“La preservación del legado se debe al enorme esfuerzo de mi familia”
Entrevista con Laura García-Lorca
La llegada a Granada a finales de junio pasado del archivo de Federico García Lorca, que sus herederos custodiaban en la Residencia de Estudiantes desde 1986, ha abierto una nueva época en las relaciones entre las autoridades de la ciudad y los familiares del poeta, hoy integrados por fin en el consorcio del Centro Federico García Lorca. Laura García-Lorca de los Ríos (Nueva York, 1953), directora de la Fundación Federico García Lorca, ha representado los intereses de los herederos, un papel lleno de escarpaduras. “Casi todo lo que podía ir mal, salió mal”, dice. Aunque persisten algunos interrogantes sin aclarar, como el papel de La Caixa, da por superada la etapa más difícil y apuesta por cerrar el organigrama del Centro y proseguir la actividad en torno a Lorca que ya cuenta con tres valiosos antecedentes: la exposición Una habitación propia, sobre los años en la Residencia de Federico, la muestra Desde el Centro. Federico García Lorca y Granada y otra sobre Lorca y el amor, Amor (con alas y flechas), comisariada por Christopher Maurer. “Desde el momento del fusilamiento de Federico, sus padres y sus hermanos son conscientes de la responsabilidad que tienen con su legado. Para mi padre fue difícil, desde el exilio, convertirse de alguna forma en la voz de su hermano”—En 1985 los herederos del poeta ofrecieron al Ayuntamiento trasladar la Fundación y el legado a Granada. Las relaciones parecían buenas. El consistorio acababa de comprar la Huerta de San Vicente. Pero todo se torció. Ha habido que esperar 32 años para que el legado, por fin, esté en el Centro Federico García Lorca. ¿Qué explica esa extraordinaria dilación?
—Mi primo Manuel Fernández-Montesinos ofreció entonces, en un acto público, establecer la Fundación Federico García Lorca, que estaba a punto de crearse, en Granada, pero el alcalde dijo que no había dinero, cuando Manolo no estaba pidiendo dinero sino ofreciendo crearla aquí. Desde 1985 ha habido muchas trabas y dificultades que nunca acabaremos de entender.
—¿Y cuáles han sido las causas, políticas, económicas, del desafecto de la ciudad con el poeta?
—Una mezcla de todo, que ha sido muy dañina para proyectos importantes, desde que la Fundación estuviera en Granada desde el principio a que la Huerta de San Vicente fuera un lugar dedicado a la memoria, la vida y la obra de Lorca. Hasta 1995 no hubo un espacio dedicado a García Lorca en la ciudad. Existía en Fuente Vaqueros. Afortunadamente Juan de Loxa tuvo esa visión y ese empeño y lo logró. Pero en Granada no había nada y la Huerta estaba cerrada al público, y tuvo muchos problemas además por carencias básicas como pagar a los tres guías y el mantenimiento.
“Mi padre quiso evitar que el régimen se apropiara de la figura de Federico para lavar su cara. Esa labor de control, que se ha criticado en muchas ocasiones, tenía una razón: impedir que se hiciera mal uso de la obra y el asesinato”—La apertura del Centro, ¿ha cancelado todos esos malentendidos?
—Como no entiendo lo que ha pasado, es muy difícil que la conversación aclare lo ocurrido, salvo que los problemas con el administrador acabaron de dañar una ya inexplicablemente difícil situación. Han sido el tesón y la convicción de que este proyecto era importante los que han hecho que resistamos hasta el final de 2017. Pero hay un logro simbólico y físico: los archivos ya están aquí, en este edificio que se ha hecho a medida de Lorca y de su legado, en el corazón de la ciudad y con la intención de que cumpla su cometido.
—Desde 1985 hasta ahora se ha abierto la casa de Francisca Alba, la inspiradora de La casa de Bernarda Alba, y se ha consolidado la vivienda de Valderrubio como un espacio importante para entender al Lorca infantil y juvenil; Fuente Vaqueros es un lugar de referencia con su casa natal y el centro de estudios. Hay muchos indicios que apuntan a una normalización de la relación de Granada con Federico.
