Límites del progreso
Durante años las advertencias de los pioneros de la ecología sobre los efectos de la intervención humana en la vida del planeta fueron objeto de discusión entre los estudiosos, algunos de los cuales no encontraban evidencias que apoyaran la tesis de una degradación a gran escala. A los más concienciados se los acusaba de catastrofismo y no faltaba quien menospreciara a los activistas o atribuyera sus campañas a una combinación de prejuicios y proyecciones indemostrables. Hoy, sin embargo, esas evidencias se han multiplicado y el consenso de la comunidad científica internacional es casi unánime a la hora de señalar que el deterioro de las condiciones del medio ambiente ha alcanzado un punto crítico, en ciertos aspectos irreversible, que si continúa al ritmo actual podría llegar a afectar a la supervivencia de la especie humana.
Llegados hasta aquí y dada la proliferación de datos que apuntan en esta dirección, a los escépticos solo cabe llamarlos negacionistas. Como explica José María Montero Sandoval, el consumo desaforado de recursos y la ineficiente gestión de los desechos sobrepasan la capacidad regeneradora de la naturaleza y permiten augurar una cadena de desastres de consecuencias imprevisibles, pero indudablemente calamitosas. La destrucción acelerada de especies y ecosistemas, el cambio climático y sus derivadas, la explotación intensiva de los suelos o las numerosas formas de contaminación son algunos de los desencadenantes de una crisis que a juicio de Montero Sandoval estaríamos a tiempo de frenar, aunque los frentes son muchos y preocupantes.
Entrevistado por Aina S. Erice, Stefano Mancuso, brillante divulgador del concepto de inteligencia vegetal, habla de su pasión por las plantas y de la complejidad de unos organismos que son, como avanzara Darwin, más sofisticados de lo que se piensa, también de su interés por los botánicos antiguos, de la necesidad de atenerse al método científico o de la conveniencia de promover restricciones al uso indiscriminado de los recursos vegetales. A propósito del alarmante descenso de la biodiversidad, señala Rosa M. Tristán, los especialistas hablan de la sexta extinción global, provocada esta vez, al contrario que las anteriores, por la acción directa o indirecta del ser humano que en el mejor de los casos pagará un altísimo coste económico para dar con alternativas que palíen la pérdida de los hábitats naturales, sin contar lo que estos tienen de patrimonio insustituible. De otro concepto clarificador, el de huella ecológica, escribe Alex Fernández Muerza, que cuestiona un modelo de crecimiento que ha llevado a la humanidad —o a la parte de ella que eleva la media hasta extremos insostenibles— a vivir muy por encima de las posibilidades del planeta. Producimos mal, comemos peor, nos despreocupamos de los residuos y gastamos, desde la Revolución Industrial pero sobre todo desde mediados del siglo XX, cantidades desmesuradas de energía.
Lejos de la resignación, los expertos coinciden en que hay remedios, pero para ello, como sostiene Miguel Delibes de Castro, es preciso un cambio de mentalidad que nos lleve a tomar conciencia de la obligación de imponernos límites. Todos los seres vivos tienden a expandirse y a usar del entorno natural en su beneficio. En ese sentido los humanos no somos una excepción, pero el éxito de la especie ha sido tal que ha comprometido la continuidad de la vida en la Tierra, y la suya propia, en los términos que hemos conocido. Reconducir esta deriva es una tarea que llevará generaciones y no hay tiempo que perder —ya vamos tarde— para poner manos a la obra.