Elvira Sastre: “La memoria es un truco para seguir viviendo lo que se ha perdido”
PREMIO BIBLIOTECA BREVE 2019
Elvira Sastre (Segovia, 1992) es poeta y traductora. Sus libros de poesía, como La soledad del cuerpo acostumbrado a la herida, Baluarte o Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo son un fenómeno de ventas en España y Latinoamérica. Con Días sin ti, una historia de complicidad a través del tiempo entre una abuela de la República y su nieto escultor, ha obtenido la 61 edición del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.
—Días sin ti es una historia sobre la educación de la memoria sentimental.
—Los sentimientos son universales, y en ese sentido Dora le va dando a Gael pistas sobre cómo abordar el amor, la ruptura, el desamor, cosas que no le han pasado aún pero a las que tendrá que enfrentarse. El objetivo de la historia era que ella ejerciese esa tutela emocional que en el fondo es lo que hace y es una abuela, una guía para el futuro.
—Dora le dice a su nieto que lo más importante en la vida es el latido. ¿Qué es para usted ese latido?
—Todo aquello que me consigue conmover y que va mutando con el tiempo pero sin perder su esencia. Uno puede enamorarse a los 15, a los 25 ó a los 50 años y no perder nunca esa emoción, y sentirla como si fuese nueva. Nunca hay que deja de creer en los sentimientos, y buscar siempre que las cosas nos conmuevan, en lugar de acostumbrarnos a ellas, es lo que representa la fuerza de ese latido.
—¿Cree que actualmente más que esa emoción lo que predomina es el consumo rápido, sin reparar en la esencia de la que habla?
—Somos una sociedad de lo inmediato y a la vez muy conformista y cuando estamos a gusto no buscamos nada. También porque nos da miedo romper con ciertas cosas y eso es un problema porque nos perdemos muchas cosas de la vida que son muy interesantes y que merecen la pena que nos atrevamos a sentir y a experimentar su latido. En ese sentido es un empobrecimiento emocional.
—Otra enseñanza de la novela es la gestión del dolor.
—El dolor es algo íntimo y personal, distinto en su hondura, en sus consecuencias y en la manera con la que cada uno se enfrenta a él. En el mundo hace falta de base que nos eduquen emocionalmente y nos den clases de inteligencia emocional porque mucha gente en lugar de enfrentarse a sus problemas, de ponerles nombres e intentar, si no superarlos porque a veces el dolor nunca se va, vivir con ellos, lo que hace es ir poniendo capas encima de cada dolor. Con esa actitud al final acabas convertido en una persona incapaz de reconocer tus propias emociones, y eso es muy peligroso.
—Días sin ti también aborda la Memoria Histórica.
—Es muy importante conocer qué padecieron nuestros abuelos y otras personas de aquella época para aprender de los hechos, de las pérdidas, de las injusticias. Es necesario hacerlo también con la memoria histórica porque parece que las cosas cuando pasan dejan de existir y realmente somos lo que somos por todo lo que hemos vivido. En la sociedad actual no aprendemos de los errores del pasado, ni siquiera de los errores que cometimos ayer.
—La abuela sentencia en ese sentido que la guerra civil no se termina nunca.
—Es verdad porque vivimos permanentemente en un país de bandos. Parece que tenemos que ser enemigos acérrimos de quien opina diferente, sin dar oportunidad al diálogo ni respetar al contrario. Creo que hace falta mucha tolerancia, muchísima, y en ese sentido sí que estamos anclados todavía en la guerra o al menos en su poso.
—¿El pasado siempre termina buscándonos en el futuro?
—Las historias inconclusas que no se han cerrado del todo, las personas con las que te has dejado algo pendiente, las heridas no curadas están siempre ahí, son deudas que aparecen cuando menos te lo esperas. Siempre vivimos a vueltas con el pasado.
—Pero en la novela el pasado, la memoria, es también un refugio.
—La memoria es un truco para seguir viviendo lo que se ha perdido. Hace un año se murió mi perro pero yo lo sigo teniendo muy presente, a mi lado. La primera muerte es siempre muy dolorosa y traumática pero aprendes a vivirla y a querer de otra manera a los ausentes aunque físicamente no los puedas tocar realmente.
