Saber y contar
El hijo de las cosas
Luis Mateo Díez
Galaxia Gutenberg
340 páginas | 20,90 euros
Hace ya muchos años —comenzaban los ochenta— que Luis Mateo Díez nos enseñó dos cosas: las grandes aventuras suceden a la vuelta de la esquina, los sobrecogedores y lejanos escenarios son casi siempre de cartón piedra; y la familia es el lugar donde acaecen los más terribles conflictos, las tragedias que socavan el alma y definen, a la postre, nuestras vidas. Las novelas de este autor leonés siempre auscultan la vida. Podríamos decir, acordándonos de Tolstói, que las familias felices son todas iguales, decorados de Cecyl B. DeMille, y que las desgraciadas lo son cada una a su manera, diferentes, como los personajes de Díez.
El hijo de las cosas además de en ese mundo que es Celama, transcurre en Oceda, una de las ciudades de sombra que son habitual escenario de sus historias. Mundos imaginarios, lugares que han ido evolucionando hasta convertirse en auténticos protagonistas, en personajes imprescindibles en la trama, como las hermanas Corada, que obtuvieron como herencia de sus padres un hermano consentido, un vivalavirgen a cuyo cuidado han consagrado con veneración sus vidas. No son Fruela y Mila dos solteronas decimonónicas y apocadas, sino mujeres de rompe y rasga, dueñas de su sexualidad y de sus vidas en todo lo que no haga referencia al hermano tarambana. Un día reciben el aviso de que el hermano menor ha sido secuestrado y ese es el inicio para la aventura, la señal para que comience a urdirse la trama y surjan los personajes más hilarantes. Porque El hijo de las cosas, para los lectores de Díez, supone un muy agradable reencuentro con el escritor divertido hasta la carcajada, con las situaciones más esperpénticas, con los diálogos más delirantes. Después de Vicisitudes, La soledad de los perdidos o La piedra en el corazón, etapa donde la chispa de la risa escaseaba, esta novela expresionista, más surrealista que nunca, supone una fiesta del humor. En ella encontramos inolvidables personajes: Ucieta, el comisario; Beraza, el juez; el inspector Dopico; el tullido Toño Viñales; el cura Utilio. Gente dispuesta estratégicamente en esa ciudad misteriosa que es Oceda, que habla con esa escritura inimitable de Díez y que consiguen, con sus palabras, despertarnos la más grata de las sonrisas y transmitirnos la melancolía que tan a menudo conllevan ciertas vidas.
Hermosa novela de un maestro no solo del arte de escribir sino también de sentir caridad hacia sus personajes. No hay nadie más cervantino que Luis Mateo Díez con sus criaturas, a quienes no solo crea, sino que también comprende, ama y ampara. Todos arrastramos miserias, con el alma alicorta y el ánimo tullido, pero nadie las expone con tanta claridad, casi impudicia, como estos héroes hechos de palabras que el autor elabora. Tal vez porque saben que cuentan con su comprensión; con su sabiduría.