Mujeres auténticas
Galdós estableció en sus numerosos personajes femeninos, sin que estos perdieran su inmanencia individual, categorías de mayor o menor carga simbólica
Galdós logró, como pocos escritores, imprimir tal ilusión de vida en los garabatos de tinta devenidos personajes, que no resulta fácil al lector que los sorprende escapar a su poder de persuasión. Al contrario, es lo más habitual que el garabato animado llegue a colarse en el mundo de sus afectos, con su nombre propio, el aire de su figura, su comportamiento, su modo de hablar o su soliloquio. No permitirá el autor, sin embargo, que olvide que son criaturas de ficción manejadas con sutileza, de modo que, siguiendo su trazo, el lector común aprecie su singularidad y su atractivo, y el avispado intuya un más allá significativo, en relación con la realidad que le sirve de telón de fondo.Muchas de estas creaciones mágicas han de ser mujeres. Las más espléndidas de ellas, diríamos; las que con preferencia asumen el protagonismo del invento de vida del que forman parte. Así había de suceder en el Galdós realista cuya mirada se inclina a las zonas más necesitadas de rehabilitación social, como lo era el mundo de la mujer del siglo XIX. De enfoque social, repetimos; porque no podemos esperar intrascendencia en el Galdós que tiene como básico el ideal de la literatura como enseñanza, y que afirmó no haber escrito una sola línea sin intención de dejar huella. Pero logrará el artista en su taller, conjugar belleza, verdad y utilidad mediante la herramienta de la buena literatura manejada con habilidad.
La mirada de Galdós se inclina a las zonas más necesitadas de rehabilitación social, como lo era el mundo de la mujer del siglo XIX. No podemos esperar intrascendencia en un autor que sigue el ideal de la literatura como enseñanza Las protagonistas de las grandes novelas de los años ochenta, reproducen en su historia personal la verdad reconocible que el realismo literario exige. El lector asumirá la peripecia de su novela personal sin esperar más que la coherencia entre lo contado y la realidad social que lo sostiene. Así, la atractiva Isidora Rufete, cuyos defectos naturales han de abocarla a un fracaso lógico que el lector verá con pena. O las hermanas Emperador, Refugio y Amparo, de atractiva historia con guiño de folletín: ¿qué otra cosa podrían hacer unas huérfanas de la fortuna más que caer con más o menos dignidad? Otras lo harán más indignamente, como Rosalía de Bringas, víctima del mareo que a su frivolidad personal ofrece el revoltijo social de la España del 68. La más que atractiva Fortunata, por su parte, acabará sus días queriendo ser tan angélica como veía ella a Jacinta, la señorita afortunada que le ha robado a su marido; sí, robado, porque sabe Fortunata para entre sí, que una bendición y una firma nada pueden ante el amor y el hijo. En el caso de las desventuradas Miau, con el padre desempleado y la presión de una clase social que las obliga a aparentar, ¿qué han de hacer sino soportar las malas artes del yerno y permitir que Luisito acabe viviendo con la tía paterna? Muy distinto es el caso de la afortunada Augusta Cisneros (de excelente posición económica y con un marido excepcional) que tiene la oportunidad de asumir con valor un adulterio con suicidio incluido; pero, ¿cómo iba a confesarse ante su marido? Prefiere perderlo espiritualmente. Sería impensable otra cosa.Algo cambian las protagonistas galdosianas de las novelas de los noventa, pues dejan asomar en sus diseños intenciones nuevas de utilidad. Así, la Leré de Ángel Guerra, cuya personalidad contundente consigue desconcertar al protagonista hasta volver del revés su vida. O Tristana, llamada a representar el papel de la mujer nueva, con ansias de una independencia que, casi, casi, consigue…, pero el lastre social que arrastra pesa más que las ínfulas artísticas que la animan; ¡pobre Tristanita, y pobre Concha Morell que la inspira!; la simbólica pierna quebrada que anula a la primera es tan decepcionante como el final real de la segunda. Catalina de Artal y condesa de Halma, por su parte, logrará rehabilitar para la posteridad al quijotesco cura Nazario: no es loco ni santo — demuestra— sino imagen del cristianismo verdadero. La función de Halma se acerca a la de la señá Benigna de Misericordia, que resplandece entre mezquindades para proponer con su bondad la verdad de la religión del amor; e incluso (ahora en el ámbito político), se acerca la funcionalidad de las dos protagonistas anteriores a la de la lúcida maestra Atenaida, de La razón de la sinrazón, quien consigue conjurar las malas artes de los políticos con la bandera de la cultura y la rectitud humanas. Del mismo modo, el ateísmo de una Casandra mítica logrará liberar a la humanidad de la opresora santa de barro, sin mancharse las manos.
