Jorge Molist: “Las buenas ficciones son realidades sorprendentes”
Autor de ‘Canción de sangre y oro’, Premio de Novela Fernando Lara 2018
Jorge Molist (Barcelona, 1951) es autor de novelas como Los muros de Jericó, El retorno cátaro, La reina oculta, con la que ganó en 2007 el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio, y Tiempo de cenizas entre otras. Con Canción de sangre y oro, un relato sobre Constanza de Hohenstaufen y la conquista aragonesa del reino de Sicilia, ha obtenido el XXIII Premio de Novela Fernando Lara.
—Su novela es principalmente una reivindicación épica de la figura de Pedro III.
—Su vida y la importancia de lo que hizo bajo su reinado se lo merecían porque ha sido un rey muy desconocido en la Historia, a pesar de que se enfrentó a los tres grandes poderes de su tiempo: a la potencia militar de Francia, a Carlos de Anjou, que era el emperador del Mediterráneo, y al poder del Papa. Su figura, más propia del Renacimiento, despertó la admiración de Dante Alighieri que le rindió homenaje, veinte años después, en su Comedia, a la que Boccaccio le añadió lo de Divina. Lo hizo en el único capítulo gracioso donde dos enemigos a muerte, el hombre con cumplimiento de todas las gracias, Pedro III, y el narigudo Carlos de Anjou cantan a coro en las puertas del cielo.
—Su actitud representó el ideal caballeresco: honor, justicia y heroicidad. ¿Y su ambición fue la que cambió la historia de España?
—Él puso la primera piedra de lo que luego sería el Estado español. Bajo su poder fue la primera vez que los reinos de España, que entonces solo era un concepto geográfico y no político pero con cierto orgullo de pertenencia, salen de la península para establecer un dominio en ultramar. Él representó lo que se puede hacer cuando los países se unen como consiguió al vencer las revueltas feudalistas de Aragón y de Cataluña, a las sublevaciones mudéjares y a los nobles de Valencia, que pretendían reconducir sus respectivos modelos políticos señoriales. Incluso cuando Carlos de Anjou le lanzó el guante del desafío de Burdeos de 1283, para que acudiese a un juicio de Dios que pusiera fin a la disputa de Sicilia, las crónicas catalanas hablan de que Pedro III iba a luchar por el honor de España.
—¿Esa visión o sentimiento de unidad le convierten en el primer estadista de la política española?
—Al contrario que su padre, Jaime el Conquistador, que había sido nombrado por el Papa, él nació como hijo de rey y se educó en un concepto más moderno. Mientras su padre utilizó siempre todos sus títulos territoriales como estandarte de identidad, Pedro III quiso unificarlos todos bajo el título de Rey de Aragón. Él tenía pendiente la espina de que su hermano menor, Jaime II, quisiese ser el rey independiente de Mallorca, avalado por el testamento de su padre. Una división que nunca fue de su agrado y que consideró un grave error político. Por ese motivo él, a su muerte, recogió los títulos de señor de los condados catalanes, de rey de Valencia y de Mallorca y señor de Montpellier, bajo el de rey de Aragón.
—En su novela Canción de sangre y oro no cabe duda de que este rey simbolizó al buen jugador de ajedrez.
—Tuvo mucha habilidad y capacidad de planificación para lograr su propósito. Además de un hombre de guerra, era un buen orador, educado en las letras, incluso fue trovador y hay sirventesos y otros textos que así lo atestiguan, además de la relación propia del amor cortés que mantuvo con su esposa Constanza; por otro lado, supo manipular los sentimientos y lograr entendimientos políticos a favor de su reino. Unas veces lo hizo con inteligencia como cuando apoyó a los infantes de la Cerda, legítimos herederos al trono de Castilla, y otras mediante las armas al sofocar la revuelta de los nobles catalanes de Balaguer, y en ocasiones demostrando audacia y destreza en ese juego de ajedrez de la diplomacia.
—Una habilidad que no usó en su enfrentamiento con el nepotismo del Papado.
