El río de la memoria
Camino a Trinidad
José Andrés Rojo
Pre-Textos
203 páginas | 20 euros
Un viaje por la memoria del pasado. Alguien que remonta el río Ichilo desde Puerto Villarroel hasta Trinidad entre los paisajes bolivianos del Trópico. Un narrador que regresa en un itinerario fluvial que en realidad es un recorrido por la geografía de la vida. Y de todos sus desengaños. José Andrés Rojo (La Paz, Bolivia, 1958) se adentra en su primera novela, Camino a Trinidad, en la historia de un personaje que retorna a Bolivia para repetir el viaje que hizo en su juventud. Una travesía en la que reconstruye un confuso episodio del pasado: la desaparición extraña del amigo que lo acompañaba. Una novela de viaje en la que también se evocan las utopías perdidas y la historia de una familia con un fondo de época: la terrible Guerra del Pacífico que marcó a varias generaciones.
Sobria y eficiente, Camino a Trinidad se lee como una intensa novela de la memoria y en algunos momentos como un amenísimo ensayo. Con ese tono se narra la historia de la epopeya del Che y de la guerrilla revolucionaria de Teoponte que acabó trágicamente. Ese episodio en el que estuvo relacionado el narrador de la historia se relata con una interesante perspectiva del tiempo, con la lente de la distancia que nos hace preguntarnos: ¿qué fue de aquellas utopías? Pero dentro de los muchos niveles y planos que tiene esta novela también está la del encuentro y reencuentro con la lectura, con el muchacho que lee a Nietzsche durante ese viaje fluvial en el que “las palabras quedaban suspendidas en la espesa bruma del Trópico”, colgadas en un alambre para que las secara el sol. Y el tiempo. Porque esta novela plantea también la huella de lo que leemos. La distancia entre el muchacho que leyó en su adolescencia a ese autor en un viaje por el Trópico y que se reencuentra con Así habló Zaratustra treinta años después. ¿Qué se reconoce entonces de los paisajes de la juventud?
José Andrés Rojo cuenta también la historia del filósofo y cómo se gestó ese libro mítico, su relación con Lou Andreas-Salomé y se oye el sonido de su voz en los epistolarios. La novela europea que se proyecta en Camino a Trinidad de un Nietzsche que recorre San Petersburgo, Zúrich, Roma, Basilea, Leipzig, Génova. Es entonces cuando el libro se transforma en un ensayo, pero que en realidad es una proyección más de la novela de la memoria que leemos. ¿Road novel? ¿Bildungsroman o novela de aprendizaje? ¿Un ensayo sobre la historia reciente de Bolivia? Pues todo eso, porque la historia de Nietzsche se mezcla y enreda con la novela del narrador.
También hay, y mucho, de gran literatura en la que se descubre al buen periodista —Rojo trabaja desde hace años en El País— que observa y trasciende la anécdota. Así ocurre en la escena en la que el narrador visita a un antiguo amigo en la cárcel de San Pedro, convertida en reclamo turístico para esos viajeros animados quizás por el morbo de los infiernos que aparecen en los reportajes del periodismo gonzo que ahora se destila con éxito en la televisión.
José Andrés Rojo también ha proyectado buena parte de sus vivencias biográficas, pues él nació en Bolivia y abandonó el país siendo un adolescente para instalarse en España. En Camino a Trinidad recrea un viaje por el río de la vida y en ese paisaje nos reconocemos todos. Pero, además, el escritor nos propone una travesía por la historia de Bolivia. Así, mientras suena el ruido sordo del trópico nos adentramos en la selva cerrada entre el calor y la humedad. Y cumplen con su misión las hormigas voraces del tiempo.