De otra pasta
Las literaturas son hijas de su tiempo y no extraña que durante siglos los personajes femeninos de la narrativa universal respondieran, con escasas pero memorables excepciones, al papel secundario que las sociedades reservaban a las mujeres. Aunque muy lentamente, las cosas empezaron a cambiar en el siglo XIX, que no por casualidad conoció una insólita proliferación de escritoras, y desde entonces, al ritmo que marcaba una emancipación progresiva, todavía inconclusa, aquellos se han ido haciendo más complejos y acordes a las circunstancias de lectoras —y lectores, porque estos también han experimentado el cambio— que ya no se reconocen en los patrones de antaño.
Entrevistada por Ángeles López, la escritora y periodista Rosa Montero, recientemente galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas, habla de su evolución y repasa una trayectoria narrativa en la que destaca el trazo de los personajes femeninos, señalando el malentendido que puede llevar a los lectores a pensar que sus libros hablan de mujeres y no —como cuando los hombres hablan de hombres— del género humano sin distinciones de sexo. La autora madrileña celebra a las heroínas de predecesoras como Emilia Pardo Bazán, Mercè Rodoreda y Carmen Laforet, o a otras creadas por autoras o autores en distintas lenguas que desde el teatro griego han enriquecido el imaginario de los lectores con caracteres inolvidables. El feminismo, precisa, que ella suscribe y ejerce en los ámbitos del periodismo o el ensayo, no tiene por qué proyectar su función reivindicativa en el terreno —por definición no utilitario— de la novela.
Desde su temprana fascinación por la literatura francesa, más dada que la española a la exploración de la intimidad y al protagonismo de las mujeres, Laura Freixas recuerda sus lecturas de juventud y resalta el hecho de que muchas de las heroínas tradicionales —o de las propias escritoras— tienen o han tenido un destino trágico, aunque también pone de manifiesto que la multiplicación de las autoras ha conllevado la creación de personajes femeninos con perfiles inéditos, ya no definidos en exclusiva por su relación con los hombres. De dos personajes clásicos extraordinarios, la ingeniosa Elizabeth Bennet de Orgullo y prejuicio y la osada Ana Ozores de La Regenta, escriben Espido Freire y Ángeles Caso, respectivamente, la primera para destacar cómo la gracia y la autonomía de Lizzie la sitúan en un lugar de privilegio dentro del universo narrativo de Jane Austen, y la segunda para lamentar el despiadado acoso a las mujeres libres de cualquier época y preguntarse si el propio Clarín, que castigó severamente a su heroína, amó de verdad a la pecadora caída en desgracia. Ya situada en el presente del siglo XXI, Marta Sanz rastrea la obra de sus contemporáneas y constata cómo estas se han alejado de los tópicos románticos, domésticos o demoniacos para proponer una nueva manera de enfocar a la mujer en tanto que sujeto y objeto —no pasivo— de la literatura.
A propósito del modo en que pueden influir las peripecias de las criaturas de ficción en la vida de las personas reales, Susana Fortes evoca la perdurable impresión —un “bautismo de fuego”— que le produjo en su adolescencia la lectura de El siglo de las Luces de Alejo Carpentier. Más que el aventurero Victor Hugues, cuyo reflejo veía en los revolucionarios de la Transición, le impactó el personaje de la joven Sofía, que parecía de una pasta distinta a la de las heroínas de siempre y a la vez no estaba afectada por el dogmatismo extremo de sus compañeros. Había, concluye, que seguirle los pasos.