—Iniciativas importantes, como también la compra del cortijo de Daimuz, pero quedan otras: el Centro García Lorca tiene que arrancar y completar su cometido empezando por la consulta y la investigación, por tener un programa consolidado con un equipo. Es fundamental ir tejiendo una relación con la ciudad para que el Centro se sienta como un lugar cercano para mucha gente. Lorca habla a muchísimos públicos y uno de nuestros deberes es dirigirnos a ellos. Confío en que en los próximos meses esté a pleno rendimiento. Hemos arrancado con una exposición permanente de los fondos, una muestra rotativa porque todo el material de papel no se puede tener expuesto durante un tiempo seguido. La primera selección habla de la relación de Lorca con su ciudad y sus paisajes. Hay mucho material, riquísimo y emocionante, desde la obra de juventud hasta la muerte. Toda su obra está llena de los paisajes reales de la vega y de la sierra, y de esa metáfora de Granada como paisaje interior. Es una exposición concebida para que los visitantes entiendan el apego de Lorca por esta ciudad y también su alejamiento, ese conflicto suyo entre quedarse, marcharse y volver aquí.
—Es un conflicto de toda la familia. Todos acabaron dejando Granada.
—Sí, empezaron Federico y mi padre, Francisco García Lorca, yéndose a la Residencia de Estudiantes en 1919. Casi toda la familia acabó en Madrid y luego los que quedaron fueron forzados al exilio. Mi abuela Gloria Giner, que siempre vivió con nosotros en Nueva York, no era partidaria de que mis padres volvieran a España. Fue la única discusión que oí entre ellos. Ella, la madre de mi madre, pensaba que iba a ser muy difícil la vuelta.
—Un juego de atracción y rechazo repetido muchas veces en la familia.
—Mis tías y mi abuela Vicenta decidieron en 1952 volver a España. Ya había muerto mi abuelo Federico en Nueva York a donde llegó, como recuerda mi primo Manolo, después de decir en el puerto de Bilbao, a bordo del barco que lo llevaba a América, aquello de “nunca volveré a pisar este jodido país”. A Manolo le impresionó mucho; le impresionó oírle decir “jodido” y por supuesto todo lo que estaba expresando.
—Y usted, una niña nacida en Nueva York, perteneciente a otra generación, ¿cómo imaginaba su tierra?
—Los primeros años íbamos en verano a la huerta que se había hecho mi abuela Vicenta en Meco, cerca de Alcalá de Henares. Ella nunca volvió a Granada. Vivió y murió en Madrid y se hizo una casa en esa vega que se parece en algo, aunque no es tan bonita, a la de la Huerta de San Vicente, y se llevó a Evaristo Correal, que trabajaba en las tierras de mi abuelo en Granada, que le hizo un vergel y de allí no se movía.
—Una réplica de Granada.
—La primera vez que yo fui tenía un año. Íbamos casi todos los veranos; para mis hermanas y para mí era un paraíso: había cerdos, mulos, frutales, flores, acequias, una alberca y un campo extraordinario. Pero siempre pesaba una mezcla de maravilla y de tristeza.
—¿Tuvo usted que vencer alguna resistencia personal para instalarse en España?
—Mis padres decidieron volver en 1967. Yo tenía 13 años ese verano y no había elección: debía ir con ellos a Madrid. Y fue muy difícil dejar Nueva York a una edad en que las amistades son muy intensas. Al mismo tiempo España me encantaba, y en Madrid estaban mis tías y mis primas. No lo sentía un lugar ajeno, pero lo veía de una manera distinta a Nueva York.
“Del legado me impresiona el ‘Romance sonámbulo’. Todos los manuscritos reflejan esa viveza, esa inmediatez de estar recién escritos, y ver los tachones en un poema que conoce el mundo entero impresiona mucho. Y luego algunas cartas”—¿Qué le parece cómo pintó Federico su ciudad en Poeta en Nueva York?
—Lorca usa Nueva York para hablar de la soledad, de la marginación, de la exclusión, de la brutalidad del dinero, de las desigualdades. Pero si lees el libro al mismo tiempo que las cartas ves hasta qué punto Nueva York es un tema literario que usa para hablar de cuestiones vitales. Allí también nota por primera vez esa sensación de libertad que solo ofrece la metrópolis. Encuentras la libertad porque nadie tiene referencias tuyas. Eso debió de ser muy placentero.
