Sombras del mediodía
La cara oscura de la imagen de Andalucía
Alberto González Troyano
Centro de Estudios Andaluces
140 páginas | 10 euros
Por su reflejo más o menos feliz en el arte y la literatura, la imagen de Andalucía como territorio no sólo histórico sino cultural, en un sentido amplio que comprende la realidad, la idealización y la caricatura, no es un tema que ataña únicamente a los andaluces, aunque son estos los que han o hemos tenido que lidiar con una serie de tópicos que en muchos casos siguen vigentes, a veces con justicia y otras de manera infundada. Los pintores, los poetas, los viajeros han retratado el lado más luminoso de una tierra solar, “hermana de la primavera y de todas las revelaciones”, como la calificara Cansinos en su prosa encendida. A rastrear los “estereotipos y prejuicios” de su cara oscura dedica este ensayo un excelente conocedor de la materia, Alberto González Troyano, que reformula en no demasiadas páginas el resultado de décadas de trabajo como estudioso acogido a una perspectiva —filológica, pero no sólo literaria—heredera de la propuesta por los maestros franceses de la historia de las mentalidades.
Hablamos de una geografía tres o más veces milenaria, pero como espacio cultural diferenciado, explica el autor, Andalucía fue descubierta a finales del XVIII y lo hizo de la mano de ilustrados y románticos. A los segundos, en particular, siempre ávidos de exotismo, les debemos la invención de una mitología construida por visitantes foráneos —Byron, Gautier, Mérimée, Ford— y asumida, pese a su declarado “afán corrector”, por costumbristas nativos como Estébanez Calderón o Fernán Caballero, que del mismo modo que otros autores del XIX —Alarcón, Valera— incidieron en una mirada inocua y en el fondo complaciente, ajena a la conflictividad que latía tras las escenas pintorescas. Cadalso o Blanco White habían hilado más fino, pero ya el primero trazaba en sus Cartas marruecas un cuadro premonitorio donde aristócratas, señoritos y flamencos encarnaban los valores castizos. La alianza entre nobles y majos —Ortega lo llamó plebeyismo— dio forma a una reacción antiilustrada que defendía las tradiciones populares, el baile, el cante, los toros, frente a la contaminación de la modernidad.
El debate, por obra de los regeneracionistas, tomaría otro rumbo cuando al hilo de la cuestión social las voces más avanzadas se preguntaran por las causas de un atraso secular. Entre los atentados de la Mano Negra y los sucesos de Casas Viejas, varias generaciones de cronistas —Clarín, Azorín, Blasco, Noel, Sender— denunciaron la miseria de los jornaleros y el sistema de latifundios, una “Andalucía trágica” —negra o roja, o rojinegra— muy alejada de la ensoñación romántica. De la célebre Teoría de Ortega, dice González Troyano que no ha sido entendida en todos sus matices, pues su idea del hedonismo —el “ideal vegetativo”— no tiene connotaciones tan negativas como podría pensarse. Aun reconociendo su valor literario, el ensayista muestra menos aprecio por las divagaciones líricas —esteticistas, evasivas e incluso encubridoras— o por el teatro neocostumbrista, que retomaba la ingeniosa línea del sainete dieciochesco.
La perpetuación del folclore de charanga y pandereta, el peso de las tradiciones frente a las ideas innovadoras, la conversión de la cultura viva en espectáculo autoconsciente, la escasa vertebración del territorio, la extensión de rasgos andaluces al conjunto de la identidad española o de puertas adentro la propia idea de la identidad —vicio, desde luego, no exclusivo de los andaluces— como algo fijo e inamovible, son algunas de las cuestiones tratadas por González Troyano, que señala el activo papel de los naturales de la región en la perpetuación de los estereotipos y de otro lado las razones que han sustentado, desde fuera, una deformación interesada. Situándose al margen tanto del “narcisismo colectivo” que también diagnosticara Ortega como de cierta tendencia a la autoflagelación, el autor condena la difusión de lo que Caro Baroja llamó una “imagen vulgarizada”, desconfiando con Braudel de las generalizaciones abusivas. Debieran leerlo quienes siguen hablando de la proverbial desidia de los habitantes del Mediodía, que acaso, por eludir el examen crítico, no revelan otra cosa que su propia indolencia.