Alejandro Palomas: “Hay reflexión en el poeta, hay una voz que se escucha y analiza”
Vandalia publica la poesía reunida del último Premio Nadal en un volumen que incluye sus tres libros conocidos más un cuarto inédito
La compaginado la traducción con la creación literaria, y la narrativa con la poesía. Reciente ganador del Premio Nadal con Un amor, Alejandro Palomas es un escritor con un público amplio que ha seguido fielmente sus novelas, pero cuya obra poética sigue siendo desconocida para muchos de sus lectores. La publicación de Quiero. Poesía reunida (2012-2018) permitirá acceder de una vez a su mundo poético, distinto y complementario de su narrativa. Emoción y reflexión conviven en los libros de poemas de Alejandro Palomas, recogidos en este volumen que suma a los tres ya conocidos —Tanto tiempo (2012), Entre el ruido y la vida (2013) y Aunque no haya nadie (2014)— un cuarto hasta ahora inédito, Quiero, definido por el autor como un pequeño viaje por el despertar a la segunda vida de un hombre que no tuvo una infancia entera y al que ahora, cumplidos los cincuenta, el tiempo le ha dado un respiro.—¿Qué diferencias hay entre el Alejandro Palomas narrador y el poeta?
—La gran diferencia entre el narrador y el poeta es que el primero es más visceral, está más implicado en lo que cuenta porque no filtra. El narrador vive y comparte lo que vive a la vez que lo experimenta, por eso llega así, tan directo al plexo. El poeta, en cambio, es más paseante: se sienta a mirar, se da su tiempo para entender y explicarse la vida. Es como si el narrador se comiera el tiempo y el poeta se paseara sobre él, mirándolo todo, mirándose mirar. Hay reflexión en el poeta, hay una voz que se escucha y se analiza. Esa es la diferencia.
—Afirma que la música de sus novelas y la de sus poemas se asemejan.
—La música de un escritor es su marca, su manera de latir en el mundo. Nadie late igual, cada uno de nosotros late de un modo único. Yo soy la música con la que escribo, la que respira entre mis líneas, y eso no cambia de la ficción a la poesía. Quien me conoce como novelista debe reconocerme en todo lo que lee de mí, porque yo no sé ser nadie más, no me interesa, no me lo creo. Llevo escuchando el mismo cedé desde hace 11 años. En mi casa solo suenan esas piezas una y otra vez, y eso me recuerda que respirar o escribir o componer es recordar que no debes dejar de ser nunca tú.
—¿Quiero llega en un momento de reflexión, de sosiego?
—En mi caso, los períodos de sosiego se entrelazan siempre íntimamente con los de mucha actividad emocional, hasta el punto de resultar prácticamente solapados. El poema llega porque la voz está activada y porque el plexo sigue abierto. El sosiego llega después, cuando el poemario está fuera y la voz ya no dice.
—¿Es un punto de inflexión después de los libros de poemas anteriores?
—Es un punto final. Con Quiero se cierra una etapa y se abre otra: los cincuenta años vividos quedan aquí, descansan aquí, y empieza mi segunda media vida. El poeta deja de escuchar al hijo y levanta la mirada porque por fin ha descubierto que el vacío, el que envuelve al funámbulo, está dentro y es hermoso porque está entero.
—¿Qué temas predominan en el libro?
—La observación, la reivindicación de la soledad, la fe en la imaginación, la fuerza de lo que somos y la grandeza de la fragilidad.
—¿Conocen su poesía los que leen sus novelas?
—Creo que muchos de mis lectores y lectoras no se han acercado a mi poesía todavía, porque tampoco yo la he ofrecido en abierto. Y creo que eso cambiará con este volumen. A pesar de que mi obra narrativa es bastante extensa, tengo la sensación de que mi poesía es necesaria para completar el rompecabezas que ofrezco.
—¿Tiene poetas de cabecera?
—No tengo poetas de cabecera como no tengo tampoco novelistas de cabecera. Hay poemas que me acompañan durante un tiempo, como acompañan los siglos los amores, pero nunca un autor ni un poemario entero. Admiro a Anne Sexton y a María Eugenia Walsh, a Robert Creeley y a Leonard Cohen, a Philip Larkin y a Emily Dickinson. Últimamente leo y releo a Ben Clark y a Aroa Moreno.
