo nos permite reflexionar acerca del modo en que una sociedad puede verse arrastrada hacia situaciones impensables: al fin y al cabo, el Tercer Reich no habría sido posible sin ese ciego cumplimiento del Deber, así, con mayúsculas.