El mapa de la memoria
Matria
Raquel Lanseros
Visor
110 páginas | 20 euros
Un preciso viaje de ida y vuelta entre la finitud que nos define y la infinitud que nos alienta”: así definía Raquel Lanseros la poesía en la presentación de Esta momentánea eternidad (Poesía reunida 2005-2016) y ese doble itinerario sigue siendo el signo que orienta su escritura en Matria, un libro cuya variedad se muestra como una magnífica suma de todos sus temas y recursos. La imaginación, la libertad creadora se ponen al servicio de este mapa en el que se consignan las raíces, el sentido de pertenencia, los afectos, los lazos familiares, el papel de la memoria como patria íntima, el compromiso con la realidad histórica, el sentimiento ambivalente del tiempo y la experiencia en vivo de la maternidad.
La conciencia aguda de la finitud equilibra con un sentimiento elegíaco una celebración del mundo que en los comienzos del libro instala una exaltación de la belleza natural que recuerda a Claudio Rodríguez —“Y qué gozosamente, con qué brío / uno se da de bruces con el mundo / y antes de comprenderlo ya lo ama” (“Cielo arriba”)— y una afirmación de la poesía como “escudo ante la mentira” y como “destacamento rumbo a la verdad” (“¿Para qué la poesía?”). La reflexión sobre la temporalidad, sin embargo, introduce constantes sombras en el conjunto. El emotivo poema “Fría como el dolor” proyecta sobre la figura de la abuela muerta un razonamiento existencial que se resume en “Potencialidad y biografía” como “las cenizas que, para consolarnos, llamamos biografía”.
Con el uso del unamuniano matria, el conjunto se abre a la afirmación de las propias raíces personales: los espacios vividos, la lengua, la historia, la familia, los amores, la memoria. “Defiendo la memoria como la patria íntima”, dice en “Promesas que cumplir”, una especie de retrato de tono machadiano que cierra el libro.También de tono machadiano son las sentenciosas “Coplas del pensamiento poliédrico”: “Cada ángulo de visión / aglutina dos enteros / un axioma y su contrario / son igual de verdaderos”.
Abundan en el libro las referencias históricas a la Guerra Civil y el exilio en “Morena clara”, “Hendaya-Irún, 1962”, “Guerra con G de genocidio”: “Fue en España donde mi generación aprendió / que una guerra también puede perderse / mucho antes de nacer”. Menudean las reflexiones sociales y políticas en “Una de dos”, “Mano a mano”, “El sol que nos alumbra”. Destaca la definición, en “Europa”, de “esta criatura yerma torpe mente ensamblada”, con su juego de palabras rotas, excepcional en unos poemas que han buscado más que antes una claridad expresiva no exenta de misterio y sugerencias.
Ligados al pensamiento del tiempo, los poemas de amor y desamor, los homenajes familiares —“Padre” es uno de los muchos poemas memorables del conjunto—, la evocación de la infancia y, sobre todo, la experiencia de la maternidad vuelven sobre la intimidad propia una compleja exploración en claroscuro, como lo efímero de la inocencia a que aboca “Jugar a las muñecas” o, en fin, el recuerdo de los cuentos infantiles que deviene una especie de historia de terror en primera persona (“Cuatro dedos”) y que, en “Suspiro progenitor”, proyecta hacia el sentimiento de la muerte la conciencia gozosa del propio cuerpo en gestación: “Mi pedazo de tiempo no ha variado, / es más, se va encogiendo cada vez / pero ahora les ha dado por dolerme / no sabes cómo astillan y se clavan / todos esos días tuyos que no voy a vivir” (“Suspiro progenitor”).