De la rabia y de la idea
Por qué cortarse una oreja
Juan Álvarez
Valparaíso
100 páginas 12 euros
Quienes en los ochenta coreaban con Golpes Bajos aquello de Malos tiempos para la lírica seguramente no sabrían calificar el estado del género en tiempos de twitter. Sin embargo, al menos en España, la pacífica biodiversidad que sucedió a aquellas guerras fraticidas entre poetas de la experiencia y de la diferencia —corrían los noventa— nos permite no perder demasiado tiempo anatemizando a los Marwan y Elvira Sastre, cuando tenemos a mano otras propuestas valiosas.
La de Juan Álvarez, sevillano de Alcalá de Guadaíra, cosecha del 74, es sin duda de las más sorprendentes que han llegado a las librerías en fechas recientes. Para empezar, no deja de ser llamativo el hecho de que en tiempos de exaltación de la juventud un poeta debute a los cuarenta largos. Pero basta abrir la primera página para entender que el autor es poeta desde mucho antes de firmar su primer contrato editorial: hay aquí un oficio que va más allá de la pericia técnica, que no solo se manifiesta en ese “dominio extraordinario de la métrica” que ha detectado Gimferrer, sino que transmite un profundo respeto por la materia que se maneja. Se entra en la poesía como en un templo, no como en una botellona. Y eso, hoy, es poco menos que revolucionario. Ese respeto se traduce, también pero no solo, en la asunción de unas formas que hemos dado en llamar clásicas, pero que se antojan tremendamente frescas, vivas, en manos de Álvarez. Solo puede emplear el concepto clásico peyorativamente quien se ha olvidado del sustrato popular en aras del esnobismo más frívolo, quien se cree más moderno que Quevedo o Lope, que Rubén Darío o que Antonio Machado.
Pero, además, para este poeta el romance o el soneto no son sino recipientes que llenar con una expresión propia y personal, que por lo demás resulta radicalmente actual. Esa poesía que se ha abandonado al amor ensimismado y tirando a infantil, encuentra aquí su réplica en unos versos que muestran el lado salvaje de nuestras castigadas ciudades de la poscrisis, su miseria, su angustia, sus débiles esperanzas también.
Se canta aquí al hombre de barrio que se asoma al nuevo día, “El mismo / nuevo día de ayer”, a esa “mañana perdida / Y aún no son las nueve”, al padre de familia con “El alma en los pies, / los pies en el barro… / Tirando, ya ves, tirando del carro”. Y también se pregunta, ante el panorama deprimente que nos rodea, ¿con qué cara ponerte a hacer versitos?
Cabría hablar aquí de conexión con la mejor poesía social, la que encarna Blas de Otero, no desde una llamada a las masas, lo que sin duda resultaría demasiado ingenuo hoy por hoy, sino desde una individualidad consciente, solidaria, que parece a punto de perder la fe en todo, pero la mantiene en el poder de la palabra para transformar la realidad, o al menos sacudirla por las solapas.
Lo que propugna Álvarez es, en fin, lo que los anglosajones llaman back to the basics. En medio de la confusión y el ruido, toca poner el freno y echar la vista atrás. No como un ejercicio de arqueología, ni de nostalgia, sino como una búsqueda de herramientas para descifrar el presente. Frente al ripio de producción industrial, vuelta al método artesanal, a la primorosa manufactura. Frente al último i-phone (que acaso dejará de ser el último cuando usted acabe de leer esta línea), el bordón por soleá o la nana flamenca. No se trata de ir por ir a la contra, sino de tomar el camino que uno quiere, y puede y debe, tomar. El del alcalareño es el de la poesía de la palabra sonora y bien dicha, el de la realidad vista de frente. El de la rabia y de la idea.