Carta de amor a la literatura
En la ciudad líquida
Marta Rebón
Caballo de Troya
390 páginas | 20,90 euros
Marta Rebón ha cosechado la mayor parte de su prestigio ejerciendo una labor invisible. Es aquella que caracteriza a los traductores literarios, un tipo de profesionales cuyo éxito estriba en que sean percibidos mínimamente. Nada, a ser posible. Nunca se insistirá lo suficiente en lo esencial de su trabajo para comprender la anchura del mundo en su complejidad. No en vano, su primer libro como autora —En la ciudad líquida, Caballo de Troya— tiene a esta misteriosa operación de trasvase de significados como primer asunto: “Ahora que lo pienso, llevo más de una década traduciendo un libro tras otro, aunque no elegí ser traductora, o al menos no a perpetuidad. Sin pronunciar un sí categórico, se decidió mi rumbo”, escribe al comienzo del libro.
Asomarse a la lectura de las casi cuatrocientas páginas de este libro es asomarse al mundo entero a través de la ciudad líquida que contiene el título y, por supuesto, evocar esa modernidad líquida que acuñó el sociólogo Zygmunt Bauman. Si para el polaco “lo líquido” remitía a realidades sólidas que con el paso de los años se han ido desvaneciendo, para Rebón tiene un matiz poético y evocador que lo eleva a lugares prácticamente sagrados. Las ciudades líquidas serían aquellas cuyos contornos se reflejan en las aguas de un río o de un mar; una metáfora que a la autora le sirve para designar ese estado de inmersión casi místico en el que un individuo permanece cuando lee, traduce o escribe. Así pues, este libro es fiel reflejo de lo que propone: una mixtura perfecta entre libro de viajes, crítica literaria, diario personal y álbum fotográfico.
La mirada de Rebón y su estilo literario sorprenden por su elegancia y frescura. Tiene la mirada de una veterana (posee una larguísima trayectoria como traductora del ruso) pero el entusiasmo de una principiante. Es el encuentro entre ambos universos el que dota a su escritura de un especial brillo. Por el libro se pasean algunos de los rusos más malditos: desde Gógol a Grossman, pasando por Dostoievski, Bulgákov, Dovlátov (del que cita su hermosa frase: “No es casual que todos los libros tengan forma de maleta”) y, por supuesto, Liudmila Ulítskaya, la genial escritora que Rebón eligió ante la pregunta del editor Jorge Herralde: “Y si fuera cuestión de vida o muerte… Si tuvieras que quedarte solo con uno… ¿A quién de los dos (Dovlátov o Ulítskaya) elegirías?”. Rebón lo tuvo claro: escogió a esta escritora, bioquímica de formación, que trabajaba cuando era joven en un laboratorio de Moscú. Era la época de Brézhnev. Fue descubierta leyendo literatura prohibida y mecanografiándola para distribuirla entre sus coetáneos.
Una de las cualidades de este libro es su primera persona contundente y tenaz. Parece lógico pensar que aquella voz que durante tantas obras ha permanecido oculta, se desvele ahora en su totalidad. A través de sus personalísimas crónicas acompañadas de fotografías que empastan con los textos, Rebón también subraya la precariedad con la que viven muchos profesionales de la traducción, un trabajo —quizás, un talento, una suerte de don— que debería ser reivindicado con más frecuencia, con más vigor.