—Aunque llega en pleno crack de la Bolsa…
—Un momento de horror, pero también de una enorme vitalidad creativa con todo lo que está pasando en Harlem, en el teatro, en el cine y en la literatura. La primera vez que leí el libro comprobé que la ciudad de Poeta en Nueva York no era la mía. Pensaba: qué visión más dura. Pero luego leyendo las cartas ves que está también todo lo demás: la fascinación de la mezcla, la electricidad y la belleza.
—Una fascinación que se extiende luego a la otra América.
—Cuba es lo que encuentra paradisíaco, con razón.
—Un contraste tremendo entre Nueva York y La Habana.
—Sí, y entre Granada y Cuba, salvo la lengua.
—Bueno, “La Habana es Cádiz con más negritos”…
—Sí, Cádiz, pero no Granada.
—¿Y cuál sería la característica de Granada?
—Pues… No me atrevo a decirlo todavía. Aún no lo sé.
—¿Cuando sea mayor?
—Sí, eso, cuando sea mayor. Aunque ahora estoy en una posición favorable, he superado momentos difíciles muy largos. Casi todo lo que podía ir mal, salió mal. Pero ya estamos en otro momento y no quiero volver sobre ello.
—El hecho de que ahora estén en Granada todos esos papeles se debe al esfuerzo enorme de mi familia desde el momento del fusilamiento de Federico. Sus padres y sus hermanos son conscientes desde entonces de la responsabilidad que tienen. Mi padre y mi tía Isabel, y durante mucho tiempo mi primo Manolo, hicieron el esfuerzo de preservar y poner a disposición del mundo este legado que les cayó tan trágicamente. Y lo supieron desde el primer momento. Para mi padre fue difícil, desde el exilio, convertirse de alguna forma en la voz de su hermano. Y regresar con Franco vivo, y evitar que el régimen se apropiara de la figura de Federico para lavar su cara. Esa labor de control, que se ha criticado en muchas ocasiones, tenía una razón: impedir que se hiciera mal uso de la obra y el asesinato.
—¿Era fácil la manipulación?
—No era fácil que justificaran ese asesinato, aunque lo intentaron. Les gustaba mucho aquello de que había sido un crimen homosexual, una teoría muy apoyada por los franquistas porque de alguna forma los exoneraba.
—¿Y su tía Isabel?
—De ella fue la idea de hacer la Fundación. Nos preguntó a los seis sobrinos si estábamos de acuerdo en donar el legado a la Fundación, todos dijimos que sí. También lo estuvimos cuando llegó la hora de vender los cuadros de Dalí para financiarla. Pero fue ella el motor. Era la última que quedaba.
—El legado tiene un enorme valor simbólico para ustedes.
—Simbólico y no fácil para todos. Yo estoy en el Centro ahora, y he tenido claro que este proyecto era importante, pero han aparecido tantas dificultades por el camino que los demás no siempre estuvieron de acuerdo con seguir adelante.
“La primera exposición de los fondos del Centro habla de la relación de Lorca con su ciudad y sus paisajes. Toda su obra está llena de los paisajes reales de la vega y de la sierra, y de esa metáfora de Granada como paisaje interior”—¿Hay algún manuscrito del legado que le atraiga en particular?
—Me impresiona el “Romance sonámbulo”. Todos los manuscritos reflejan esa viveza, esa inmediatez de estar recién escritos, y ver los tachones en un poema que conoce el mundo entero impresiona mucho. Y luego algunas cartas. Esa tan bonita que escribe después del fracaso de El maleficio de la mariposa a mi abuelo que antes le había dicho que volviera a casa a terminar la carrera porque le había ido mal. Y él contesta: “Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo. Dejadme las alas en su sitio que os respondo que volaré bien”. ¡Tan joven!
—El epistolario es maravilloso.
—Sí, y en particular esas cartas en las que se enfrenta un poco a mi abuelo son estupendas porque son cariñosas y rotundas. Como una en la que le dice: “¿qué quieres que haga, que vuelva a Granada a oír canalladas?” Y mi abuelo le hace caso.
—Usted es ahora la persona sobre la que recae la responsabilidad de guardar la memoria familiar. ¿Escribirá las suyas?
—Creo que algún día. Me cuesta muchísimo escribir, pero sé que es una deuda. Que cumpliré.