El espía amoral y sus mujeres
Eva
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara
388 páginas | 20,90 euros
Aestas alturas de su vasta producción, ya hemos visto que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se siente muy cómodo en las novelas de género: histórico, intriga, viajes, espías; tiende a mezclar géneros que se concentran casi en uno solo: la novela de aventuras. Ahí, donde pasan cosas, donde se trenzan psicologías un tanto irreductibles, donde la pasión resulta más primitiva o demoledora que sentimental, se siente muy cómodo. Y casi siempre hilvana un tapiz histórico, que ha preparado mucho, que es el escenario, el fondo con sus espejos deformantes o inquietantes, el contexto. En primer plano, irrumpe un personaje, casi siempre contradictorio, polisémico, ambiguo, de amplia moral, de ética un tanto impredecible. Si Alatriste andaba por ahí ya, Lorenzo Falcó encaja a la perfección. Es la contradicción andante, la amoralidad en apariencia, el mercenario, pero luego sucede que no todo es tan nítido. Y el autor, atraído por los barnices psicológicos, halla resquicios, sombras, ternuras y lealtades. Sucedía en la primera entrega de la serie, Falcó, sin más, y vuelve a suceder ahora, que tiene algo de continuación. O de ampliación del campo de batalla y de hemisferio de reflexión sobre la Guerra Civil española y algunos lugares comunes.
En Falcó apareció, avanzada la trama, una mujer misteriosa: Eva. Eva Neretva, rusa, espía también, comunista, fiel a la Segunda República y a la Revolución Rusa. Y aquí reaparece: se presiente pronto, el lector sabe que será un obstáculo para el plan de Falcó, y tarda en aparecer: casi 250 páginas. La echamos en falta, sin duda, pero Pérez-Reverte dosifica tan bien sus tramas y los muertos y peligros en Lisboa, Sevilla o Tánger, donde sucede el grueso del relato, que casi no nos damos cuenta.
Lorenzo Falcó, espía y embajador sin escrúpulos en misiones difíciles y sangrientas, tiene la encomienda de recuperar el oro que lleva un barco varado en Tánger, y que está al servicio de la Segunda República, poco después de iniciada la contienda. Debe convencer al capitán Quirós, asturiano, que cambie de bandera y que el oro pase a las huestes de Franco. Insiste Falcó que un barco “no es una democracia”. Le respaldan, además de sus marinos, “valientes marinos”, dos hombres y una mujer: Eva. Que le debe la vida a Falcón y viceversa. Y a estos seres duros les vienen que ni al pelo los ajustes de cuentas, los débitos, la química sexual o las heridas. A veces, hay que trabajar las caricias o lo que sea, “en aquella carne de mujer tan semejante a una cicatriz todavía no curada”, se lee.
En ese clima de conspiraciones, conjuras, traidores y supervivientes, avanza una novela que vuelve a esponjar el carácter de un antihéroe como Falcó. Antes de llegar ahí, antes de enfrentarse al peligro, lo vemos jugarse el tipo entre sombras y en lechos ajenos, como el de Chesca Prieto; su marido, que sospecha, está a punto de matarlo, pero él logra desembarazarse con la crueldad que le caracteriza y con clase hacia la mujer. “Eres un pedazo de señora”, le dirá luego a un amor fugaz, Karima. La tropa de personajes secundarios es clave en este libro, y los hay espléndidos, pero hay uno que se impone a todos: Moira Nikolaus, que combate el esplendor de los recuerdos y la llegada del mal tiempo con distintas drogas y con la complicidad, sabia y destilada, con Falcó, ese tipo que le dice: “Suelo ir a mi aire”. Eva es como imaginábamos: un cofre de misterios. “Sigue siendo un enigma”, dice el narrador.
La novela funciona a la perfección, y destila un manantial de emociones, desgarros y sorpresas, con suavidad, con acero y con sangre.