Europa, historias de dolor
Yo voy, tú vas, él va
Jenny Erpenbeck
Trad. Francesc Rovira
Anagrama
336 páginas | 20,90 euros
Yo voy, tú vas, él va es una de esas novelas con la capacidad de leer a sus lectores. Jenny Erpenbeck (Berlín Este, 1967) ha escrito una obra que continúa en la memoria del lector tiempo después de haberla leído, sugiriendo nuevas reflexiones y convirtiéndose en un eco de lo que está ocurriendo ahora mismo en una Europa que vaga por un presente sin certezas.
La también autora de Historia de la niña vieja, Una casa en Brandenburgo o El fin de los días pone delante del lector el drama de la inmigración y la crisis de los refugiados proponiendo un chequeo moral del que no se sale indemne. Es de esos libros que agitan, interrogan, incomodan y cuyas páginas no son inocentes. De alguna forma esta novela se ha presentado como el contrapunto a Sumisión, de Houellebecq, porque más que plantear la sospecha sobre el otro, invita a entender a los demás por encima de las diferencias culturales.
Con una prosa aséptica y efectiva, Jenny Erpenbeck hace partícipe al lector de las trágicas historias de dolor, pérdida y supervivencia que rodean a la historia central protagonizada por Richard, un catedrático de filología clásica de la Alemania del Este. Richard, al jubilarse, decide emplear su tiempo ayudando en un campo de refugiados de Berlín y en un juego especular se sentirá tan extranjero en la Alemania reunificada como los inmigrantes. Conocerá y entablará amistad con varios de ellos que huyen de la guerra y la miseria, fugitivos de ese no-lugar llamado África. Un caleidoscopio de historias que se entrecruzan para conformar una lacerante cartografía de una Europa en la que miles de seres humanos malviven como sonámbulos.
Las historias que retrata la novela están basadas en hechos reales que Jenny Erpenbeck, en una encomiable labor de documentación, conoció entrevistándose con algunos inmigrantes. Con un lenguaje sobrio y medido la autora expone la descarnada realidad ejerciendo una suerte de activismo literario para criticar la xenofobia y también ese nuevo muro de burocracia kafkiana alzado frente a unas personas que, “tras sobrevivir al viaje a través de un mar de verdad, se ahogan en ríos y mares de expedientes”. Erpenbeck muestra el choque entre dos mundos tan lejanos y diferentes como la esquilmada África y la rica Europa. Estremecedora resulta la comparación entre las tareas pendientes de su protagonista, como llamar al técnico para el lavavajillas estropeado o pedir hora al urólogo, con las de los africanos que ha conocido en los últimos meses y que consisten en acabar con la corrupción, el nepotismo y el trabajo infantil en Ghana o prohibir el suministro de armas al Chad.
Berlín es otra protagonista de la novela, una ciudad herida por la Historia, llena de cicatrices, con restos de la guerra y del pasado comunista cuyas calles aún guardan memoria del horror. En alemán existe una palabra que desvela ese concepto histórico: la geshichtmüde o fatiga de la Historia, la huella del pasado en las fachadas de las viejas y doloridas ciudades europeas. Un pasado que está siempre presente en la mente y en la vida de Richard que escucha las historias de los otros para recordarse a sí mismo. Porque, al igual que los inmigrantes, él es un sonámbulo que busca su lugar en el mundo. Mientras reconstruye las vidas ajenas, Richard rememora la suya en la que, junto al recuerdo del omnipresente muro, sin cuya presencia se siente desorientado, siempre está su mujer enferma a la que traicionó con una amante. Yo voy, tú vas, él va es una novela espejo llena de dolor, pero también de esperanza.