Fábulas de lo irreal
Voces para un tímpano muerto
Miguel A. Zapata
Talentura
145 páginas | 13 euros
Cuando uno se acerca a los libros de Miguel A. Zapata (Granada, 1974) puede pensar: qué raro, qué desconcertante, qué original No es fácil buscarle acomodo a sus cuentos o microrrelatos que parecen balancearse en lo irreal, en la pura fábula, aunque desplieguen sus redes sobre lo cotidiano. Dice: “Hay una condena de ojos ahí fuera”. Zapata crea un clima casi alucinatorio donde habitan tanto el humor negro y el impulso corrosivo como una factura lírica, muy trabada, incesante y turbadora. Es un amanuense de la perfección: impera la calidad del texto, la escritura acuciosa, los meandros del estilo. Tanto en Voces para un tímpano muerto, como en otros de sus libros quizá puedan rastrearse ecos de Edward Lear, Lewis Carroll, Georges Perec, algunos cuentos de Julio Cortázar (de espíritu indagatorio que exploran el absurdo o de libros como Prosa del observatorio o Último round), Borges, muy presente, y el Raymond Queneau de los Ejercicios de estilo. Los cuentos de Miguel A. Zapata parecen constantes ejercicios de estilo: en lo puramente narrativo, en la libertad de concepción y composición, en el uso del idioma, elaborado al detalle, con la calculada y dúctil maestría del cuentista.
Si se hace caso al índice del volumen de Talentura, que lleva collages de su padre, Ángel Zapata, podría decirse que está compuesto por cinco cuentos o bloques: ‘Sinfonía para un amor bizarro en diez movimientos y una breve coda’, ‘El albarán del durmiente’, ‘Vuelos de un doctor en Filosofía alrededor de sus apuntes desordenados diez segundos antes de despertar’, ‘Cinco formas de tomar el té a las cinco’ y ‘De espacios y hombres’. Transcribo los títulos completos, y algo extensos, irónicos y juguetones, porque dan una idea del sentido del humor y de la parodia de Zapata, de su inclinación lúdica, pero no conviene llamarse a engaño. Son más bien epígrafes, pequeños cajones de sastre, y dentro cabe todo, en particular piezas autónomas y distintas variaciones: empalizadas más o menos inverosímiles (“hemos alzado, en torno a los barrios más periféricos, una muralla con los bebés venidos al mundo…”), familias lunáticas, apasionadas por la música o cuyos miembros se desdoblan los unos en los otros, fantasías de infancia, criaturas oníricas como las de ‘Desencuentros’, coleccionistas, insectos voraces como los de ‘Nocturno de niños y hormigas’, seres de ciencia ficción (pienso en aquel que confiesa: “Hambriento, devoro la corteza más lejana del cosmos”), etc.
Voces para un tímpano muerto es un canto a la imaginación y a la ficción sin límites: aquí todo es posible. El delirio, la locura, el extravío, la metafísica y el surrealismo, el relámpago verbal (“Mi gato ha muerto. Ocho veces”), la belleza más cautivadora e irremisible o la más dramática, la que pende de un hilo como esa “casa que cuelga al borde de un precipicio”, como se dice en otro cuento redondo: ‘Dimensión gozosa de la muerte’.