Lexatín, crecimiento y pavor
Por qué lloran las ciudades
Elisa Levi
Temas de Hoy
157 páginas | 16,90 euros
Empezó en la poesía y su prosa aún destila sinestesias. De ahí que su protagonista llore, como lo hacen las urbes, los seres animados e inanimados con “alma” tal y como quien supura lírica sabe… porque la vida le propondrá millones de interrogantes y darles respuesta conllevaría ingresar en una edad adulta que escuece, abruma y desborda; elonga los huesos, el corazón, los sentidos y sus alrededores.
Una mujer de 28 años, Ada, viaja a Tokio para hacerse cargo del cadáver y de las últimas voluntades de Denis, algo más que su mejor amigo, un hermano casi, que se ha suicidado tras una decepción amorosa. Un hecho tan dramático le sirve a la escritora como hilo conductor para edificar un duro relato generacional sobre la dificultad de adaptarse a la vida del final de la juventud, una etapa que, tras su exuberante apariencia, esconde todos los demonios interiores de los seres humanos.
Durante todo el viaje hacia Japón, nuestra protagonista —adicta a los ansiolíticos y con un severo problema con el placer—, que ve su vida a través de una lente como si fuera un personaje del séptimo arte, mostrará al lector su ansiedad, que se resume en un tic: rozar su dedo pulgar por las yemas de los dedos, como si contara algo. La familia, la amistad, las drogas, el sexo y la homosexualidad, son algunos de los asuntos sobre los que pivota el libro de Levi, en sus reflexiones pesimistas que también reflejan las dudas y la incomprensión que genera el mundo contemporáneo. No entre en estas páginas quien soslaye la tristeza, aunque sea una consecuencia natural de estar vivo, porque las entradas epistolares, absolutamente líricas que encontramos, podrían romperle en lascas. Metáforas tan bellas como dolorosas que nos relatan el terrible lenguaje de los hechos.
Amén de los protagonistas mencionados hay otro “personaje” que sobrevuela la novela: el lexatín, al que se le da categoría casi humana. Solo quien ha padecido ansiedad puede entender el bastón que suponen para el dolor vital fármacos legales y pautados como el válium, el rivotril, orfidal, trankimazín…
La novela, también, retuerce a Tolstói, recordando su comienzo popularizado por Jared Diamond: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”… Levi deja claro que la consanguinidad puede convertirse en un infierno que cada miembro contribuye a crear. No en vano, en estas páginas, se reflejan abusos sexuales y se subrayan las problemáticas relaciones entre una madre que no acepta cómo vive su hija y una hija que no hace ningún esfuerzo para que su progenitora y sus hermanas la entiendan.
Otro punto caliente del texto pasa por adentrarse sin salvavidas en un tema tabú, incluso para la prensa más sensacionalista: la autolisis. El desgarro del suicidio, tratado como un acto objetivo sin juicios morales ni éticos. Me temo que es lo que Levi pretende en esta nouvelle: que sea leída sin apriorismos, con empatía, y que solo se dejen mecer por la historia de sus personajes y sus circunstancias.
A crear esta atmósfera de incomunicación general colabora la ciudad elegida para situar la novela, Tokio, una capital futurista y casi distópica, en la que se evidencia la dificultad de Ada para transmitir sus sentimientos. Una mujer con la que se identifica la escritora, que escribe de sí misma (en tercera persona) y que ha peleado con su cuerpo, ha bebido y ha fumado y se ha medicado. En pocas literaturas uno se siente tan rápida y plenamente a gusto como en la suya. Es como llegar a un sitio gratamente ingrato, donde a uno lo atienden de maravilla, porque le comprenden, y donde los asientos son cómodos y la conversación es tan provechosa como profunda.