La melancólica belleza
Carta florentina
Guillermo Carnero
Vandalia. Fundación José Manuel Lara
49 páginas | 9,90 euros
Con Carta florentina Guillermo Carnero suma un decisivo capítulo a la serie a la que dio origen hace veinte años Verano inglés (1999), el sorprendente libro de amor y erotismo a cuyo sentido se ha referido el poeta en el pórtico a su reciente Regiones devastadas (2017): “un momento de mi vida que vino a ser la ultima oportunidad, finalmente defraudada, en el acto final improrrogable de todo cuanto concede entidad e identidad a un ser humano”.
Del aludido desengaño procede la renovada escritura de emoción y reflexión, de vida y cultura íntimamente imbricadas que ha ido desarrollándose con variaciones en los extensos poemas de Espejo de gran niebla (2002), Fuente de Médicis (2006, Premio Loewe), Cuatro noches romanas (2009) y, tras un lapso de nueve años, en esta Carta florentina cuyo título alude a la vez a un tipo de papel florentino y al carácter de epístola iniciada en dicha ciudad y con las connotaciones que Florencia —no solo— y su arte tienen, como ha explicado el poeta.
Escrito en breve espacio de tiempo, entre enero y marzo de 2018, este largo poema-libro de 757 versos recupera con intensidad expresiva y atemperada distancia de pensamiento —que acendran la importancia vital de cuanto ocasiónó todos estos libros— la meditación acerca del amor, el desamor, el erotismo, la fugacidad, la muerte del sentir y su supervivencia en la escritura gracias a la elaboración de los sentidos, a la selección de materiales de la realidad elemental, a la concurrencia de las referencias culturalistas y a la musicalidad de endecasílabos, alejandrinos y heptasílabos que van modulando razonamiento y emoción, simbolismos e imágenes de fascinante sensorialidad.
“El pensamiento es voz amortiguada / y escondida, viajero temeroso / y extraviado en busca / de la revelación”: las tres secuencias que componen el poema inciden diversamente en un vacilante proceso de persecución de conocimiento. Le asisten las intuiciones de los sueños y de la materia elemental —el agua preferentemente—, los retazos de la memoria, la incitación de las artes —poesía, música, pintura, arquitectura—
y las referencias al momento de Verano inglés a lo largo de todo el poema, todo ello organizado en un proceso textual en el que el pensamiento dirige y sirve a un discurso poético en el que son la meditación de la memoria y una rica imaginería las que van desarrollando dicho proceso.
A partir de la difícil composición de lugar que va estableciendo la primera secuencia y que marca la pauta de la fusión entre el pensamiento y los desarrollos metafóricos —“Vacila así la mente entre dos aguas / y las dos la entretienen con su hechizo, / el abandono y el silencio una, / en los meandros de la indiferencia / y la pasividad; la elevación y la pujanza ascensional la otra”—, ocupan el centro las intensas evocaciones eróticas en las que sentimiento y reflexión se despliegan en múltiples imágenes de naturaleza y cultura cuya solución de continuidad es solo la escritura insuficiente.
Más oscura y más áspera, pero no menos impresionante en el desarrollo de sus imágenes, la reflexión final sobre el sentido de la creación artística revierte la tercera sección a la expresión de un conocimiento desolado: “florece la palabra ineludible / flor de sangre en el campo de batalla / donde la corrupción de la memoria, / grano y naciente espiga, transfigura / dolor antiguo en más conocimiento”. Espléndida escritura de melancólica belleza.