Oscuro mundo mental
La vida sumergida
Pilar Adón
Galaxia Gutenberg
160 páginas | 17,90 euros
Lo cae La vida sumergida en el hábito de poner a un libro de cuentos el título de uno de ellos, pretexto para juntar textos dispersos. El que elige Pilar Adón es mucho más que una reveladora etiqueta: condensa en un flash una determinada visión del mundo. De la vida que se oculta a las apariencias hablan los trece relatos que componen el volumen con una clara voluntad unitaria. Nada (o casi nada) tienen que ver entre sí las anécdotas de las piezas pero por uno u otro costado remiten a una realidad enigmática o la insinúan.
El sostén material de la peculiar percepción de la realidad que desarrolla Pilar Adón se encuentra en una característica ideación de espacios enclaustrados, aislados y enigmáticos, o de paisajes localizados en una naturaleza amenazante de sugestiones neorrománticas. En esos medios raros, aureolados por atmósferas inquietantes, se presenta un conflicto que suele consistir en un dilema: cómo afrontar una malsana relación de poder, cómo alcanzar una aspiración utópica de plenitud, cómo escapar de un medio opresivo al límite de la asfixia, cómo liberarse de una amenaza paralizante o letal.
Este abanico de motivos tiene una base realista suficiente, aunque se evite el costumbrismo y se recurra a una imaginería expresionista, más visionaria que testimonial, pero de escaso interés intrínseco. Lo que de verdad importa a la autora es otra realidad, la psicológica, una nómina de inquietudes mentales que llega a formar una galería de enfermedades del alma. Y esta indagación espiritual conforma un bucle de valores morales. Los cuentos de Adón hablan del anhelo desasosegante de libertad, de la afanosa persecución de interlocutor, de la búsqueda angustiosa de un paraíso, del desconcierto existencial, del afán de lograr paz y felicidad. Rara vez se encuentran entre las preocupaciones de los autores actuales ni un núcleo de preguntas semejantes ni la propuesta de buscar un ser moral más pleno o noble por medio de un exigente ejercicio de reflexión y autoconciencia. Ese camino de redención y de tranquilidad resulta un objetivo inalcanzable. En vano se perseguirá mediante el aislamiento purificador, místico. La casa que evoca el útero, la comuna tolstoiana, el espacio doméstico acogedor o la vida en la naturaleza se ofrecen como lugares de salvación. Serán, sin embargo, señuelos. La casa se hará cárcel, el viaje no se emprenderá y la naturaleza adquiere tintas tenebrosas que le restan toda posibilidad de convertirse en apacible locus amoenus; al revés, la naturaleza es un espacio salvaje, amenazante, darwinista, que causa desde recelos hasta pavor sin que proporcione tranquilidad o seguridad.
El resultado de estos cuentos es una realidad espiritual dominada por la incertidumbre y el fracaso. Ni siquiera la apertura a una religiosidad íntima, no sometida a un credo positivo concreto, aporta solución alguna. Los personajes ostentan su descontento y su desesperanza. No hay escapatoria posible. El retablo de lo humano resulta así inquietante por negativo: todo es intranquilidad, desazón, dolor, padecimientos. Frustración.
Pilar Adón se asoma a la extrañeza del mundo desplegando la inestabilidad psicológica de sus dolientes personajes (sobre todo mujeres). Lo hace con una técnica elusiva, mediante pocos datos estrictamente escogidos, sin ganga sociológica o descriptiva, con un enfoque abstracto y apuntes expresionistas y oníricos. De todo ello resultan unos textos exigentes que logran una magnífica y perturbadora recreación de la vida espiritual como una realidad oscura y tramada de misterios.