En el mundo hace falta de base que nos eduquen emocionalmente y nos den clases de inteligencia emocional porque mucha gente en lugar de intentar vivir con los problemas lo que hace es ir poniendo capas encima de cada dolor”—Nunca te pueden quitar los sueños ni la resistencia, dice Dora. ¿Está de acuerdo con ella?—Mi abuela es una persona muy especial. Es una jabata que luchó por sacar adelante a mi padre y a mi tía como la que más, después de sufrir muy joven la pérdida de mi abuelo. Y al mismo tiempo mantiene viva la memoria de su marido hasta el punto de que se emociona mucho cuando habla de él, y lo tiene tan presente como si fuésemos nosotros. Esa manera de seguir enamorada de alguien que lleva muchos años desaparecido siempre me ha conmovido y representa ese sueño y esa resistencia frente a la ausencia.
—¿Si no existe ese amor del que habla, los ausentes se convierten en fantasmas que son habitaciones cerradas, como dice en la novela?
—Así es, los fantasmas son espacios vacíos que escuchan a los vivos, que los expulsan de sus lugares y de sus hábitos compartidos, y los obligan a seguir adelante con la responsabilidad de estar vivo, que no es poco.
—En ese sentido usted habla de que lo peor es vivir con miedo.
—Creo que todas las emociones son buenas hasta que se enquistan. El miedo es una de las más difíciles de sacar de dentro de uno, y si no se afronta envenena todo lo que haces y nunca se sale de él.
—El personaje de Dora es maestra, y representa aquellos que opinan que se aprende más educando a la vez que se aprende.
—Mi padre es maestro, como mi abuela, y me lo enseñó de pequeña. Siempre me ha hecho buscar el porqué de las preguntas, el de las respuestas, y de aquello que me impulsa a hacer las cosas, comprendiendo de ese modo todo lo que motiva las razones y lo que haces. Me parece uno de los trabajos más bonitos, complicados e infravalorados que existen. Y me parece muy importante y valioso encontrar maestros que estén en constante aprendizaje porque son los que te enseñan más y mejor.
—También Machado fue maestro. ¿Una reivindicación de ese espíritu?
—Es el poeta preferido de mi padre e incluirlo en la novela era una manera bonita de recuperar la memoria de los clásicos que están muy olvidados. Hoy día la cultura está relegada a un segundo plano y la poesía que escribieron parece anclada en el pasado. Sin embargo habría que volver a leerlos, recuperar sus vidas, todo lo que significaron, y si que aparezca en la novela contribuye al interés del lector me alegraré.
—El amor, la memoria, el desamor, la tristeza, muerte…, temas de la poesía trasladados a la narrativa. ¿Una especie de guía de seguridad?
—Son temas que he tratado siempre en mi poesía y que me han ayudado bastante a comprender muchas cosas que me han pasado, a buscar algo hermoso que te permita salir adelante cuando la tristeza te paraliza, y me apetecía mucho abordarlos desde lo narrativo, con personajes, con diálogos, con escenas o cuestiones más físicas, sin que tuviese que escribir de esas emociones porque lo necesito o tengo el impulso de sacarlo mediante la escritura, como me sucede con la poesía. En el caso de la novela ha sido un ejercicio muy trabajado, con disciplina, en el que poco a poco me fui encontrando muy a gusto en el desafío de contar una historia sencilla de una manera bonita, como hace David Foenkinos que me ha inspirado mucho.
—El personaje de Gael es escultor. ¿Eligió esta disciplina artística porque el amor y la memoria se moldean?
—Es verdad lo que dices pero escogí la escultura de manera aleatoria porque quería indagar en el arte como un modelo de canalizar las emociones. Para unos es la música o la pintura, para mí es la poesía y para el personaje la escultura. Lo importante es crecer con un arte dentro de ti que te permita sentir y pensar las emociones.
—En este caso, incluso acariciarlas, algo que Rosa Montero, jurado del premio, dijo que haces con el lenguaje.
—Llevo escritos seis libros de poesía y es cierto que no puedo ni quiero librarme de esa manera de tratar las palabras. Para mí la escritura es una caricia que me gusta cuidar y sentir porque es importante tratar bien el lenguaje.