La trampa de la normalidad
Piel de lobo
Lara Moreno
Lumen
264 páginas | 19,90 euros
No siempre es sencillo saber cuándo un autor ha venido para quedarse. La sobreabundancia libresca y la enorme cantidad de nuevas voces que emergen cada año con historias por contar, hace especialmente complejo discernir cuál de ellas tendrá ese largo aliento que proporciona un corpus vigoroso y sin quiebras. Lara Moreno (Sevilla, 1978) debutó en la novela hace apenas tres años con Por si se va la luz (Lumen), una historia ubicada en un pueblo casi deshabitado que sirve como catarsis para una pareja en descomposición. Sin esa vuelta al neorruralismo que marcó su primera obra, pero poniendo nuevamente en el centro de la mesa de disección a una pareja rota, Moreno retoma con más vigor que nunca su escritura afilada y silenciosa que contiene mucho más de lo que muestra. Lo hace en Piel de lobo, el título de su nueva novela. Una en la que apenas hay concesiones a un lector que debe enfrentarse a asuntos como los abusos, la separación, la huida. Una vida que, de tan anodina, escuece (“No es relevante el dolor cuando nadie tiene conciencia de su marca, de su silenciosa procesión”).
Lara Moreno no renuncia a una escritura de la resistencia que hunde sus raíces en las llagas que no por obvias, dejan de doler. La debilidad y el desfallecimiento femeninos en una sociedad perennemente machista se despliegan en sus páginas a través de situaciones en las que parece que nada suceda. Sin embargo, Moreno sabe que el volcán anida debajo de los gestos más contenidos. Y ese volcán es un secreto atroz que nadie debería experimentar. El sexo, en esta atmósfera tiznada de gris, se revela como un bálsamo engañoso que no restaña nada (“En cada orgasmo posterior, cada vez más separados en el tiempo, se me vino a la boca toda la pena, la melancolía, las ganas de llorar, no de gusto, sino de vacío. Lo habíamos roto. O nos había roto a nosotros”).
Dos son los personajes femeninos que sostienen la novela: Rita y Sofía, dos hermanas que se tratan como extrañas, que apenas se acompañan, que se tocan poco y van fraguando una lenta colisión. Como aquellos pintores que con un par de trazos eran capaces de mostrar paisajes detallistas, la autora construye a estos dos personajes con la técnica de la oposición y valiéndose de pocas pero vibrantes herramientas. Lara Moreno nos indica, a través de diálogos invisibles, que no siempre la normalidad garantiza vidas saludables. Es más, que la normalidad suele acoger frecuentemente a monstruos. También las casas actúan como personajes tristes en los que no cabe la alegría. Casas que alojan tantos secretos como muebles enmohecidos. Moreno consigue con Piel de lobo la consecución de una voz propia, un estilo punzante que no concede espacio a sentimentalismos, una medición exacta de la tensión narrativa, una apertura definitiva a la grieta de la transformación que supone la buena escritura.