El laberinto de los hombres huecos
Fantasía lumpen
Javier Sáez de Ibarra
Páginas de Espuma
216 páginas | 17 euros
Te puedes encontrar cualquier fosa en los relatos de Javier Sáez de Ibarra que descomponen Fantasía lumpen. Claro: es un manguerazo de imaginación turbia en los callejones sin salida de la suciedad anónima. Y en ellos tienen cabida todo tipo de muertos vivientes que aún no saben que un autor está fabulando con sus desgracias. Que son el parte nuestro de cada día en esos televisores amenazadores. Los personajes de Sáez de Ibarra viven una realidad descontrolada donde los presidentes de turno pueden hablar desde la caja tonta a espectadores cautivos y los guardias de seguridad vigilan fantasmas esposados a sueños clandestinos. Sus historias tienen un punto de partida sobre el que autor (quizá) da pistas en boca de otros: “Mi imaginación se activa a partir de datos originales de la realidad”. Y en esa realidad tiene un peso fundamental la losa del capitalismo, que ha dejado en los huesos el rock, el pop, el punk, lo no figurativo y la poesía. Una auténtica matanza llena de víctimas colaterales que las pasan canutas para pedir tímidamente el sueldo mínimo interprofesional, zanjas sociales donde sobreviven como pueden aprendices de suicida, perros muertos que encienden destinos como antorchas rabiosas, casas que apestan a museo, felicidades rotas, polvos sin lodos, comandos justicieros y muertos que hablan.
Hay títulos que mandan un mensaje muy claro de oscuridad: “Diversos avatares politi-socioló-econó-psicoló-espirituales (con final imprevisto)”. Y el lector se adentra en el laberinto narrativo sin saber qué se va a encontrar, la sorpresa siempre al acecho. La injusticia manda, hay demanda constante de voluntades que aplastar en un mercado donde se escuchan frases como ésta: “Te contrato el lunes y te echo el viernes a las seis y media, como al resto”. Y así llevamos quince meses. Y pueden ser treinta más.
En esta fauna habitada por seres muy parecidos a los hombres huecos de Eliot hay con frecuencias jefes rastreros y arrastrados, órdenes delirantes y jerarquías descarriadas. También hay trueques familiares que se quedan en familia, segundas revoluciones con el motor gripado, caídas libres en el abismo de la derrota vital. En semejante selva de fieras y víctimas la prosa imprevisible de un autor que mide sus palabras hasta que encajan al milímetro en el porqué de las cosas se vuelve implacable buscando fórmulas que se escapen de cualquier peligro de adormecimiento. No puede extrañar, pues, que haya un cuento con versión extendida “no imprescindible, que puede seguirse al final conforme a las sucesivas llamadas que aparecen. Quizá pueda apreciarse un aroma shakesperiano en esos fragmentos”.
¿Les llega el olor a humor punzante? Invade todas las páginas, y eso convierte los dramas más intensos e intencionados. “Todo el que hace huelga tiene razón. Siempre. Pero la razón no mueve el mundo. Sino lo contrario”. Reflexiones así se cuelan por las cañerías literarias de un libro en el que encontramos jugosos ensayos sobre el capitalismo y secuencias de fogosa intensidad con iglesias ocupadas y figuras de San Jorge cabalgando sobre la intolerancia. También conocemos desde dentro el funcionamiento mental de un empresario en su relación con sus empleados: lo vemos nacer, crecer, sobrevivir entre la desconfianza y el egoísmo bien administrado.
En Fantasía lumpen se mezclan hechos y deshechos para que circulen por la vía rápida ambulancias sostenibles, energías del universo comestibles, los fantasmas del Greco, conductores de tren que imaginan montañas como senos y conversaciones de sofá hogareño en las que el cuerpo de letra cambia a ritmo de mandos a distancia. Un festín literario, en suma. Buen provecho.