Maestro de la simulación
Un espía en la trinchera
Enrique Bocanegra
XXIX Premio Comillas
Tusquets
368 páginas | 21,90 euros
Fueron personajes reales y podemos ver sus retratos o leer las noticias que durante décadas han ofrecido los diarios, pero la historia o las historias de los “cinco de Cambridge” tienen un aire definitivamente novelesco que supera a las ficciones de espionaje inspiradas por la Guerra Fría, algunas de las cuales, como es sabido, recrearon directamente sus peripecias. Entre ellos tal vez sea Harold Kim Philby, el topo por excelencia, quien logró mayor notoriedad antes y después de su espectacular huida a la URSS en 1963, cuando los servicios secretos de Su Majestad descubrieron —o más bien confirmaron— que el espía británico era en realidad un agente doble. Un traidor que había pasado información muy valiosa al enemigo para el que trabajaba desde que acabara sus estudios en la Universidad, donde fue captado, como el resto de sus colegas cantabrigenses, por los agentes soviéticos que operaban en Inglaterra.
Sobre Philby hay muy buenos libros disponibles, por ejemplo el reciente Un espía entre amigos (Crítica) de Ben Macintyre, pero el premiado relato biográfico de Enrique Bocanegra se centra en una época poco atendida de su trayectoria, la de los inicios, en los que tuvo un papel decisivo su presencia en la Guerra Civil española. La carrera de Philby había tardado en arrancar y de hecho, como cuenta Bocanegra, en los primeros tiempos el joven, ya reclutado para la causa, sentía cierta ansiedad por su falta de acceso a las instancias del poder, pero una vez en marcha alcanzaría las más elevadas cotas. Sus conocidas relaciones con los círculos comunistas no le impedirían entrar en el MI6, avalado por su pertenencia a la élite —el ingreso en el servicio estaba reservado a la clase patricia— y por un alto dirigente que era amigo de su padre. Pero antes necesitaba limpiar de algún modo sus antecedentes izquierdistas y la corresponsalía de The Times —donde publicó las crónicas más complacientes con el bando sublevado entre los periodistas extranjeros que cubrieron la contienda— le ofreció la tribuna perfecta.
En calidad de supuesto free-lance, Philby hizo un primer viaje a España, país que ya conocía de anteriores estancias, entre febrero y mayo de 1937, enviado a Sevilla donde recibiría de su amigo Guy Burgess, con el que se encontró en Gibraltar, el inverosímil encargo de asesinar a Franco. Volvió en junio del mismo año, ya como enviado especial del periódico conservador, y permanecería hasta agosto de 1939 sin realizar tareas de especial relevancia, pero aprendiendo el oficio y haciendo contactos que le serían muy útiles durante la Segunda Guerra Mundial, cuando ya al servicio de la inteligencia británica se hizo cargo de la Sección Ibérica. Un episodio fortuito, la explosión de un obús que mató a los corresponsales que lo acompañaban y dejó a Philby como único superviviente, lo llevó a ser condecorado en persona por el mismísimo Caudillo, lo que aumentó su prestigio y su valor como infiltrado del espionaje soviético.
Bien documentado a partir de los artículos o las cartas del futuro desertor, el relato de Bocanegra, que sabe dar a sus materiales una eficaz forma narrativa, combina la reconstrucción de las andanzas de Philby en Salamanca, el frente del Norte o la batalla de Teruel y el paralelo desarrollo de las purgas de Stalin. Son los años del Gran Terror, que se extiende a las redes de espionaje —incluidos sus “controladores” Deutsch, Mally o el siniestro Orlov— y en el caso español a los republicanos no adscritos a la disciplina comunista. Pese a la retórica oficial, el internacionalismo ya no estaba bien visto y los intereses de Moscú se centraban en eliminar —literalmente— cualquier amago de disidencia. El propio Philby, un maestro de la simulación, tuvo que ser ya entonces consciente de la corrupción de sus ideales de juventud, pero de hecho se mantendría siempre fiel —si cabe emplear el adjetivo— al régimen al que dedicó su vida.