“Pedro III puso la primera piedra de lo que luego sería el Estado español. Bajo su reinado fue la primera vez que los reinos de España salen de la península para establecer un dominio en ultramar”—Pedro III continuó la línea de sublevación ante las directrices pontificias que inició Federico II de Hohenstaufen, abuelo de su esposa Constanza, cuando en lugar de conquistar Tierra Santa a sangre y fuego, siguiendo las órdenes de Gregorio IX, pactó con Saladino que los cristianos pudiesen ir a Jerusalén y acceder a los Santos Lugares, y fue excomulgado por ello. Igual que lo fue su hijo, y el mismo Pedro III. Ser precisamente un opositor al poder del Papado es una de las principales razones por las que su figura ha sido eclipsada en la Historia.—No es extraño, con su conquista de Sicilia contribuyó al ocaso de ese poder encarnado por el papa Martín IV.
—Con él se inicia efectivamente el desprestigio del papado porque, en la revuelta de las Vísperas Sicilianas contra la tiranía de Anjou, la primera opción de los sicilianos fue el Papa, pero su rechazo motivó que pidiesen apoyo a Pedro III, ya que su mujer Constanza era de la casa heredera del trono arrebatado por los franceses en 1266. Antes de este suceso predominaba que el Papa fuese emperador de reyes. Un estatus conseguido por Inocencio III cuando en la cruzada contra los cátaros, en la que murió Pedro II de Aragón y perdió las posesiones de la casa de Barcelona al otro lado de los Pirineos, impuso su voluntad de que Francia arrasase el territorio y lo dominase. Después de la conquista de Sicilia y a pesar de la derrota de Martín IV, los posteriores papas insistieron en el mismo nepotismo porque no podían admitir que estaban equivocados en pensar que por ser representantes de Dios en la tierra tenía que suceder su voluntad.
—La conquista de Sicilia es igualmente la historia de una gran conspiración.
—Juan de Procida fue el gran actor de la misma al poner en secreto de acuerdo a Pedro III y a Miguel VIII de Bizancio en contra de Carlos de Anjou, manejando en la isla el descontento con la tiranía y en Constantinopla la amenaza de invasión por parte de Anjou, que veía a Bizancio como un conejito agazapado frente a un león pero sin pensar que poseía la sabiduría de dos mil años de imperio y una impresionante red de espías en Túnez, Grecia, el sur de Roma y Sicilia.
—Uno se imagina aquella Sicilia como una especie de la Casablanca de la Segunda Guerra Mundial, con esa amalgama de intereses, y riqueza de personajes.
—Es cierto que había mucho movimiento subterráneo y exterior contra el gobierno de Anjou, su presión fiscal, la pretensión de imponer el francés en la isla, la presión diplomática en Roma con Nicolás III para unir el oro bizantino con las ambiciones de Aragón en Sicilia.
—Otro de los ricos personajes de Canción de sangre y oro es Roger de Lauria, el primer gran almirante.
—El triunfo de Aragón en el Mediterráneo vino de su mano al derrotar a la flota francesa cerca de Malta, por su audacia y sus innovaciones en la guerra náutica. También fue determinante al desbaratar la invasión de Cataluña por parte de Felipe III. Sin duda fue el primer gran almirante de la Historia.
—¿Sicilia, Malta, el Mediterráneo, representan la frontera entre la Edad Media y el Renacimiento?
—El Renacimiento fue algo paulatino que ocurrió en unos lugares y en otros no. En Italia se produjo en el siglo XIV, en España en el XV y en el XIII hubo un Prerrenacimiento con la cultura del trovador y el amor cortés en la zona de Provenza. Incluso Grecia, Roma y Al-Ándalus se consideran importantes referentes. Es importante recordar que Fernando e Isabel fueron primero reyes de Sicilia, y en ese sentido representa también las llaves de lo que luego fue la España renacentista de los Reyes Católicos. El Mediterráneo ha sido una puerta importante de culturas, y un transcendental eje de estrategias.
—¿Escribir sobre hechos históricos desde la ficción es como ser el amante de la Historia?
—Me apasionan los hechos, las causas y las personas de la Historia. Para mí las buenas ficciones son realidades sorprendentes. Un buen ejemplo es la vida y sufrimiento de Conradino, al que ajusticia Anjou y cuyo guante de venganza lanzado por su madre Isabel de Baviera recogerá metafóricamente Pedro III. Un buen novelista convierte los personajes de la Historia en protagonistas de un relato de sentimientos.