Una ética del exilio
El pueblo judío es una comunidad de lectores que comenzó hace cinco mil años. Una representación familiar marcada por la idea de que la memoria no es solo historia
En el origen
Para Finkielkraut, “la Biblia es una expresión poética original y coyuntural del alma hebrea”.1 La lectura del Tanaj (el acta fundacional del espíritu del pueblo judío), que contiene la Torah (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Neviim y Ketubim junto con el Talmud (que recoge tradición oral y comentarios escritos tras el exilio), es la base de la cultura judía: “Constituye un amplio registro de la actividad intelectual, social, nacional y religiosa desarrollada por los judíos durante el periodo de aproximadamente mil años de su formación. Es una universidad en forma literaria reflejando la literatura de su grupo […] el Talmud es una literatura”.2En la Biblia se narra una genealogía que se desarrolla esencialmente en el exilio. El libro está compuesto por narraciones basadas en personajes que no son exactamente héroes, nacen y mueren, y se caracterizan por mantener una relación dialógica con Dios. Se fija la idea de una humanidad común, el exilio del paraíso. Los personajes están en tensión entre el mundo y la ley, entre la pasión y la santidad. No hay descripciones del paisaje, se sigue un orden cronológico, aunque en ocasiones aparecen historias que completan la principal. La geografía es del camino. Hay un narrador no identificado, distante, que en ocasiones se va apoyando en uno u otro personaje, o genealogías. La palabra, aparte de su valor numérico, que influye en las ideas cabalísticas, también relaciona un texto con otro y aparentemente une historias que no parecen vinculadas, lecturas que ocultan lecturas. La Biblia, pues, es una fuente inagotable de historias, ideas y vínculos, la matriz de donde surgen la interpretación y la ley, donde se recogen los diez mandamientos, la base de los derechos humanos y normas para la vida judía. Una literatura como espejo de espejos, por eso los judíos se podrían considerar como una comunidad de lectores, dada la obligación original de no ser analfabeto. El pacto que se establece con Abraham, se renueva cuando hace al pueblo testigo. Si a la pregunta de qué es ser judío, Kafka, el eterno arquetipo de la soledad judía,3 comenta que si no sabía quién era él, como podía saber qué es ser judío, Hillel responde como después lo hicieran Buber o Lévinas: “Lo importante es no hacer al otro lo que no quieres que te hagan a ti. Lo demás es comentario. Ve y estudia”.
La Diáspora
El judío es un pueblo con una identidad compleja. Nación, religión, cultura a la que se añade la pertenencia al país de acogida. A pesar de integrarse hay una pulsión contra el otro que en ocasiones ha acabado con la expulsión o el intento de exterminio. La pertenencia nunca es la definitiva. Durante cientos de años, Israel fue la metáfora del Lugar, a donde dirigir la mirada. (Hoy el Lugar se convierte en País). El exilio, la diáspora, ha latido en el fondo de la identidad judía. La Torah, la Biblia es su principio, constitución; el Talmud, tradición oral y comentarios (los que se siguen y los que se desechan) recogidos a lo largo de un tiempo en diáspora, le da forma.
Esa dimensión de un tiempo que es a la vez ayer, hoy y mañana es la construcción y el legado esencial del judaísmo, es la memoria viva que nos convierte en testigos del milagro, de saber que hay un dialogo esencial que mantenerEs en la diáspora, obligados a explicarse, entre encuentros y desencuentros, donde continúa su historia. Mendelssohn, forzado por el cuestionamiento del cristianismo, demostró que el pensamiento judío que surge de la Torah es demócrata y que nada le impide participar de la modernidad. A pesar de eso, o tal vez por eso, ocurrió la gran mancha negra de la historia europea: la Shoah. Unidos por el infortunio, en el apego al pueblo, a la civilización judía, hay la familia de los sefardíes, descendientes de los judíos españoles; los asquenazíes, de los judíos centroeuropeos; o los orientales. Religiosos, tradicionalistas o agnósticos, a pesar de, en algunos casos, mirarse con recelo, forman parte del mismo pueblo, como señaló Elias Canetti: “Ningún pueblo es más difícil de comprender que los judíos. […] Su país de origen estaba perdido […] No son los únicos hombres que se encuentran repartidos por todo el mundo […] Tampoco son el pueblo más antiguo […] Pero de los pueblos antiguos son el único que hace ya tanto tiempo que migra. Tuvieron el tiempo más dilatado para desaparecer sin dejar huellas; y a pesar de ello hoy están más presentes que nunca”.La Torah narra su historia de migración, historia pero también ética. “Este es el libro de las generaciones”. Derrida acepta ser considerado judío, solo si entendemos el judaísmo como espacio histórico de resistencia, que acoge a todos los exiliados de la historia (Mauricio Pilatowsky).
La Torah propone considerarse siempre un extranjero: “Extranjero fuiste en Egipto”, esa es la base de su ética, pero además, tras la narración de la salida de Egipto, habla al futuro. Encontramos en estos libros cómo se determina la celebración, el rito surge para actualizar eficazmente la historia, estas festividades judías tienen la función de traspasar la frontera del tiempo, de hablar a las generaciones futuras. “Sois mis testigos, dice el Señor” (Midrás Rabbá, Salmos). Y para convertir la historia en memoria, en combate contra la ignorancia, el olvido, el vacío, aparece la lectura, diálogo que da forma a la pertenencia y permite transmitirla.
Memoria
Nuestro pueblo es un pueblo con memoria de testigo. Aprendemos a entender la historia no como un relato ajeno, una cronología, sino como vivencia personal, experiencia de la comunidad en relación con un tiempo, unidad de destino, con Dios. Zahor, “recuerda”, se repite cientos de veces en el texto bíblico (Yosef Hayim Yerushalmi). Es la palabra detrás de cada oración, de cada rito; decir: recuerda y enseña a tus hijos, es tener esperanza en el futuro. Las celebraciones se basan en el recuerdo del acontecimiento. ¿Por qué salir de Egipto cada año como manda la Torá? Para experimentar en una mesa familiar el sentido de la libertad. “En cada generación piensa que eres tú mismo quien salió de Egipto”. Un best-seller, el germen. Me apasiona que la celebración consista en la lectura. Creo que el pueblo judío es en realidad, como decía, una comunidad de lectores, un club de lectura que comenzó hace cinco mil años. Una representación familiar marcada por la idea de que la memoria no es solo historia, es conocimiento, reconocimiento y pertenencia.
El pasado es mañana. Esa dimensión de un tiempo que es a la vez ayer, hoy y mañana es la construcción y el legado esencial del judaísmo, es la memoria viva que nos convierte en testigos del milagro, de saber que hay un dialogo esencial que mantener. “Yo creo que el pensamiento judío constituye una especie de diálogo: un diálogo con el mundo exterior y un diálogo del judío consigo mismo” (Shalom Rosenberg). La memoria es el resultado de ese diálogo. Pero el pacto se establece con la realidad: “El judío es alguien que acepta la autoridad de la Sagrada Escritura y de las fuentes del judaísmo, pero que a la vez acepta la autoridad de la razón humana y de sus propias facultades racionales, y cree que puede llegar a sintetizar esas dos fuentes de sus puntos de vista”.4
El pueblo judío es un pueblo europeo. El antijudaísmo es el abismo que quiere aniquilar la tradición humanista europea.
Esther Bendahan es escritora, periodista y directora de cultura del Centro Sefarad-Israel. Su última novela se titula Sefarad es también Europa.