La periferia de la realidad
La isla de los conejos
Elvira Navarro
Random House
160 páginas | 17,90 euros
A punto estuve de ni siquiera comenzar La isla de los conejos. Tal impulso se debió a la extenuante palabrería de la cubierta del libro: “la autora desnuda los mimbres de lo real por medio de una escritura sutil y llena de clarividencia, que transgrede los significados y nos entrega, a cambio, una hiriente lucidez”. Por suerte anestesié semejantes vaciedades engoladas y antepuse la positiva imagen de escritora interesante y con porvenir que tengo de Elvira Navarro desde sus comienzos. El premio a la rectificación ha sido disfrutar de uno de los mejores libros de cuentos que he leído desde hace mucho tiempo.
Elvira Navarro no hace nada de las cosas pretenciosas que le atribuye esa cuestionable propaganda. Hace algo mucho más sencillo, mirar el mundo con ojos vigilantes que son capaces de descubrir y mostrar lo que hay en él de misterio, de sorpresa y también, en pequeña medida, de injusticia. Para ello, una fuerte pero bien controlada inventiva retuerce los límites de la realidad común, descubre circunstancias inusuales y muestra seres humanos sujetos a condicionantes peculiares y un tanto excepcionales.
Lo primero que llama la atención en el conjunto de los once cuentos del libro es la decidida voluntad de contar sucesos interesantes, de dotarlos de esa materia narrativa suficiente que requiere todo relato, aunque hoy se aplauda la inanidad anecdótica. Cada cuento se sostiene en una buena historia, concentrada, cuya conclusión suele buscar el desenlace insospechado, aunque en ocasiones el final consista en un punto y seguido.
Algunas historias son corrientes: una pareja rompe su relación en un albergue cutre; dos amigas recuperan las experiencias infantiles tras seis años sin dirigirse la palabra. Una se abre a lo mítico y fabulístico: un archiduque obsesionado en Mallorca por el “myotragus”. Otra explora el insondable humus onírico en agudo contraste con la anodina vigilia y habla de soñar sueños que otros han soñado. Una más entra de lleno en la locura con alucinaciones que no diferencian marcianos y ángeles. Las nuevas tecnologías estimulan novedosas situaciones: una madre fallecida le escribe por facebook a la hija; una chica recibe de una vidente mensajes por email que desvelan “su propia sombra”. En fin, el eco kafkiano de la historia de una mujer que viaja a una ciudad con medina donde se draculiza tiene la dimensión de débito y homenaje al escritor checo en “Encía”, una pieza muy destacada, aunque todas tengan buena altura y no haya notables altibajos. “Encía” parte de una anécdota ocurrente y simpática, una pareja decide simular una boda justo para dejar de hablar de boda y lo festejan en un chalet de un pueblo de la sierra madrileña, Robledondo. Salen luego de viaje a Tenerife, pero una herida emponzoñada en la encía del hombre se complica hasta el extremo. El chico percibe que se está convirtiendo en un insecto.
He detallado un poco “Encía” porque ejemplifica lo mejor de la poética de Elvira Navarro. Sus cuentos producen un intenso efecto realista por la notación de detalles (lista de cementerios madrileños, comprar en Carrefour, desayunar en Viena Capellanes, etc.) pero el verismo funciona como pértiga para alcanzar la dimensión enigmática de la vida. La narradora de “París” anda sonámbula y solitaria por los suburbios urbanos. Podría extenderse la imagen al conjunto de cuentos de Navarro porque en ellos hace incursiones en la periferia de la realidad, en la tangente donde lo empírico roza con lo enigmático; también con el terror y la degradación porque el libro abunda en la imaginería naturalista del mal y de lo nauseabundo.