Coincide este segundo grupo de protagonistas (también cronológicamente) con las más destacadas de las mujeres fuertes que Galdós hizo subir a los escenarios para conmover al público con su ejemplo. Victoria, Rosario, Isidora, María y Celia (La loca de la casa, La de San Quintín, Voluntad, Mariucha, Celia en los infiernos) defienden valores nuevos e imponen en la sociedad el vigor de su personalidad decidida y sin prejuicios; como los impondrá Alceste, asumiendo el sacrificio que determinará la salvación común; y Sor Simona, relegando al olvido unos principios aprendidos ante la fuerza de la vida y el amor: el amor, motor determinante de las conductas. El amor al hijo hará confluir los ideales distintos de Guillermo y Paulina en Amor y ciencia. Caso aparte y modernísimo es el de Bárbara, protagonista de un alegato público contra el maltrato, que encuentra fuerzas para matar al marido tirano pero no para escapar de los asedios de su conciencia.
Muchas de las mujeres creadas por Galdós asumen el protagonismo del invento de vida del que forman parte. Algunas son potentes, ejemplares o rompedoras. Con ellas logrará el artista conjugar belleza, verdad y utilidadLas mujeres más atrevidas y rompedoras de Galdós, pueblan las páginas de los Episodios Nacionales, las novelas diseñadas para mostrar la historia de España con intención de magisterio. Entre las protagonistas, Amaranta en la serie primera y Pilar de Loaysa en la tercera son madres de hijos ilegítimos a quienes el lector apreciará, admirará, comprenderá y defenderá en su fuero interno. Genara de Barahona (como la España de la guerra fratricida) tendrá dos novios; se casará con el rico y legítimo pero amará apasionadamente al otro. Genara triunfará por su habilidad personal, su posición y su cultura, y hasta desgranará para el lector consejos de atrevido hedonismo al comparar las escapadas amorosas fugaces con aguinaldos que regala la vida y que no pueden desperdiciarse. En el paso entre las series tercera y cuarta, el lector admirará a Rafaela del Milagro, la perita en dulce de distintos amantes por fracaso de su ideal primero; pero es Rafaela más sincera y honrada que su hermana, que casó con un arpista. Y admirará el lector a Eufrasia Carrasco que, para desgracia de su madre doña Leandra, no logró conservar en Madrid las “virtudes castizas” que trajo de La Mancha, pero sí terminar casándose con un usurero bien posicionado en la corte. En la cuarta serie, el lector simpatizará con la avispada Virginia Socobio que, en consonancia con “la revolución de julio” que vive el ambiente, abandonará a un marido “que pasa por millonario”, para escapar con un atractivo pintor que trabajaba en su casa: el amor le hará cambiar hasta de nombre. Y comprenderá el lector a Mara Ansúrez, que lo deja todo para unirse al peruano Belisario. La mejor creación femenina de los Episodios, la más atractiva de estas mujeres, libres y modernas (como Galdós hubiera querido que fuera España) es, tal vez, Teresita Villaescusa: la mujer de los mil amantes, la que cambia de novio con la facilidad que la España de Isabel II cambia de ministros. Teresita es “linda como un ángel”, amante del teatro y gran lectora, ha sido educada en libertad…; el amor por el alter ego de Prim, Iberito, hará de ella la “mujer de los alegres destinos”, frente a la de los “destinos tristes”, que es la reina. Será Teresa el símbolo de la “España con honra”, pero habrá de vivirla con su amor fuera de España.Mujeres de Galdós. Algunas de ellas: potentes, ejemplares o rompedoras. Reales y auténticas siempre. Creaciones geniales de un escritor genial.