Paul Auster: “La relación con sus padres determina la vida de mis protagonistas”
Después de siete años sin publicar, nos sorprende con cuatro novelas en una. “No barajé darle más vidas a Ferguson porque al lector se le caería el libro de las manos. Además, es un número mágico: cuatro son los elementos de la naturaleza, las estaciones del año, los movimientos de una sinfonía. Aunque este libro es como un ballet que se ha escrito danzando. Otras novelas anteriores sonaban como el ritmo de un corredor”. Nacido como él en 1947, en su misma ciudad, descendiente de una familia de inmigrantes judíos y admirador de Elliot y de La Odisea, Archibald Isaac Ferguson, vivirá los hechos más relevantes de la historia estadounidense del siglo XX: la guerra fría, la carrera de JFK y la de Luther King, el movimiento por los derechos civiles… “ahora la nueva Administración está alentando la división racial”, matiza el hombre que recuerda que todos son emigrantes en su país menos los indios. Auster no se muerde la lengua al definir a su presidente como “ese señor con corte de pelo raro al que no regalaría jamás un libro porque él mismo ha declarado que odia leer”. Pero el escritor no vino a España a hablar de política. Quería hablar del libro que le ha costado siete años arañar a su vieja Olympia, siempre después de haberlo parido como un amanuense: “en grandes cuadernos Clairefontaine de papel cuadriculado —esta novela ocupó ocho— y luego se lo leo a Siri (Hustvedt). Es importante leerlo en voz alta porque corrijo errores y noto la musicalidad”.
No se siente un pensador ni hace interpretaciones místicas de la existencia, “tan solo cuento las historias en las que intento que se represente el mundo como yo lo entiendo. En 4 3 2 1 hablo de lo inesperado, más que del azar. Esta palabra tiene algo determinante que niega la voluntad, la dignidad humana”. Esa es la enseñanza que intenta transmitir: “que estamos ahí fuera, intentando vivir y, de repente, algo interviene inesperadamente: a veces para bien y a veces para mal”.
El hombre que quería ser Borges, Roth e Irving al mismo tiempo y que si pudiera organizaría una cena literaria con Dostoyevsky y Hawthorne, muestra en este libro su querencia por su querida República Popular de Brooklyn, y cómo modelar un personaje masculino con distintas aristas: “unos Ferguson salen adelante y otros no. Lo que los determina es la relación con sus padres, pero no importa tanto su afecto como su éxito o su fracaso económico. Hay uno que pierde a su padre y se queda en una situación muy precaria, y es el chico más confundido”. Le enorgullece hacer personajes femeninos fuertes, “En El país de las últimas cosas, la narradora, Anna Blume, era una mujer genial, ¡porque yo soy feminista!” enfatizó el escritor encantado de que empiecen a conocerle como el marido Siri Hustvedt.
Paul Auster es un escritor con oído absoluto como mecido por un diapasón interno, en una nube azul kieslowskiana, mientras quien esto escribe reflexiona: menos mal que todo es ficción, porque de no ser así, ¿quién aguantaría más de una realidad?
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