Juan Bonilla: “Una biblioteca es siempre la autobiografía de un lector”
El autor jerezano escribe sobre el “vicio” del buscador de libros a partir de su propia experiencia como bibliófilo y coleccionista
No recuerdo un día en que no haya buscado libros”, confiesa Juan Bonilla, que refiere en estas páginas la historia de una pasión —un vicio o un deporte, la bibliomanía— que es también o sobre todo una forma de vida. Publicado por la Fundación José Manuel Lara, La novela del buscador de libros no pretende ser ni una apología ni un ensayo histórico, solo una memoria desordenada. Libros y librerías, innumerables pesquisas y muchas historias asociadas componen esta suerte de autobiografía donde el escritor jerezano ha volcado su larga y apasionada experiencia como cazador de libros.
—Una pasión, un vicio, un deporte… ¿Cómo lo definiría?
—Es un vicio, sin duda, pero los vicios también pueden apasionarnos. Y un deporte también porque hay que hacerse muchos kilómetros aquí y allá y cargar toneladas de papel para sacar un cuadernito escondido. Tiene algo de narcótico, pero por otra parte es cierto que muchos libros o los lees en primera edición o no los lees, porque no hay otra.
—La historia de este libro, ¿es también la historia de su vida?
—De alguna manera sí, digamos que es una zona solamente, teniendo en cuenta que empieza en la adolescencia y llega hasta ayer mismo y hay viajes y amigos y, naturalmente, mucha experiencia biográfica.
—¿Cuál fue el primer libro que recuerda haber buscado?
—Creo que fue los Cantos de Maldoror de Lautréamont, porque hablaba de él maravillas Pere Gimferrer, y de repente me sacudió esa electricidad de necesitar leerlo. Ahora se encuentra fácil en un minuto, pero entonces solo había una traducción argentina y una española de los años veinte. Tardé muchísimo en alcanzarlo.
—¿Recuerda títulos que se le hayan resistido?
—Lamentablemente son decenas, porque tienen precios imposibles para mí o porque parecen haber sido borrados de la faz de la tierra. Pero, como son tantos, siempre cabe la sorpresa de que aparezca alguno. Me dan mucha pena esos bibliófilos a los que solo les faltan dos o tres piezas para completar algo. Debe de ser un aburrimiento.
—¿Hay competición entre los bibliófilos? ¿Intervienen la estrategia, la suerte?
—Sí que la hay, sobre todo en los lugares donde lo que se ofrece no está protegido por precios imponentes, o sea en los mercados callejeros. En el resto, suele haber mucha deportividad, aunque es inevitable que te den pellizcos de envidia cuando alguien te cuenta lo último que ha conseguido. Durante mucho tiempo pensé que era una cuestión de suerte, pero siempre tienen más suerte los que más buscan (y los millonarios).
—¿Cómo explicaría la estructura del libro?
—Está dividido en capítulos que no llevan títulos, quería que fuese una narración seguida y tratar los diferentes aspectos del vicio de buscar libros con respecto a mi propia experiencia: buscador adolescente, dependiente de librería, coleccionista de algunos autores raros, vendedor de mi propia biblioteca en épocas malas, librerías importantes, mercados latinoamericanos, y reflexiones acerca del propio objeto, el libro.
—¿Ha conocido a muchos otros bibliófilos? ¿Puede adelantar alguna anécdota?
—Conozco a muchos y soy amigo de algunos, entre ellos los legendarios Abelardo Linares, Juan Manuel Bonet y Andrés Trapiello. En el libro cuento la compra de un ejemplar de la mítica primera edición de España en el corazón de Pablo Neruda por el coleccionista Bill Fisher y visito algunos lugares tan exóticos como una librería-burdel de Bogotá y una librería-peluquería de señoras que hay en San José de Costa Rica.
—¿Son sus libros útiles de trabajo o una especie de paraíso para el Bonilla lector?
—Las dos cosas. Digamos que tengo cuarenta y tantas ediciones de Lolita porque quiero escribir sobre el tratamiento gráfico que se le ha dado a esa novela a lo largo de la historia y por lo tanto las necesito, pero también las necesito porque para mí, como para cualquiera, el paraíso es dedicarme a lo que me gusta. En realidad una biblioteca es siempre la autobiografía de un lector, una autobiografía que solo ese lector puede leer.