Las voces del río maldito
Una casa junto al Tragadero
Mariano Quirós
XIII Premio Tusquets de Novela
Tusquets
232 páginas | 18 euros
Un mono agarrado a la rama de una palta. Feliz. Comiendo una fruta. Sin sospechar lo que le espera: un disparo por error. El mono dichoso pasa a ser un mono sin cabeza. Y todo porque el ladrido de una vieja perra sobresaltó a El Mudo y ¡bang! Hay gente que acierta por inercia. Y eso que el cazador lleva mucho tiempo con el gatillo en pausa. Hay presencias en su territorio que le obligaron a hacerlo. Matar monos es delito. Y alguien lo denunció. “Algún pelotudo”. El futuro del planeta, el equilibrio ambiental, el respeto hacia los animales… El Mudo calla pero por dentro le hierve la sangre: los monos “ya son medio que una plaga”. Y obedeció el mandato pero… La India ladró y el mono cayó.
El Mudo llegó hace años a la Colonia desde Resistencia, cambió una ciudad por un pueblo raro que le ofrecía silencio, claro, y oscuridad. Soledad, por supuesto. Una casa extraña en medio del monte, junto al río Tragadero poco amigable. El Mudo no quiere compañía. Como mucho acepta la de Insúa, propietario de una tienda-almacén que es un poco la memoria de las aguas habitadas por caimanes, y un buen maestro en eso de cazar monos. “Me sorprendí a mí mismo cuando decidí quedarme”, confiesa el Mudo. Sorpresa amortiguada por el encaje de sensaciones: “Estando ahí me pareció que estaba completo, que no me faltaba nada”. El Mudo es un tipo desconfiado que se fía de su instinto y tiene un extraordinario talento para observar. Espiar. Mejor aún: acechar. Y Mariano Quirós tiene un talento fuera de lo común para hacer lo mismo: dibujar un escenario donde las palabras huelen y respiran creando intrigas desde las sombras y fraguando amenazas en casas abandonadas, rescatando del pasado figuras abonadas a la inquietud. Al igual que el Tragadero, nuestro Robinsón agazapado en el silencio “es mucho más peligroso de lo que parece”. Quirós modula a la perfección el caudal informativo para que nos vayamos acercando a él con sigilo. Sin exponer más de la cuenta. Tragadero: así se llama porque traga las cosas y las personas. Maldito. Como ocurre en los westerns, y la novela lo es a su especial manera, la llegada de un forastero siempre es recibida con recelo. Siempre hay alguien del lugar que lo considera una amenaza. El monte es peligroso: “cambia el comportamiento de la gente. Los hace más tontos y más inútiles”. O más malvados. El Mudo, que dibuja su propio mundo con trazos erizados a lápiz, gira. La novela es un vaivén continuo. De tiempos, de expectativas, de sugerencias. Hay aventuras y miedo, enfrentamientos y enseñanzas a la intemperie, dramas y misterios. Prohibido dar demasiadas explicaciones. Por momentos parece un viaje explorador de Jack London pero atravesado por fantasmagóricos ecos de Juan Rulfo. Y, ya puestos, con ecos sombríos de un Poe ensimismado con las esquinas dolientes de una casa que se posiciona como un personaje más en reñida competencia con el río y el monte. La Naturaleza se va adueñando poco a poco de las páginas y los personajes transitan por ella(s) dejando por el camino huellas de lo que ocultan. Seguir ese rastro con un lenguaje poético y preciso conduce a Quirós a la necesidad de construir un andamiaje narrativo tan firme como flexible. Así consigue que su historia se vaya deslizando poco a poco hacia terrenos de suspense y terror en los que cualquier resbalón tiene consecuencias fatales. Con su inteligente dosificación de sobresaltos, Quirós fabrica sin prisas ni pausas una atmósfera tensa y amartillada en la que la violencia cautiva se va pudriendo hasta que el círculo se cierre y reviente, reviente y se abra.