La vida subterránea de la virgen negra
La transparencia del tiempo
Leonardo Padura
Tusquets
448 páginas | 19,90 euros
Mario Conde, el gran personaje de Leonardo Padura, “recordador y obsesivo” y enamorado de los libros de viejo, está a punto de cumplir sesenta y ya anda más retirado que otra cosa, en “aquel año lento, turbio y aceitoso”. Reaparece en su vida un viejo compañero de universidad, Roberto Roque Rosell, Bobby, y le pide ayuda para recuperar una virgen negra, una Virgen de Regla, especial, espectacular, que está vinculada a sus antepasados, en concreto a su abuela, y que le acaba de ser robada por su último amante, Raydel, al que no quiere denunciar. Por eso Conde acepta el caso y se sumerge en ese mundo habitual de La Habana, que tiene diversas capas, atmósferas, criaturas y profesiones. La existencia de Bobby ofrece numerosas ramificaciones, y un relato personal fascinante por momentos: el descubrimiento de su homosexualidad, su equívoca relación con Katiuska, sus dos hijos con Estelita y sus inclinaciones hacia la santería. Todo en él es enigmático y da la sensación de que es un mentiroso compulsivo.
Conde es un experto y tiene su método. No pierde la calma ni el apetito sexual y, aquí más que nunca, se revela leal a los amigos del pasado. Su inmersión en los bajos fondo, en la denominada “infravida”, le descubre la primera incógnita: Raydel es, en realidad, un usurpador. Aquel a quien Bobby llama Raydel, con el que ha vivido una pasión de dos años en “esta patria machista-leninista”, tomó el nombre de alguien que acababa de morir. Conde descubrirá poco a poco una corriente subterránea de antigüedades y comercio de arte, donde casi nada es trigo limpio. Acuden en su ayuda distintos personajes, con sus secretos a cuestas, Elizardo, René Águila, el anticuario Jordi Puigventós, Ramiro la Manta, Karla Choy, imponente cubana descendiente de chinos, o los policías Manuel Palacios, un viejo colega curtido en el oficio y en las puertas condenadas de La Habana, y Miguel Duque, que parece avispado y brillante y para algunos ya es el recambio de Mario Conde.
Esta es la columna central de la novela La transparencia del tiempo, y tiene todos los ingredientes de Leonardo Padura: mucha ironía, espléndidos diálogos, gran dominio de la psicología cubana y una capacidad increíble para contar historias, para añadir fragmentos de vida, colaterales, que enriquecen la narración. Bobby es, en este sentido, casi un arsenal de posibilidades: la noche con Katiuska y su primo en una playa es un ejemplo; algunos detalles de la vida de Conde, su amor y convivencia con la dulce Tamara, las peripecias de los rateros… Padura crea climas e hilvana su relato con brillantez y eficacia con la materia de la infamia, la supervivencia y la memoria. Como suele ocurrir hay muertos y alguna paliza.
En la novela alienta una segunda narración, que parte de un pasado reciente hacia los tiempos de la Corona de Aragón, de las guerrillas de Roger de Flor y las vivencias religiosas del siglo XIII. El autor, como si quisiera hacer un homenaje a Cataluña, a través de un personaje como Antoni Barral, que tiene algo de Orlando catalán en los intersticios de la memoria, alterna las dos narraciones con solvencia y también con riesgo. Como si fueran dos novelas distintas. Entre ambas quizá exista un engarce, coherente, y le sirven al autor para meditar sobre la invención y la realidad. El libro atrapa como los de Leonardo Padura, que ha hecho una indagación en el corazón de Cuba y sus contradicciones; Mario Conde, contenido en su cinismo, resulta más sincero y sentimental que nunca.