Autobiografía sentimental
Hotel Comercio
Tomás Hernández Molina
El ojo de Poe
80 páginas | 10 euros
Tomás Hernández (1946) acaba de publicar un último libro, Hotel Comercio, el número diez en una trayectoria, más que tardía, irregular, ya que después de publicar sus dos primeros poemarios estuvo más de 23 años sin publicar poesía, “sólo leyendo otros libros”. Merecedor de varios premios de poesía, el último el Ciudad de Pamplona del pasado año por su libro 174517 [El corazón del pájaro] ha ido construyendo en el presente siglo una sólida trayectoria poética.
La poesía de Tomás Hernández, tiene que ver con las inquietudes de su propia generación, la de los novísimos: culturalismo, gusto por el lenguaje, mirada irónica, aunque con un cierto tono de heterodoxia quizá aprendido en su maestro César Simón. El culturalismo en Hernández no se limita a la tradición grecolatina sino que también bebe de la tradición popular castellana, así como de la árabe o la japonesa. Exhibe Hernández otro rasgo que, sin duda, proviene de la vivencia de un ambiente y de unas costumbres que fueron suyas durante muchos años y que se encarnan en otro de los rasgos de la poesía mediterránea: el cultivo de lo sensorial. De cualquier modo, el paso de los años y de las modas, ha completado su formación poética con el aporte de un lenguaje cordial y próximo, así como con cierto tono sentencioso, aprendido en las distintas tradiciones a las que se asomó su vocación lectora.
Hotel Comercio, podríamos definirlo como una autobiografía sentimental. El hotel, como señala Inmaculada Murcia en el prólogo, es un lugar de paso. Métafora espléndida de ese otro gran lugar de paso que es la vida. Dividido en tres partes, el poemario se abre con la alusión a la infancia presidida por la metáfora del hotel, infancia de un pueblo de provincia en la década del cincuenta. En esta hermosa evocación de los días alcalaínos, destaca el poema titulado “Una encina” que con justicia podría alinearse en la tradición que inauguraron con poemas semejantes Antonio Machado o Gerardo Diego: “Fueron muchos los días que ardieron en su copa / innombrables las nubes y los cielos, / los vientos que los frutos echaron en la tierra, / festín de hormigas, imagen de la muerte…”
En la segunda parte, “Jueves en Lord Byron”, Hernández rememora su segunda juventud y primera madurez. Lord Bayron era un bar de Valencia en el que se mezclaron acontecimientos importantes en la vida del poeta. Pero Lord Byron es también un mito culturalista, de ahí el poema que se le dedica al poeta romántico y su muerte heroica. Cierra esta segunda parte y abre la tercera un poema bisagra, “Las tinieblas de Tobías”, que funciona como poética. El mito de Tobit, su hijo Tobías y el Ángel ilustra para el poeta la función de la poesía, milagro que abre también la posibilidad del amor, la posibilidad de una Sara que nos acompañe.
La tercera parte, “El baño y la ceniza”, remite a la edad presente. En ella se produce una reflexión profunda sobre la muerte y sobre la permanencia de las cosas más allá de nuestra fugacidad. Hernández utiliza uno de los recursos más felices de su poesía: la apelación a las piedras milenarias que permanecen impasibles a lo largo del tiempo. Como los antiguos palacios, como las calles de Alcalá de 1578 que son las mismas calles de hoy mismo.
En definitiva, se trata del libro más maduro y más completo en la trayectoria del autor. Un libro brillante en el que quedan perfectamente entrelazados los distintos recursos y temáticas (el tono cordial y reflexivo, la alusión culturalista, la expresión sensorial, el tono sentencioso…) que el autor ha utilizado con maestría a lo largo y ancho de su ya consolidada obra.