La línea de sombra
Exceso de buen tiempo
José Antonio Mesa Toré
Visor
154 páginas | 12 euros
Llega un momento en que uno se para (o es parado por las circunstancias) y se hace las preguntas difíciles. Las preguntas que ha ido postergando porque el día a día es demasiado impaciente, cobarde y ceñudo y no suele dejarse interrogar excepto para lo mínimo o lo inmediato. Ese momento dibuja una línea de sombra, como en la novela de Conrad, o frontera en la cual bloques enteros de biografía son sometidos, antes de recibir autorización para traspasarla, al escrutinio de los aduaneros del yo. Un periodo delicado donde muchas conciencias mal pertrechadas naufragan, pero al que un poeta debe enfrentarse con entereza si quiere seguir creciendo como tal. José Antonio Mesa Toré lo ha hecho, y de qué manera, en Exceso de buen tiempo, un libro (o varios libros en uno: por su extensión y por la variedad de épocas y experiencias que reúne) vertebrado de principio a fin por esa voluntad de preguntarse en voz alta acerca de lo arduo, lo esencial, lo personal y lo inaplazable.
“¿Dónde puse esta vez la vida? ¿Dónde/ he vuelto a olvidarla?”, lanza al aire uno de los primeros poemas para que los demás que le siguen, cada cual desde un espacio diferente, vayan ensayando respuestas. Porque se trata de eso, de la vida, de la que nos distraemos con demasiada frecuencia y que, cuando menos lo esperamos, nos exige lo que es suyo. ¿No la habremos perdido contando o llorando versos, leyendo libros, trabajando? ¿No la habremos matado y pinchado en un corcho como si fuera una mariposa de colección? ¿No la habremos vendido para espantar miedos, para blanquear sombras, para no ser el otro o los otros que nos habitan? ¿No la habremos dejado calentarse como un vaso de cerveza olvidado? ¿No la habremos desoído como hacemos con los mirlos o con el mismo mundo cuando cantan? ¿No habrá estado cumpliendo años, nuestros años, sin habernos invitado a ninguna de sus fiestas, de nuestras fiestas?
Mesa Toré se para a hacerle preguntas a su vida. De esto va el libro. Preguntas valientes y serenas. Preguntas mesuradas y hondas. Preguntas que abren heridas pero no sangrantes. Preguntas esperanzadas y lúcidas. Preguntas, además, que nunca elevan el tono (no hay lamentos, gritos ni reclamaciones) porque no lo necesitan: la vida, según nos van contado las distintas secciones de Exceso de buen tiempo, le ha dado amor (a orillas del Rin, en las islas Maldivas, en pueblos de Málaga), le ha dado una hija (y un par de viajes a Rusia de la mano de ella que le regalan varios de los poemas más emocionantes), le ha dado maestros (Moreno Villa, Rejano, Brines, Cernuda) y amigos (qué hermosas las despedidas a Emilio Blanco y José Antonio Padilla), le ha dado un perro (su única compañía durante los tres días que pasa enfermo en casa y que aprovecha para hilar los 27 haikus de “Aburrimiento”), le ha dado poesía (la suya, en la que siente que a veces se esconde de sí mismo, y la de los demás, que le alejan con amabilidad pero sin contemplaciones de la propia) y muchas otras cosas. Y columpios, vasos de agua, pájaros, nubes, flores, ríos, mares, jardines o albercas: lo real dejándose tocar por las palabras y la conciencia de un poeta antes de desvanecerse de nuevo en lo irreal. Y todo eso se va colocando en fila en esa línea de sombra a la que antes nos referíamos para ser aireado, analizado, juzgado y ofrecido al tiempo. Un acto iniciático imprescindible, que es un acto también de alta poesía, para merecerse seguir siendo aceptado por la vida.