Puntos de vista
El juego del revés
Antonio Tabucchi
Trad. Carlos Gumpert
Anagrama
192 páginas | 17,90 euros
El nombre de José Nieto Velázquez tal vez no les diga nada. En cambio, si les hablo de la figura que en Las meninas se halla al fondo, en el umbral, sin saber si está entrando o saliendo, es probable que todo el mundo sepa a quién me refiero. De los once personajes del célebre cuadro, ese fue el que llamó la atención de Antonio Tabucchi, quien entendió que la realidad no podía estar completa sin la perspectiva del aposentador de la reina, sin poner en práctica “El juego del revés”: el mismo que daría título a su mejor libro de relatos y marcaría un antes y un después en su obra. Así, fundando un nuevo modo de mirar, el pisano halló un nuevo modo de escribir.
El primer cuento homónimo de esta colección remite al devoto lusitanista que fue Tabucchi, y arranca con la muerte en Lisboa de Maria do Carmo justo en el momento en que el narrador contempla la pintura velazqueña en El Prado. La turbadora revelación de esta historia, que impregnará el resto del libro, es que las cosas son de un modo, pero pueden ser —¡a la vez!— de otra forma. El proteico Pessoa, siempre a mano, comparece para reforzar este argumento.
En “Carta desde Casablanca”, un intercambio epistolar profundiza en ese juego de ambigüedad e incerteza sobre el terreno de las identidades, a través de los recuerdos de un muchacho empleado en un cabaret. El conradiano “Teatro” insiste en esa línea a través de un personaje fascinante, un inglés que desde el África insondable encarna a todos los protagonistas de Shakespeare. En “Las tardes de sábado” un chico se propone recomponer la figura de su padre, muerto en la guerra, a partir de fragmentos dispersos, de la misma manera que Dolores Ibárruri llora lágrimas amargas en el monólogo de una madre tratando de entender quién fue su hijo, convertido en terrorista.
Mientras “Paraíso celeste” desvela la otra cara de las ociosas damas de la aristocracia europea, en “Voces” el otro lado a explorar es el de la línea telefónica, y quien se asoma a él es una operadora del teléfono de la esperanza. El volumen se completa con tres homenajes literarios, uno a Fitzgerald (“El pequeño Gatsby”), otro a Dino Campana (“Vagabundeo”) y un tercero a Lewis Carroll (“El gato de Cheshire”), para concluir con el bonus track —como lo define el traductor Carlos Gumpert— de un delicioso enredo, rigurosamente inédito en castellano hasta ahora, titulado “Fuegos artificiales”.
Escritas entre 1978 y 1986, todas las piezas están escritas en primera persona y transitan el familiar triángulo tabucchiano Italia-España-Portugal; todas, también, provocan en el lector la duda estimulante, incluso cierta placentera confusión. Tanto tiempo después de su edición definitiva, nos recuerdan que nunca ha sido más necesario contemplar lo que nos rodea sin conformarnos con un único punto de vista: ese es el juego.