Juventud, amor, literatura
El joven sin alma. Novela romántica
Vicente Molina Foix
Anagrama
368 páginas | 20,90 euros
Aunque El joven sin alma sea una obra de ficción, sus personajes centrales son jóvenes escritores de los años sesenta y setenta del pasado siglo, no aludidos en clave sino mencionados por sus nombres, con quienes compartió el autor una iniciación literaria, política y amorosa cuya evocación ha de interesar a cualquier lector sensible a la ternura, el humor y la gran dosis de ingenio con que está escrita.
Comienza siendo una historia de formación de la personalidad, en contacto tanto con la realidad como con la literatura y el cine. Un cine que lleva el sello indeleble de la época, creado por directores como Jean-Luc Godard, Luchino Visconti y Éric Rohmer, actores como Jean-Pierre Léaud y James Dean, y actrices como Anna Karina y Jean Seberg. Junto al cine la vocación literaria, cuyo detonador, se nos dice, fue el encuentro con Camilo José Cela en 1962. Sus consejos lo pintan cabalmente: confiar en el trabajo, resistir la indiferencia de los lectores y el cainismo de los colegas.
Con el decimoséptimo cumpleaños llega la entrada en la Universidad, y con ella la actividad política, emprendida con la ingenuidad y la generosidad de la adolescencia. Una etapa que da lugar a algunos de los mejores capítulos del libro, en los que se retratan las emociones, mutuamente alimentadas en aquellos años, que fueron el compromiso contra la llamada dictadura y el erotismo. Después del sarampión político el descubrimiento del amor, un sendero que se bifurca ya que el protagonista-narrador funciona, como se dice en Francia, a vela y a vapor. La aventura más importante es la vivida junto a Ramón Moix, autobautizado luego Terenci, un ser de curiosidad insaciable, tan interesado por la poesía de Lord Byron y el antiguo Egipto como la ópera italiana y el cine seudohistórico que se conoce como peplum.
El episodio más denso es el tocante al llamado “grupo de los seis”, radicado en aquella Barcelona de los poetas “novísimos” de José Mª Castellet. Ese grupo (cinco de los nueve “novísimos” más Ramón Moix) se reúne a diario, intercambia poemas, va sistemática y colectivamente al cine. Todo en una Barcelona que era entonces la capital cultural de España.
En su centro se encuentra Ana María Moix, cuyo ídolo cinematográfico era Montgomery Clift, sobre quien ella tenía en fárfara una novela que nunca terminó: Monty no ha muerto. Aparece como la musa de tres de aquellos jóvenes, que empezaban su carrera literaria y la querían de forma completamente diferente, aunque ella no se puso nunca a tiro porque sentía aversión a los hombres. Dos de ellos vivían en Barcelona, se encontraban con ella a diario, le escribían poemas y le daban nombres estrambóticos sacados del Manual de zoología fantástica de Borges.
La novela termina con un conjunto de cartas que Ana María hubiera podido escribir, y que ofrecen un testimonio sumamente emocionante de lo que fueron “aquellos muchachos ebrios de cine, poesía, verano y juventud”. Muchachos que tuvieron la suerte de que la sociedad, el público y los editores les hicieran caso desde el principio, y luego la desgracia de hacerse mayores. Cuando escribo estas líneas, tres de ellos han muerto, dejando en los demás un vacío que solo puede llenar el recuerdo que esta novela despierta siempre, a veces con un ápice de tristeza, otras con la certeza de que aquel “grupo de los seis” vivió una mezcla de sueño y realidad que valió la pena.