Marina: “Nos hace falta construir una cultura de la comprensión”
Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas (Ariel), escrito por Javier Rambaud y José Antonio Marina, aborda lo que significa la humanidad antes de dejarnos conducir a una era transhumana. En sus páginas descubrimos que la Historia está llamada a convertirse, paradójicamente, en la ciencia del futuro. Con el Premio Nacional de Ensayo, hablamos de su libro más ambicioso.
—Después de casi medio centenar de libros y una dilatada carrera como investigador, ¿por qué cree necesaria una biografía de la humanidad?
—Todos recibimos una doble herencia: biológica y cultural. El genoma biológico ya lo hemos descifrado, y ha llegado el momento de hacer lo mismo con el genoma cultural, y por la misma razón. Para poder comprender lo que somos, y por qué actuamos como actuamos, cuáles son nuestras posibilidades y cuáles nuestras amenazas.
—¿Por qué un niño en sus primeros años de vida aprende cosas que a la humanidad le ha costado milenios aprender?
—La evolución nos ha ido preparando para aprender muy rápidamente. Venimos genéticamente predispuestos, por ejemplo, para aprender el lenguaje, y a través de él, gran parte de la experiencia de la humanidad. Además, la cultura es un conjunto de herramientas físicas, mentales y sociales. Todas ellas son “inteligencia sedimentada”, que aumenta nuestras capacidades. Solo tenemos que pensar en una teoría científica, una institución política, o un sistema monetario. Einstein no hubiera podido pensar la teoría de la relatividad si no hubiera tenido una nota dos algebraica, y Beethoven no hubiera podido crear una sinfonía sin la notación musical.
“Todos recibimos una doble herencia: biológica y cultural. El genoma biológico ya lo hemos descifrado, y ha llegado el momento de hacer lo mismo con el genoma cultural. Para comprender lo que somos, y por qué actuamos como actuamos”—¿Cómo cree que debe abordar la filosofía actual, también desde la educación, conceptos como el transhumanismo?—La filosofía tal como la entiendo, como ciencia estricta y rigurosa, tiene tres objetivos: el primero conocer la inteligencia humana, sus posibilidades y sus límites. El segundo, comprender sus creaciones, por eso hay una “filosofía de la ciencia”, del derecho, de la religión, de la política, etc. Y el tercero elaborar los criterios de evaluación que hacen posible un pensamiento crítico. Respecto del transhumanismo debe, en primer lugar, entenderlo, lo que exige estar bien informado porque es una propuesta que tiene un fuerte componente tecnológico y hay que saber distinguir lo real de lo ficticio. En segundo lugar, debe estar en condiciones de evaluarlo.
—¿Tal vez estemos viviendo la última oportunidad histórica de comprender nuestra evolución, debido a la velocidad de los cambios actuales?
—Creo que sí, pero no por falta de capacidad, sino de interés. La tecnología fomenta una cultura del uso. Esto es justificable en tecnología. No tenemos que saber cómo funciona un móvil, basta con utilizarlo. Pero no es verdad en otros dominios, por ejemplo, el político, el jurídico o el ético. No basta con utilizar las instituciones y las normas. Hay que comprender su función. Y para eso necesitamos conocer su genealogía. Junto a la cultura del uso nos hace falta construir una cultura de la comprensión.
—¿Estamos ante el agotamiento del humanismo tradicional y de algunos de sus métodos clásicos? ¿Las humanidades ya no son capaces de abordar en solitario todo el ingente material humano, al menos sin el auxilio de las ciencias naturales?
—La ciencia de la evolución cultural que presentamos en Biografía de la humanidad debería ser el fundamento de lo que llamo humanismo de tercera generación. El de primera generación apareció en el Renacimiento, con la separación entre letras humanas y letras divinas. Lo que no era teología eran humanidades. En el siglo XIX aparece el humanismo de segunda generación que separa las ciencias de la naturaleza de las ciencias de la cultura. Es el que está vigente en este momento. El humanismo de tercera generación intenta cerrar esa brecha remontándose hacia la inteligencia humana de donde proceden todas esas creaciones. No necesitamos saber matemáticas, física cuántica, biología, filología, teología, etc., pero sí comprender todas esas actividades, porque solo así comprenderemos al ser humano. La evolución de las culturas nos permite asistir a su nacimiento y desarrollo.
—Hablan ustedes de una “felicidad objetiva” a la que los seres humanos pueden aspirar: ¿podría esbozarnos en qué consiste?
