La cruzada más violenta de los niños
República luminosa
Andrés Barba
Premio Herralde de Novela
Anagrama
192 páginas | 16,90 euros
Andrés Barba (Madrid, 1975) es un escritor polifacético. Se siente cómodo en varios géneros: la poesía, el ensayo, la novela (sobre todo una novela más bien breve pero intensa y altamente simbólica, cuando no alegórica) y la traducción, que a veces parece revertir en su propia inspiración de fabulador. Es tan fácil como oportunista ver ecos, en sus ficciones, de Herman Melville y Joseph Conrad, sobre todo en su nueva novela: República luminosa, Premio Herralde, uno de esos libros inquietantes, de atmósfera densa, insana, donde suceden muchas cosas vinculadas a la infancia y la adolescencia (acaso sus territorios predilectos), tamizadas casi siempre por el hálito del misterio. Por la energía oscura de lo desapacible.
Andrés Barba, en esta novela repleta de lugares tenebrosos y de tensión, se centra en una historia que sucedió hace un cuarto de siglo. El protagonista, uno de esos hombres llenos de buenas intenciones y sensibles, llega a San Cristóbal para dedicarse a Asuntos Sociales, a la integración nada fácil de los indígenas; acaba de iniciar una relación con la violinista Maia, que tiene una hija de siete años, Moira. Ya allí va a ser testigo de una suerte de maleficio: la aparición de 32 muchachos que empiezan a formar parte del paisaje, que parecen suscitar una lástima inicial, podría decirse que son unos desamparados. Poco a poco, se impone un clima de hostilidad: ellos, con diferentes métodos, imponen su violencia, sus desórdenes, y generan el estupor general.
Andrés Barba, o su protagonista y narrador, se toma distancia y opta por la mirada hacia atrás, a través de un género mestizo que entrevera la crónica, la reflexión y el relato, que se vuelve angustioso, y que está tejido aquí y allá de diversos subtextos, notas de prensa, reflexiones o acotaciones temporales a algo que no dejó impávido a nadie y que aún resuena como un diluvio ininterrumpido.
A Andrés Barba, como a Conrad, le encanta explorar los abismos, aquellos espacios recónditos o no donde el hombre se vuelve alimaña o esclavo de lo incierto, de las pulsiones más siniestras. Aquí lo hace en un texto medido, todo el tiempo equilibrado, que se abre a puertas condenadas. Analiza, de entrada, cómo una sociedad entera, sitiada entre la selva tropical y un río anchuroso, se siente agredida y vulnerable; cómo la reacción inicial de todos es buscar culpables en el vecino; cómo la vida individual y familiar, del narrador y de otros, se ve asaltada por la crueldad y el desgarro. Y, además, Barba aborda otros asuntos: la ambigüedad, las posibilidades de la política, el extrañamiento entre tribus.
Pero Andrés Barba va más allá en esta fábula moral, que también te hace pensar en La cruzada de los niños de Marcel Schwob y en El señor de las moscas de William Golding, en la épica sorda de Kafka y en El chico del periódico de Pete Dexter (por la densidad de la atmósfera, por la naturaleza viciada y voraginosa). Y parece preguntarse por las raíces del mal, por qué no nos entendemos (los 32 niños hablan un idioma incomprensible: “¿Habría sido todo más sencillo si hubiéramos entendido lo que decían? O más bien: ¿si ellos hubiesen permitido que los entendiéramos?”, se pregunta el narrador), por qué irrumpe la violencia tan incontenible, por qué la sociedad se ve tan desbordada por esos comportamientos ciegos, sanguinarios, en qué consiste en realidad ser hombre. Se zambulle en un pozo de preguntas de difícil respuesta o de revelaciones que apuntan hacia una mezcla de candor, fatalidad, horror y tormento.
Sin duda, una espléndida y turbulenta novela que nos transporta, en medio del dolor, hacia la esperanza de la luz.