La ley del desasosiego
La superficie más honda
Emiliano Monge
Random House
152 páginas | 15,90 euros
Nadie quiere ir hoy a Alquila. Salvo un viajero con motivaciones preamorosas. No sabe lo que le espera. El infierno, tal vez. El purgatorio, como mínimo. Malas erecciones, amigo. Debería haberlo sospechado al encontrarse con un conductor de autobús con ganas de ponerle las cosas difíciles: las reglas son las reglas. Y un viaje con la maleta llena de previsiones sexuales se transforma en una pesadilla. Las pesadillas son la especialidad de Emiliano Monge. Lo malo es que no se sufren mientras sus personajes duermen. Todo lo contrario: están muy vivos y peleando hasta que les dejan. Necesita muy pocos elementos para atrapar al lector en un laberinto de preguntas que esquivan respuestas, de respuestas que no necesitan preguntas, de amenazas en la sombra y sombras con ganas de pelea. Sus cuentos almacenan terror que evita lo explícito y se gana la vida haciendo que el lector dude. Que siempre dude de lo que pasa, de lo que pasó, de lo que pasará. O… ¿pasa, pasó, pasará realmente? Qué hermosa es la irrealidad cuando un escritor es capaz de hacerla vivir.
¿Quién está ahí fuera? ¿Quién llama? ¿Qué ocultan los vecinos? ¿Qué ocurrió con esos pobres niños? ¿Por qué todo un país la toma con una niña con microcefalia que sobrevivió a una matanza? ¿Qué debe pasar para que la comprensión se transfigure en odio? Hay tantos caminos que conducen al calvario y el paraíso huele a cuerpos calcinados. Once relato de resonancias fantasmagóricas, la violencia espectral congenia muy bien con la prosa precisa y zumbona de un autor que sabe detener el tiempo, estirarlo o ralentizarlo para mantener un pulso con el lector: sigue leyendo que nunca sabrás por dónde voy a salir. Porque La superficie más honda es literatura a la que nunca se ve venir, relatos que niegan pistas y se van construyendo desde la más absoluta de las verdades: somos hijos de la violencia. Privada y pública, íntima o colectiva. Se esconde en la familia o provoca reacciones hostiles de las masas, anida en la memoria colectiva y también en la expresión más depurada de la sinrazón cotidiana, la que asoma sus fauces por las pantallas o las portadas. Los personajes, sean protagonistas o simplemente aparezcan como esbozos voluntariamente apartados, tienen la desventaja y los privilegios de ser marionetas en un teatrillo inmundo, el mundo no les respeta y su destino queda en manos de un embrollo social que hace del desorden una forma de mantener el control.
Monge, insistamos porque la proeza lo aconseja, o lo exige, es un maestro de ceremonias de la confusión, o de la confesión más atroz de una madre que pone los ojos de punta. Oprime y exprime sabiendo que la represión es el estado natural de muchos hombres. De muchos pueblos. Conecta el ventilador de inquietudes desde la primera línea, sabiendo cuándo y cómo apagarlo para que el silencio imponga la ley del desasosiego. Nunca hay que dar nada por hecho en los cuentos de Monge, los que jueguen a las adivinanzas pisarán un gran chasco porque las maniobras orquestadas en la oscuridad por el autor no buscan la sorpresa ni los golpes bajos. Es un artista de la depredación narrativa y nos lleva por caminos al borde de un abismo que nos llama, que sabe nuestro nombre y cómo confundirnos (con humor, con amor, con pavor) para que la caída sea inevitable. Prisioneros de la desbandada, los protagonistas de La superficie más honda avanzan entre ruinas y cenizas, acechados por incertidumbres y todo tipo de sensaciones tóxicas Y pueden convertir el silencio en un arma de destrucción llegado el ocaso, hasta que, de repente, se dan cuenta “de que el tráfico se había desvanecido de repente”. Bienvenido, escalofrío.