—Es un tema central de nuestra propuesta. Todo lo que hacen los humanos está orientado a alcanzar la felicidad. Pero precisamente porque el contenido de la felicidad es diferente en cada individuo somos seres conflictivos y nos enfrentamos continuamente. Sin embargo, hay otro modo de entender la felicidad que no se refiere a un estado emocional subjetivo, sino a una situación objetiva. Aquella en que me gustaría vivir, porque es la que mejor protege mi deseo privado de felicidad. Por ejemplo, todos querríamos vivir en una sociedad que respetara nuestros derechos, en la que pudiéramos participar en el poder político, donde no hubiera discriminaciones injustificadas, disfrutáramos de garantías procesales y hubiera políticas de ayuda para los más débiles. Esto podría considerarse un marco objetivamente feliz en el que unos se sentirían más o menos felices subjetivamente.
“La tecnología fomenta una cultura del uso, justificable en su ámbito. Pero no es verdad en otros dominios, por ejemplo, el político, el jurídico o el ético. No basta con utilizar las instituciones y las normas. Hay que comprender su función”—Cuando los humanos se liberan de la ignorancia, del miedo y del odio al diferente, es decir, consiguen los bienes necesarios, buscan la información adecuada, cultivan el pensamiento crítico y fomentan la compasión… ¿Qué ocurre?—Creemos que es una ley universal del progreso ético de la humanidad. Cuando una sociedad se libera de cinco obstáculos: la pobreza extrema, la ignorancia, el fanatismo, el miedo al poder, y el odio al vecino, se encamina hacia un modelo de convivencia que respeta los derechos individuales, rechaza las discriminaciones, organiza la participación en el poder político, establece un sistema de garantías jurídicas, y promueve medidas de ayuda. Lo importante de esta ley es que nos marca un camino hacia la realización de esa felicidad objetiva. Podemos hacer planes para erradicar la pobreza o la ignorancia, para fomentar las democracias y el Estado de derecho.
—¿La aspiración a una felicidad objetiva sigue siendo parte de un horizonte racional de vida?
—En efecto. Y una de las lecciones de la Biografía de la humanidad es que puede interpretarse la Historia entera como una búsqueda indecisa, tanteante, llena de avances y retrocesos, de esa felicidad objetiva.
—¿Estamos inmersos en el problema de la decadencia, ocaso y regresión de Europa? ¿Cómo nos afecta que el viejo continente agonice?
—En Europa han funcionado siempre dos mitos contradictorios. Uno, afirmaba la decadencia a partir de una edad de oro. “Dichosos tiempos y siglos aquellos…”, decía don Quijote. El otro era el mito del progreso continuo, que desapareció el siglo pasado. Si comparamos el actual con otros momentos históricos, es verdad que Europa no tiene tanto poder como tuvo. Es cierto que vivimos en un mundo donde hay varias grandes potencias, fundamentalmente Estados Unidos y China, pero eso no significa que Europa esté en decadencia. Sufrió un colapso durante las dos guerras mundiales, que se iniciaron aquí. Pero la Unión Europea es un enorme progreso, cuando se ve la agitada y sangrienta historia de Europa. Lo que sería un retroceso es que no tuviéramos el talento suficiente para llevar a cabo el proyecto europeo.
“En el siglo XIX aparece el humanismo de segunda generación que separa las ciencias de la naturaleza de las ciencias de la cultura. El humanismo de tercera generación intenta cerrar esa brecha remontándose hacia la inteligencia humana”—A pesar de sus moderadas y sensatas objeciones a Pinker, usted y Rambaud se muestran como unos optimistas racionales europeos.—Hay un nuevo optimismo defendido por autores como Steven Pinker, Matt Riley, Max Roser, Johan Norberg. Son optimistas racionales porque se basan en hechos. La pobreza, la desnutrición, la mortalidad infantil han disminuido, ha mejorado la longevidad, la educación, la protección a la infancia, la atención sanitaria, la libertad, el número de naciones democráticas, el acceso al agua potable. Steven Pinker añade que la agresividad ha descendido también. Son hechos bien corroborados. Sin embargo, es preciso ser optimistas cautelosos porque ninguna de esas conquistas es definitiva, por lo que podemos sufrir colapsos y regresiones brutales.
—Europa inventó soluciones aceptadas universalmente como las más adecuadas para conseguir la felicidad objetiva… ¿Podremos resurgir o estamos demasiado adormecidos? ¿No se nos educa y se nos entontece para pensar lo menos posible?
—Buena pregunta. Europa parece envejecida, es cierto. Además, el mismo proyecto europeo no pasa por buenos momentos, lo que es una mala noticia para toda la humanidad. No creo que haya una conspiración en contra del pensamiento crítico, solo está funcionando la ley del menor esfuerzo. Debemos repetir una y otra vez que el pensamiento crítico nos protege contra el adoctrinamiento, el fanatismo, los dictadores, los timadores. Es esencial para el buen funcionamiento de la democracia.
—Hablemos del auge de ideologías autoritarias. ¿Este fenómeno tiene algo que ver con una generación presentista en su forma de entender y gestionar los temas políticos y económicos?
