El traficante de palabras
Discursos
Rudyard Kipling
Prólogo de Ignacio Peyró
Trad. Marta Gámez
La Dragona
264 páginas | 24 euros
En la adaptación cinematográfica de El hombre que pudo reinar, cuando un nativo de Kafiristán les pregunta a los pícaros protagonistas si son dioses, ellos le contestan que no, que son ingleses que es casi lo mismo. Esta sarcástica respuesta es un buen reflejo del orgulloso espíritu del Imperio británico que puede aplicarse también al gran cantor del colonialismo Rudyard Kipling (Bombay, 1865-Londres, 1936). A la pregunta de si es un dios el autor de El libro de la selva, bien se podría contestar que no, pero que es un gran escritor y eso es casi lo mismo. Y es que pocos como él han sido capaces de convertirse en demiurgos creadores de mundos de ficción. La sugestión que provoca la remembranza de sus obras es tan intensa que resulta difícil oír su nombre sin que acudan a nuestra memoria los inquietantes sonidos de la selva o el hechizante embrujo de la caleidoscópica India. Todo ese imaginario kiplingniano inoculado por sus libros y apuntalado por la magia del cine.
Más allá de las controversias que siempre han suscitado sus posicionamientos políticos, el poder de creación de mitos lo convierte en un clásico cuyo interés rebasa lo meramente literario. Así ocurre con estos Discursos publicados por la editorial malagueña La Dragona (con traducción de Marta Gámez) y que proporcionan una excelente oportunidad para profundizar en la personalidad de uno de los mayores narradores de la historia literaria. De hecho, sería injusto relegar estos textos a meros instrumentos para la arqueología biográfica. Como apunta en el prólogo el escritor y periodista Ignacio Peyró, actual director del Instituto Cervantes de Londres y anglófilo acreditado, si estos discursos son propios de un maestro de la oralidad, es porque el Kipling cuentacuentos no deja de asomarse a esta dimensión del Kipling orador.
Ciertamente, esta recopilación inédita de los discursos que Kipling dio entre 1906 y 1935, está atravesada por el singular encanto de las buenas narraciones. Reclamado por los más diversos estamentos, institutos o corporaciones, desde la Real Academia de las Artes o la Asociación de Autores Canadienses hasta la Sorbona de París, como un santón laico Kipling discurseó hablando de literatura, de arte, el Imperio, la guerra, los viajes, la medicina…Estos discursos nos muestran a un Kipling erudito, hábil dominador de la retórica y también muy irónico. Así lo señala Ignacio Peyró, con un punto de retranca chestertoniana, al citar el discurso “La desventaja de las letras”: “Con frecuencia un escritor no empieza a vivir hasta que lleva un tiempo muerto”.
Y por supuesto está el Kipling patriota, el escritor comprometido con su país. Muy interesante y definidor de su personalidad resulta uno de los discursos más turbadores del libro, el que dio en el Winchester College el 11 de diciembre de 1915. Tuvo lugar unos meses después de que su hijo John, que fue a la Gran Guerra alentado por él, muriera en la batalla de Loos. Se inauguraba un campo de tiro dedicado a la memoria de otro joven también caído en combate y sorprendentemente Kipling arengó a los muchachos para que participaran en el conflicto, porque “dulce y honorable es morir por la patria”, les decía citando a Horacio entre el dolor y el orgullo.
Cualquier lector que no haya leído las maravillosas historias de Kipling o sus memorias Algo de mí mismo, podría hacerse con estos discursos una idea cabal de quién fue este enorme traficante de palabras, como él mismo se reconoce: “Soy, por vocación, traficante de palabras, y las palabras son, sin duda, la droga más poderosa utilizada por la humanidad”.