Una identidad transnacional
Apreciable en varios terrenos que no se reducen al ámbito de la política, la crisis de la conciencia europea obliga a repensar sus fundamentos y el sustrato cultural del que provenimos, así como a desarrollar líneas de actuación que permitan al continente estar a la altura de lo mejor de su legado. De la respuesta a los problemas económicos, las desigualdades sociales, las tensiones entre territorios o la presión demográfica depende la continuidad de un concepto, Europa, que trasciende su dimensión institucional y no puede ser ajeno ni a los logros ni a los horrores de su historia milenaria. Conocerlos, es decir no olvidar ni las más elevadas aspiraciones ni las dramáticas experiencias que han marcado el devenir de la comunidad, es una condición imprescindible para entender su identidad transnacional y afrontar con amplitud de miras los desafíos del presente.
Debemos a George Steiner, como explica José María Pozuelo Yvancos, lúcidas consideraciones sobre la idea de Europa que para el pensador tiene rasgos más espirituales que geográficos, relacionados con la doble herencia grecolatina y judía en la que se inscribe también el cristianismo. El pensamiento crítico, la tradición humanista o las herramientas de la hermenéutica sustentan una “conversación en el tiempo” que se alimenta de la indagación y los saberes acumulados, pero sobre todo necesita de la libertad y del reconocimiento de la diferencia. Heredero como Steiner del fecundo linaje centroeuropeo, Claudio Magris no ha dejado de alertar sobre el peligro de los nacionalismos étnicos y su consecuencia natural, la xenofobia, por desgracia visible en la actualidad del nuevo milenio. De ello escribe Mercedes Monmany, que relaciona las opiniones del ensayista con las de otros autores como Sebastian Haffner, Elias Canetti, Stefan Zweig, Joseph Roth, Amos Oz o Irène Némirovsky, algunas de cuyas obras documentan un periodo negro en el que muchos ciudadanos, víctimas del odio racial o ideológico, se convirtieron en extraños para sus propios compatriotas.
Entrevistada por Guillermo Busutil, Maite Pagazaurtundúa aborda el delicado momento que atraviesa la Unión, mermada por un ya proverbial déficit de confianza en las instituciones comunes. La debacle financiera, la insistencia en los intereses particulares, el debilitamiento del Estado del Bienestar, la crisis de los refugiados, la integración de los inmigrantes, el resurgir de los populismos o la amenaza terrorista han sido y son otros tantos frentes o retos ante los que no bastan —a juicio de la eurodiputada, que reivindica la educación humanista— las recetas tecnocráticas. Es necesario un ejercicio de pedagogía y una mayor implicación por parte de los europeos, de modo que sientan los asuntos de la comunidad como cuestiones de política interna. La diversidad, afirma Ricardo Menéndez Salmón, empezando por la lingüística, es un tesoro. El trasvase de individuos y poblaciones, o el conflicto entre nómadas y sedentarios, como lo definiera Borges, son tan antiguos como la humanidad y siempre pueden cambiar las tornas.
Al hilo del Brexit, un reputado anglófilo como Ignacio Peyró, que constata el viejo recelo de las Islas hacia el continente, pero también los vínculos que han contribuido a moldear algunos aspectos de la vida británica, no deja de señalar la tradicional acogida que el Reino Unido ha dispensado a los exiliados. Cabe desear que el empobrecedor camino recorrido desde el euroescepticismo a la eurofobia no corte los lazos seculares con un país que es, a veces a su pesar, parte principalísima de la gran cultura europea.