—Creo que no. Es una respuesta ante el fracaso de las democracias liberales para resolver grandes problemas o proteger del miedo. Las ideologías autoritarias creen que ese fracaso se debe a su debilidad. Proponen soluciones simplistas y fáciles.
—Afirma que somos un híbrido de naturaleza y cultura. La parte biológica está ampliamente estudiada, pero ¿qué nos aporta el “genoma cultural”? ¿Cómo nos ayuda a entender y configurar el mundo?
—El conocimiento comienza en la experiencia. Pero haber vivido mucho no asegura que hayamos aprendido algo. Hay que saber aprovechar la experiencia. La Historia es la experiencia de la humanidad. De ella solo podemos aprender si encontramos el método adecuado para hacerlo.
—Dice que somos animales espirituales y se detiene, como momento clave, en la aparición del pensamiento simbólico. ¿Qué peso tiene la religiosidad en la configuración y creación de nuestra especie?
—La aparición de las religiones es una constante universal. La idea de inteligencia que manejo indica que el cerebro humano produce símbolos para interpretar la realidad, para aliviar el miedo, para cohesionar la sociedad, para apaciguar a los dioses, para justificar las normas. Esto es el origen de las religiones. Uno de los procesos que nos separó del mundo animal es que nuestra especie se fue educando, es decir domesticándose a sí misma. Simplificando mucho podríamos decir que la inteligencia social amaestró la inteligencia individual. La religión, la apelación a los dioses, fue protagonista de este adiestramiento mediante la obediencia a la norma.
—La religión fue una fuerza muy poderosa de autodomesticación de la especie. ¿Hoy qué es?
—Cumple las mismas funciones de siempre: aspira a explicar, a establecer normas, a aliviar el miedo, a proporcionar esperanza, a unir a los creyentes, a fomentar la cooperación.
—¿Qué le parece una figura como la del papa Francisco?
—Es difícil juzgar su acción, sin conocer bien las presiones que está sufriendo por parte de sectores de la curia y de la tradición vaticana. Creo que hace propuestas bienintencionadas sin darles suficiente apoyo teológico. Por ejemplo, dice cosas más avanzadas a los periodistas que a los cardenales. Sus mayores opositores están, por ello, entre los teólogos oficiales.
“Estamos padeciendo un gran desconcierto educativo. En España podríamos tener un sistema de alto rendimiento en el plazo de cinco años, pero no creo que vayamos a tenerlo por un exceso de ideología y una falta de buena gestión”—¿Existe la condición de ateo? Porque parece impensable en el ser humano. En cambio, veo más lógico el agnosticismo…—Hay un ateísmo práctico: prescindir de la idea de Dios. Es más difícil un ateísmo teórico porque eso supondría poder demostrar la no existencia de Dios, como pretendieron algunos pensadores. Hay también un ateísmo combatiente contra los excesos de los creyentes. El agnosticismo es más convincente, porque se limita a decir que no se sabe nada sobre Dios o sobre su existencia. En Dictamen sobre Dios defendí una postura intermedia. Desde el punto de vista filosófico se puede justificar la existencia de una realidad autosuficiente, pero sin saber cuál puede ser su esencia. De eso se encargan las religiones y la fe.
—Muchos inventos, incluso creaciones, son comunes a todas las culturas, independientes y casi simultáneos. ¿Qué nos indica esto?
—Las necesidades, los deseos y las expectativas humanas son comunes a todas las comunidades, y por eso la inteligencia ha intentado satisfacerlos. Esa es la razón de que las creaciones en paralelo hayan sido tan frecuentes. La agricultura, la cerámica, la escritura, las organizaciones políticas aparecieron independientemente en sitios muy alejados.
—Desde la perspectiva de ese humanismo de tercera generación, ¿a qué retos futuros nos enfrentamos?
—No sabemos los problemas con que vamos a encontrarmos. Lo único que podemos hacer es intentar desarrollar el talento necesario para hacerlo en buenas condiciones. Y eso debemos hacerlo aprendiendo de la experiencia de la humanidad.
—¿Qué le pasa a la educación en nuestro país? ¿Tantos cambios, tantas leyes, no son un gravísimo error para el alumnado y el profesorado y, en definitiva, para la formación? ¿Seguimos en exceso el sistema francés en lugar del sajón o el nórdico?
—Todas las naciones están en estado de emergencia educativa, porque hemos entrado en la sociedad del aprendizaje. Tendremos que estar aprendiendo a lo largo de toda la vida. Pero estamos padeciendo un gran desconcierto educativo, que he intentado explicar en El bosque pedagógico. En España podríamos tener un sistema educativo de alto rendimiento en el plazo de cinco años, pero no creo que vayamos a tenerlo por un exceso de ideología y una falta de buena gestión. Es verdad que hemos seguido el modelo francés, que era muy centralista, en vez del anglosajón, que concede a las escuelas más autonomía. No fue buena elección.