Elogio de la admiración
30 maneras de quitarse el sombrero
Elvira Lindo
Seix Barral
288 páginas | 18,90 euros
Si la admiración fuera un músculo, Elvira Lindo lo tendría tenso y compacto. Su último libro —30 maneras de quitarte el sombrero, publicado en Seix Barral— profundiza en este hecho: admirar y escribir sobre otras mujeres no solo supone un acto de generosidad, tal y como afirma Elena Poniatowska en el prólogo del libro, sino que además constituye una suerte de huida de una misma. “En mi caso, admirar va unido al mero hecho de vivir, y no siempre es la generosidad lo que me empuja: admirar también es distraerse del trabajo propio para enredarse observando el de los demás”, escribe Lindo en el artículo dedicado a la actriz y dramaturga María Guerrero.
Las treinta mujeres con las Lindo se quita el sombrero son tan disímiles entre ellas que solo la inconveniencia de su existencia puede unirlas. Los perfiles de Mary Beard, Maruja Mallo, Concha Méndez, Margaret Atwood, Dorothy Parker o Gloria Fuertes pertenecen a nacionalidades, profesiones y estratos sociales diversos. Sin embargo, hay algo en ellas que la autora logra coser con un hilo invisible pero tremendamente poderoso y sentimental. 30 maneras de quitarte el sombrero puede leerse así, como el imaginario artístico que Elvira Lindo decide compartir con el lector.
Hay en todas las semblanzas, incluida la que la autora se dedica a ella misma, una singular atención al origen de la creación artística, especialmente la literaria. Con respecto a Joyce Maynard, por ejemplo, Lindo habla de la ficción como “un goce solitario y obsesivo que puede trastornar la voluntad de quien posee una mente tierna y fantasiosa”; a Tristana, el personaje mítico que Galdós creó, la define como una “figura nítida y solitaria”; y de Lucia Berlin se pregunta cuándo debía escribir aquella mujer “que sobrevivió a una agotadora aventura iniciada desde su nacimiento”. Hay, en definitiva, un interés por lo doméstico y, muy concretamente, por la crianza y la maternidad: “¿Qué esperan los hijos de nosotras?”, se cuestiona la autora que denuncia, por ejemplo, la existencia de una maternidad agobiante en la que parece que solo sirve “entregarse a la crianza sin pausa ni tregua”.
En estos perfiles se sigue colando una ciudad, Nueva York, que se utiliza como símbolo de la soledad más extrema. Los episodios dedicados a Grace Paley, Olivia Laing o Vivian Gornick —todas ellas con una experiencia dura en la ciudad de los rascacielos— constituyen un cierto refugio literario, es decir, la autora debió acudir a muchas de esas autoras cuando vivió su propia experiencia neoyorquina que, con su especialísimo sentido del humor, desgrana en el último capítulo del libro titulado “Autorretrato. Una mujer inconveniente”. Esa mujer no es otra que la propia Elvira Lindo que se perfila a ella misma con la misma honestidad y asombro con las que dibuja el resto de semblanzas.
La autora se reconoce como “cariñosa y graciosilla” desde pequeña y describe cómo su alegría, su capacidad camaleónica, su indudable aptitud para hacer reír a los demás encandilaba a su padre. “Me costó, como a todos los humoristas que llevan el humor en la sangre, comprender cómo se activa a voluntad el mecanismo de la risa en los otros”, escribe la autora. La niña se convirtió en adolescente y comprobó que los tópicos —las humoristas no pueden ser sexis— seguían incrustados en la sociedad. Todo cambió con su creación más célebre, Manolito Gafotas. Lindo se metió entonces en los hogares de miles de familias con la misma ternura con la que bailaba delante de su padre cuando era una niña. Ahora la conocemos como esa escritora lúcida que no duda en admirar a otras y escribirlo. Sigue siendo (afortunadamente) inconveniente y nunca dejará de serlo.