Melancólico juego narrativo
El animal más triste
Juan Vico
Seix Barral
200 páginas | 17 euros
Al leer El animal más triste se tiene la sensación de entrar en un bosque que conocemos pero que de pronto comienza a hacerse oscuro, turbio y viscoso. Juan Vico (Badalona, 1975) propone en su última novela un sugerente artefacto narrativo que mantiene al lector con una voluntad de sonámbulo, caminando por senderos que cree reconocer pero que terminan convertidos en otra cosa, una inquietante penumbra de la memoria.
El animal más triste (Seix Barral) podría ser una novela sobre la amistad y sus derrotas. O también una novela generacional. Tal vez una novela que de forma sutil desvela los mecanismos de la ficción, las trampas de la escritura, la sospecha sobre la propia creación literaria. Pero en realidad es mucho más que eso. Juan Vico plantea una historia sobre la melancolía de la primera juventud, las traiciones e infidelidades sobre lo que quisimos ser y no fuimos. La certeza de dolorosa lucidez que nos asalta al confirmar que nada ha sido como proyectamos.
Un grupo de amigos se reúne en una casa en el Pirineo. Todo apunta a una convencional historia de reencuentros, pero nada es lo que parece. Además, la exquisita escritura de Vico advierte que hemos entrado en un bosque diferente. Todo lo que huela a género, a molde prefabricado aparece pero solo para ser parodiado. La ironía reina en esta novela. Hay guiños de prolepsis retórica y sarcástica refutación de lo escrito salpicando de humor toda la historia. Todo tópico literario se pone en cuestión. Y se agradece una valiente narración que cuestiona el ejercicio de la ficción para demostrar al final el triunfo de esta. Dirá uno de los personajes: “¿Para qué sirve la realidad si no puedes narrarla?”.
La historia de amistad está llena de silencios y de ausencias. Por ejemplo, con el recuerdo de uno de los amigos que falleció hace años y que dejó congeladas algunas escenas. Como en el final de The Dead de Joyce que inspiró la película de John Houston —evocada por uno de los personajes— la cámara narrativa sugiere lo que fue, lo que quedó y lo que pudo ser. Los vivos y los muertos.
Los jóvenes visitan un cercano pueblo abandonado. Y aquí es donde Juan Vico presenta sus mejores cartas literarias: las de excelente narrador de atmósferas. Hay una constante veladura lírica en la novela, como en el capítulo donde las fotografías que cuelgan en una exposición se describen como el diario íntimo de uno de los personajes. O el paseo por esa aldea suspendida en un no-tiempo. La prosa es sobria, efectiva, fluida y siempre cargada de luminosa poesía. Y lo mejor, el sabio uso de la elipsis.
Las voces narrativas van variando en un arriesgado ejercicio que aporta un aire de literatura fractal, de crónica caleidoscópica. También cambian las épocas, pues en la segunda parte de la novela se cuenta una historia sucedida ochenta años antes, la de un maestro republicano enamorado de una viuda del lugar y que escribe un curioso tratado sobre pedagogía de la sexualidad. Aunque hay que recordar que en El animal más triste nada es lo que parece y podría ser otro juego de espejos narrativos que proyecta sus ecos en otras partes del libro.
Como en obras anteriores de Juan Vico hay múltiples resonancias culturalistas. En su libro de cuentos El claustro rojo estaba la evocación al mundo de la pintura, en El teatro de la luz era el cine y en Hobo se contaba la historia de un músico. Aquí también se explica el mundo a través del cine, la fotografía, la música y, por supuesto, la literatura, el gran tema de esta estupenda novela.